Los enclaves pastoriles revelan la relación de Babia con grandes cambios económicos y sociales de la historia

Excavación en la majada de Las Verdes, cerca de Torre de Babia.

Agencia DiCYT

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), a través del Instituto de Ciencias del Patrimonio (INCIPIT-CSIC, ubicado en Santiago de Compostela) lleva desde 2017 realizando excavaciones arqueológicas en la comarca leonesa de Babia. Los resultados están mostrando aspectos desconocidos de la historia esta zona de montaña y revelan que, lejos de ser una zona aislada, estaba en conexión con los fenómenos sociales, culturales y económicos que durante siglos han marcado el devenir de Europa. El reto de los investigadores es que estos nuevos conocimientos reviertan en el desarrollo del territorio estudiado.

“Nuestro objetivo es comprender cómo los paisajes culturales de Babia han ido cambiando con el tiempo en relación con procesos históricos y con las formas productivas de sus habitantes”, explica en declaraciones a la Agencia DiCYT David González Álvarez, investigador del INCIPIT-CSIC. Tradicionalmente, las zonas de montaña han sido “espacios vacíos en el mapa de la investigación arqueológica en la península Ibérica”, así que estos estudios partían de “la necesidad de saber si estos lugares también pueden ser útiles para conocer la historia”. En concreto, los científicos han analizado la presencia de grupos pastores de cronologías diversas, estudiando fenómenos como la trashumancia.

 En estos años, gracias a iniciativas como el proyecto ‘Arqueología histórica de los paisajes rurales en el noroeste ibérico (ss. XVI-XXI)’, RURARQ, financiado por la Xunta de Galicia y aún vigente, se han identificado decenas de asentamientos que abarcan desde la Prehistoria hasta nuestros días.

“No eran desconocidos, pero nadie había reparado en ellos con una mirada arqueológica”, destaca el experto, que cuenta con una ayuda Ramón y Cajal del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Por ejemplo, hay ruinas de cabañas que parecían remontarse a pocas generaciones atrás y que, en realidad, tienen orígenes medievales o tardorromanos.

De hecho, hay indicios de ocupación mucho más antigua, que se remontan a hace cinco mil años. Los arqueólogos creen que, hace milenios, grupos itinerantes habrían causado una primera deforestación en este territorio. Aunque se supone que la intensificación de la actividad ganadera llegó con la Mesta, institución creada en la Edad Media para controlar la ganadería lanar trashumante, en Babia ya hay indicios de la época visigoda, en torno al siglo VII, de una trashumancia de largo recorrido por la presencia de objetos y materias primas del norte de Extremadura.

La historia local, conectada con la universal

No obstante, la investigación detecta que, con el paso del tiempo, la presión ganadera en los espacios de alta montaña ha sido muy cambiante en función de las circunstancias. “En estas zonas, imaginadas como distantes y apartadas, podemos reconocer procesos globales, como las tensiones del mercado de la lana del siglo XVII o picos de presión pastoril en momentos en que la exportación de este producto en la península Ibérica era muy importante; así como el abandono en procesos históricos que afectan a la producción ganadera de Castilla, como las guerras de Flandes”, explica el experto. Para los historiadores, es importante reconocer las motivaciones que hay detrás de determinadas decisiones y, en este caso, la ganadería se relaciona con la economía, la cultura o los cambios ambientales de todo el continente europeo.

Estos nuevos conocimientos, que han sido posibles con el apoyo local de los ayuntamientos de Cabrillanes y San Emiliano, así como de las Juntas Vecinales de La Cueta, Torre de Babia y Torrestío, permiten “contar una historia distinta, poniendo en valor el protagonismo de las comunidades locales en la gestión del territorio”. Con la creación de espacios naturales protegidos, la población local ha llegado a ser vista, desde fuera, “como un problema para la conservación”, lamenta el investigador, “pero la arqueología nos enseña que estos espacios son como son porque ha habido mucha gente trabajando en ellos, peleando con el ganado y el bosque”.

Cultur-Monts y la transferencia de conocimiento

Aunque el proyecto ha ido creciendo hasta llegar a nuevas zonas, como los valles, en sus inicios se centró en las zonas más altas, por encima de 1.600 metros. Este enfoque permitió a los investigadores contactar con otros grupos que trabajan en paisajes de montaña del suroeste europeo para configurar el proyecto europeo ‘Cultur-Monts. Valorización de los Paisajes Culturales de montaña: un recurso de desarrollo territorial sostenible’ (Programa Interreg SUDOE), cuyo principal objetivo es la transferencia de conocimiento. Según el arqueólogo, “la investigación busca ser útil para desarrollar modelos de gestión y gobernanza frente a la despoblación y las crisis económica e identitaria” que afrontan estos territorios.

En ese sentido, el proyecto europeo, con la participación de la Asociación Gestora de la Reserva de la Biosfera de Babia, es “una red útil para aprender y experimentar formas en que nuestra investigación pueda conectar con iniciativas de gestión territorial innovadoras y con las comunidades locales, avanzando hacia un proyecto que ponga en valor el patrimonio cultural”. Además de la comarca leonesa de Babia, participan enclaves de Asturias, el Pirineo catalán, el norte de Portugal y el Macizo Central francés.

En las últimas décadas, muchos proyectos de desarrollo rural se han focalizado en el turismo, instalando paneles y creando centros de interpretación. Sin embargo, a menudo ha fallado el mantenimiento posterior y “para superar este problema, hay que aliarse con la población local”, asegura González Álvarez. Frente a los discursos que ensalzan un paisaje idílico sin presencia de las comunidades, los arqueólogos ponen en valor el conocimiento de los habitantes y consideran que la investigación científica puede servir para mediar entre ellos, los visitantes y las administraciones, grupos con intereses contrapuestos que pueden derivar en tensiones.

Dimensión antropológica

En ese sentido, “a menudo la arqueología se entiende desde el objeto, lo más antiguo o lo que más brilla, pero en el INCIPIT-CSIC, se imbrica con la antropología”, destaca Sonia García Rodríguez, de la Unidad de Valorización de este centro. Por eso, el proyecto le da un papel a la sociedad actual y también a las personas “ancladas emocionalmente a estos espacios”, es decir, aquellas que, sin estar físicamente en el territorio, tienen vínculos y podrían regresar si tuvieran las oportunidades adecuadas para hacerlo.

Por eso, entre las acciones de transferencia que se están desarrollando destaca el trabajo con los colegios: ver qué ideas tienen los escolares sobre su territorio, tratar de que le den valor y lograr colaboradores con habitantes locales que amplíen la dimensión de la investigación. En ese sentido, también es muy importante la memoria oral y los conocimientos ancestrales de la población más mayor. De toda esa amalgama de conocimientos pueden surgir “datos transferibles para pequeñas industrias de transformación de productos o experiencias para los visitantes”, destaca el investigador.

“El conocimiento histórico puede aportar valor a los productos para posicionarse en el mercado”, apunta González Álvarez. Por ejemplo, si el pastoreo siempre ha sido importante en Babia, podría configurar discursos que den fuerza a esa idea y traducirse en etiquetas de distinción.

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