Viaje al centro de la mina

Interior de la mina

Sara M.

Túneles poco iluminados, “ramplas” tan estrechas por las que apenas cabe un hombre adulto completamente arrastrado cargando útiles de trabajo de más de once kilos de peso, polvo, olor a carbón, a tierra y a humedad. Esa es y sobre todo fue la realidad diaria de miles de mineros bercianos, antes de que las minas se modernizaran para facilitar una labor de por sí difícil y poco considerada socialmente. Los pueblos mineros han querido acercar su mundo a los visitantes dispuestos a ver y conocer de primera mano el interior de la tierra. Este cuatro de diciembre, festividad de su patrona Santa Bárbara, ileon.com ha estado en una de estas réplicas, ubicada en la localidad de Páramo del Sil.

El tradional canario utilizado para detectar el gas grisú fue sustituido por el metanómetro

Esta mina museo inaugurada hace poco más de dos años, fue levantada por un grupo de vecinos del pueblo, mineros jubilados y prejubilados que cedieron altruistamente sus manos para poner en pié uno de los mayores reclamos turísticos de los que hoy dispone el pueblo. Financiada por el Ayuntamiento, a esta réplica no le falta detalle.

Los vagones encargados de trasladar el carbón desde las profundidades hasta el exterior dan la bienvenida al lugar. A la entrada se pueden ver los teléfonos que mantienen la comunicación en el interior y el metanómetro, detector de gas grisú que sustituyó al tradicional canario utilizado antiguamente. Según cuenta el guía del museo, José Luis García, las ratas también eran fieles compañeras de trabajo. “Si escapaban te dabas cuenta de que algo iba mal”, dice.

Entibadores, posteadores, picadores y barrenistas trabajan a diario en el interior

Un medidor de la temperatura y otro para calcular la humedad en la atmósfera, recuerdan que hay que mantener las máximas precauciones para garantizar la seguridad. De la misma manera, esta reproducción también cuenta con pequeños e importantes artilugios con un lugar primordial en la rutina laboral, como los cargadores de las lámparas o las gatos requeridos para curvar las vías.

El trabajo estaba fundamentalmente dividido en cuatro campos bien definidos. Por un lado están los guardianes de la seguridad, entibadores y posteadores que ponen de manifiesto sus habilidades para conseguir que la estructura no se derrumbe y resista al máximo.

El trabajo de los entibadores, una especie de ingenieros de la madera, consiste en proporcionar un armazón de vigas a las galerías de las minas; los posteadores por su parte, mantienen en pié las cavidades excavadas por los picadores mediante la colocación de los puntales. “En una jornada de trabajo teníamos que quitar 42 puntales y poner otros 42”, afirma García.

Los picadores, cuyo martillo pesa 11,5 kilos, se arrastran a través de las ramplas picando la veta del carbón. El material obtenido mediante esta práctica se desliza a través de una ruidosa cinta transportadora, denominada panzer, dejando caer la mercancía sobre los vagones que más tarde la trasladarán al exterior.

El último campo lo desempeñan los barrenistas, artilleros que dinamitan las paredes de la cueva, volando las entrañas de la montaña para permitir el avance.

Una reproducción que ofrece al visitante una idea muy real de la dureza en las profundidades.

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