'El buen patrón': Bardem, el buen actor

Javier Bardem protagoniza 'El buen patrón'.

Antonio Boñar

La última y alabada película de Fernando León de Aranoa se ha convertido en uno de los títulos del año por méritos propios. Seleccionada por la Academia española para competir en los Oscar, con récord de nominaciones para la próxima edición de los premios Goya, y todavía en la cartelera de nuestra ciudad y de casi todas las salas de España dos meses después de su estreno, a estas alturas ya se ha dicho y escrito casi todo sobre ella.

Y casi todo es cierto, porque 'El buen patrón' es una mirada lúcida y deliciosamente perturbadora sobre todos esos estereotipos que pululan y conforman el microcosmos de una empresa, una brutal y ácida disección de las relaciones laborales. Aunque eso sí, gestada como una cara B de 'Los lunes al sol' (2002), esta vez la historia se viste con los siempre inteligentes y difíciles ropajes de la comedia negra.

Partiendo de un guión muy trabajado y pulido, muy fino, la cinta se agranda por momentos cuando surca los territorios de ese humor negro tan ibérico y berlanguiano, tan nuestro. 'El buen patrón' es una película definitivamente divertida que provoca en el espectador risas espontáneas, y también algo incomodas, al reconocer en ese empresario de provincias carismático, resolutivo y encantado de conocerse a si mismo a alguien muy cercano (todos tenemos en mente a algún espécimen parecido), o al darte cuenta de que en el fondo te estás riendo de ti mismo. Gran parte de la culpa de que el filme se erija como una obra perdurable reside en todas y cada una de las interpretaciones, algo en lo que siempre ha destacado León de Aranoa, un estupendo director de actores.

Y sobre todas ellas se eleva la soberbia caricatura que dibuja Javier Bardem sobre la pantalla, una composición milimétrica y colosal (otra más) que mantiene el relato siempre rozando la excelencia y prácticamente plano a plano.

El viejo oficio de la actuación

El magnifico trabajo de Bardem es la excusa perfecta para disertar en unas breves lineas sobre el viejo oficio de actuar, de jugar, si nos ceñimos al verbo que utilizan el idioma inglés o francés para expresarlo. El buen actor debe ser un creador, y como tal, ha de hacer aparecer lo que sin él quizá no existiría jamás. Ha de esculpir expresiones o gestos con ese cincel invisible que se esconde en el mismo lugar donde brotan las emociones. Porque, por ejemplo, nunca será lo mismo estar triste que parecerlo. La tristeza que esbozan los malos actores sólo es un disfraz, una máscara de ojos huecos que no miran. “Dos personas que se miran a los ojos no ven sus ojos sino sus miradas”, escribió Robert Bresson. Y el espectador necesita mirar los ojos de un personaje y ver su mirada para poder sentir como propias sus alegrías o desasosiegos, para seguirle en las peripecias que viva lo largo de la trama.

La distancia que separa a un impecable actor de aquel otro que aparece cada cierto tiempo, y que nos seduce tanto como para pasar a formar parte de ese pequeño grupo de irrenunciables preferencias, no se explica desde la razón, sólo se entiende desde la intangible naturaleza de los resortes que articulan esa exagerada, misteriosa y visceral empatía que llamamos atracción

La distancia que separa a un impecable actor de aquel otro que aparece cada cierto tiempo, y que nos seduce tanto como para pasar a formar parte de ese pequeño grupo de irrenunciables preferencias, no se explica desde la razón. Lo que provoca que sintamos una fascinación especial por determinados actores no es algo objetivo, sólo se entiende desde la intangible naturaleza de los resortes que articulan esa exagerada, misteriosa y visceral empatía que llamamos atracción.

Hay actores de método, camaleónicos, sofisticados o animales de escena. Y los hay que parecen tener un don especial para estar frente a la cámara como si estuvieran en el salón de su casa, actores como James Mason o Cary Grant cuyo indiscutible talento residía precisamente en eso, en la sutil composición del hombre normal. Aunque quizás fue Catherine Deneuve quien mejor lo expresó: “Lo más difícil cuando se actúa en el cine no es encarnar a una demente, sino cruzar una habitación con un vestido sin bolsillos y seguir resultándole creíble al público”.

___Antonio Boñar es un crítico de cine leonés que fue guionista en varios programas de la TVG y creador del blog 'En el cine no llueve' para el periódico La Opinión de La Coruña. Ha ejercido también como escritor para las publicaciones Art Notes, Santiago 7 Días, Vive Santiago, Vive Galicia y Oviedo Diario. En su etapa viviendo en Malta fue creador y director de los festivales de cine Triq Cinemoon Festival y Malta Klimafilm Festival, ambos patrocinados por el Ayuntamiento de La Valeta y el Ministerio de Cultura de Malta.

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