Cine

'1917', la Gran Guerra

Un fotograma de la película '1917' dirigida por Sam Mendes.

Antonio Boñar

Entre julio de 1914 y noviembre de 1918, la conocida entonces como La Gran Guerra se llevaría por delante la vida de dieciséis millones de personas, el uno por ciento de la población mundial. La perversidad que esconde reducir a simples números el dolor y la barbarie que habita en los bajos fondos del alma es tan inherente a la naturaleza de la guerra como su siniestro afán por repetirse a lo largo de la historia. Porque esta antigua y belicosa costumbre de matarse los unos a los otros ha convivido con el ser humano desde el principio de los tiempos, apelando a nuestro ardor guerrero con obstinada crueldad casi generación tras generación. Y el cine, por supuesto, ha encontrado en este escenario extremo y brutal un perfecto caldo de cultivo para esbozar sobre la pantalla épicas, trágicas, propagandísticas e incluso cómicas historias de vencedores y vencidos; de hombres enfrentados de forma irremediable a profundos dilemas morales que siempre acaban resueltos del lado de ese atávico instinto de supervivencia que nos adorna desde que nacemos; de hombres que descubren el valor insignificante de su vida cuando son reducidos a la milésima parte de un ejercito; de héroes y antihéroes, de buenos y malos que matan o mueren.

Ahora es el siempre interesante cineasta Sam Mendes quien inspira 1917 (2019) en alguna de las muchas historias que le había contado su abuelo para sumergirnos en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La Operación Alberich fue una extraña, aunque finalmente eficaz, maniobra del ejercito alemán: de un día para otro abandonaron 42 millas de linea, zonas que habían conquistado en los primeros años de la guerra, para reforzar la Línea Hindenburg, una poderosa y armada muralla defensiva que resistiría inamovible hasta más de un año después. El desconcierto inicial entre los aliados al ver como miles de soldados alemanes parecían haberse desvanecido bajo la niebla fue mayúsculo. En ese momento de confusión la labor de los mensajeros que conectaban los distintos batallones británicos se reveló crucial. Ahí es donde Mendes decide enfocar su mirada, en dos jóvenes soldados que han de transmitir un mensaje vital a un escuadrón que no sabe que el ejército enemigo le ha tendido una trampa. 

Lo que distancia la película de Mendes de otras muchas del género es su forma de relatar este viaje desquiciado a través del devastado paisaje que abandona la guerra sobre el silencio. La suya es una propuesta técnica audaz y llena de sentido: un único plano secuencia (en realidad son algunos más montados entre si de forma imperceptible) que acompaña en tiempo real a estos dos soldados y que trasciende su innegable virtuosismo artístico para convertirse en una poderosa herramienta narrativa, para provocar una inmersión casi orgánica del espectador en ese infierno de barro, frío, sangre, hedor y pánico que es el campo de batalla.

La coreografía que ejecuta su cámara sobre la puesta en escena es precisa, estilísticamente ambiciosa y tan sutil como para que nos olvidemos de ella a los pocos minutos de metraje. Todo fluye con naturalidad y es imposible encontrar un pero a la invisible arquitectura que arma su artefacto visual. También el trabajo de George MacKay y Dean-Charles Chapman interpretando a esos dos incautos chavales que son arrojados a una misión suicida es impecable. Por eso es complicado para este espectador explicar por qué no logró sentir apenas empatía por sus desventuras, por qué asistió a este rotundo espectáculo visual desde una fría distancia. Todo es brillante pero falta lo más importante, la emoción. 

Cualquier crítica es subjetiva por definición, al fin y al cabo, como decía José Bergamín: “Soy subjetivo, ya que soy sujeto. Si fuese objetivo, entonces sería un objeto”. Y también por eso esta opinión no deja de ser una más entre miles. El problema es cuando el crítico no atina a resolver los porqués de sus opiniones. Paradojas de la ignorancia, quizás sea momento de reivindicar la incoherencia y terminar este texto. 

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