En capítulos anteriores...

Los protagonistas de la mítica serie de televisión 'El Equipo A'.

Antonio Boñar

Algunas comenzaban con una voz en off que decía así: “En capítulos anteriores…”. Y esta frase, que anunciaba cada nuevo episodio, daba pie a un rápido y efectivo montaje con las escenas más destacadas y recientes del folletín televisivo en cuestión. Eran todas esas series que, estirando y enredando sus tramas hasta alcanzar a menudo cotas surrealistas, conseguían enganchar al espectador con las intrigas amorosas y las luchas de poder que gravitaban, las más de las veces, alrededor de una acaudalada familia. Con grandes presupuestos y la presencia de afamadas estrellas de Hollywood, algunas de estas sagas todavía son recordadas por todos: Hombre rico, hombre pobre (1976), Dallas (1978-1991), Dinastía (1981-1989), Falcon Crest (1981-1990)…

Su estructura narrativa y sus líos argumentales eran los mismos que encontramos en las clásicas telenovelas de toda la vida. Un formato que nunca ha dejado de funcionar y que es, a su vez, digno heredero de aquellos seriales radiofónicos que reinaban sobre el silencio en las tardes quietas de los años de posguerra; antes de que la irrupción de la televisión desterrara a esos enormes y elegantes aparatos de radio para ocupar su sitio en ese lugar de preferencia en el hogar que, antes y desde el principio de los tiempos, siempre había estado reservado para la fascinante y trémula danza del fuego.

En otras, el comienzo de cada capítulo era subrayado por la voz de un narrador que resumía, a grandes rasgos, los motivos que habían forjado la idiosincrasia del protagonista y le habían impulsado a ser o a actuar de una determinada manera. Y da igual que éste fuera un solitario y moderno Robin Hood amigo de los disfraces, El Santo (1962-1969); un superhéroe de pacotilla, El gran héroe americano (1981-1983); el inefable y hortera Michael Knight con su automóvil parlanchín e indestructible, El coche fantástico (1982-1986); un grupo de excombatientes reciclados en mercenarios de la justicia, El equipo A (1983-1987); o ese tipo capaz de construir, como quien cambia una bombilla, un arma de destrucción masiva con una tostadora, dos pinzas y un chicle mascado, MacGyver (1985-1992). Aquí cada entrega no estaba condicionada por las anteriores, no era el eslabón de una larga historia, sino que en cada emisión asistíamos a un nuevo caso, reto o aventura de la que nuestro héroe, como no podía ser de otra manera, siempre salía airoso. 

Y en muchas otras de esas series que precedieron a la explosión televisiva que trajeron internet y las nuevas plataformas, era el sonido de una sintonía absolutamente reconocible la que ejercía como inconfundible carta de presentación. A veces, esa melodía se elevaba sobre los títulos de crédito después de anticipar brevemente las intrigas que articulaban la trama de ese día. Así ocurría, por ejemplo, en la pionera Misión imposible (1966-1973), donde aquello de “…este mensaje se autodestruirá en cinco segundos”, era ineludiblemente rematado por los estupendos y pegadizos acordes de Lalo Schifrin. En Colombo (1971-1978), lo primero que veíamos era la detallada ejecución del crimen que, más adelante, tendría que resolver ese tipo que siempre aparecía con su arrugada gabardina y unas cuantas preguntas rondándole la cabeza. Un sesudo detective de Los Ángeles al que nunca se la dieron con queso, que hablaba frecuentemente de su mujer (creo que nunca llegó a salir en pantalla) y fumaba puros sin cesar: nuestro despistado, sagaz y cartesiano Colombo.

La mayoría de estas series que nos han visto crecer se emitían por la ventana catódica (o la caja tonta, que decían las madres) con frecuencia semanal. Aunque luego, cuando las cadenas exprimían el éxito de alguna de ellas con múltiples reposiciones, solía pasar a ser diaria. Posiblemente, el caso más paradigmático de repetición o supervivencia a lo largo de los años en antena sea el de Verano azul (1981), todo un clásico y una autentica revelación para aquellos que éramos adolescentes entonces. Los  mismos que revolviendo en el desván de la memoria encontramos míticas series de televisión que, más allá de su mayor o menor calidad cinematográfica, siempre formarán parte de nuestra biografía sentimental: Orzowei (1970), Kojak (1973-1978), La casa de la pradera (1974-1983), Starsky y Hutch (1975-1979), Los hombres de Harrelson (1975-1976), Curro Jiménez (1976-1979), Sandokán (1976), Yo, Claudio (1976), Los ángeles de Charlie (1976-1981), Vacaciones en el mar (1977-1986), Con ocho basta (1977-1981), Lou Grant (1977-1982),  Retorno a Brideshead (1981), Canción triste de Hill Street (1981-1987), Fama (1982-1987), Remington Steele (1982-1987), Ramón y Cajal (1982), Anillos de oro (1983), V (1983-1985), Corrupción en Miami (1984-1990), Luz de luna (1985-1989), Segunda enseñanza (1986), Turno de oficio (1986 y 1995), Twin Peaks (1990-1991) o la maravillosa Doctor en Alaska (1990-1995).

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