La última partida del Jaito

Fachada del Jaito tapada por los escombros que han sacado los obreros.

Isabel Rodríguez

Se acabó el juego. Jaito, la mítica sala de recreativos de la capital leonesa ha echado el cierre. Con este adiós pasa página toda una generación que creció con las muñecas de hierro de tantas tardes invertidas entre billares y futbolines.

Allí se juntaban alumnos de los Maristas, de la Torre, del Leonés y de otros colegios cercanos. Allí daban rienda suelta a sus piques, al fin y al cabo, la revancha no costaba más de 25 pesetas. Chicos y chicas se repartían entre las dos salas en las que se distribuían las máquinas.

Era la sustitución perfecta a una clase aburrida, el mejor entorno para pasar el recreo, el lugar donde las tardes se hacían más amenas. Y los viernes y sábados, el lugar de encuentro previo a salir de fiesta. Era la época de las Martins, de las Salomon, del truco del doble calcetín para esconder el dinero.

“Primero íbamos al Jaito a echar unos futbolines, después al Todosiempre a comprar alcohol y luego hacíamos botellón en el río”, recuerda Javier Álvarez, de 27 años, y un habitual de la sala hasta poco antes de su cierre. Pasó tantos días entre aquellas paredes que se eterniza contando historias del lugar. “Allí era donde todo el mundo empezaba a fumar, al principio casi todas las máquinas tenían ceniceros, excepto en la zona de billares porque se podía quemar el tapete.”, comenta.

Dos parejas que se conocieron allí, se casaron, recuerda Javier, un habitual

Billares y futbolines eran los juegos principales del local. Sobre todo el futbolín, que se tomaba muy en serio y los propietarios organizaban numerosos campeonatos. “Alguno de los que se entrenaba allí, luego llegó a convertirse en campeón de España de futbolín”, asegura Javier. “Había gente muy buena y en Jaito la promocionaban”, comenta Armando García, de 32, quien se llevó alguno de los trofeos de la sala.

No fueron los únicos premios, como recuerda Javier. El Jaito era zona de ligue, de encuentros y de reencuentros. “Conozco hasta dos parejas que se conocieron allí y se casaron”, comenta Javier. Los dueños no desaprovecharon el tonteo. “Había también máquinas que te daban tickets con puntos y cuando tenías un determinado número de puntos sacabas un peluche para regalárselo a la chica”, cuenta.

Renovación

Poco a poco Jaito se fue haciendo más competitivo. De alguna manera tenía que distinguirse del resto de salas de la ciudad, así que los dueños reformaron el local para incluir nuevas máquinas. “Instalaron una de baile con la que también organizaban concursos”, recuerda Armando.

Las de disparos y conducción de coches completaban la oferta. Y, por supuesto, le hicieron un hueco a internet con la habilitación de una zona como ciber. “El ambiente cambió y empezó a ir gente mayor a chatear, era una época en la que proliferaban los cibercentros”, cuenta Javier.

Pero, precisamente, la red que les dio un impulso, después se lo fue robando. “Mi generación no tenía internet, no jugábamos a juegos on line y estábamos más en la calle que en casa”, argumenta Armando. Hoy los jóvenes diponen de internet en cualquier parte, compiten en sofisticados juegos on line desde el sofá de casa y apenas pisan las salas de juego.

“Jaito aguantó, más que muchas otras, pero al final no pudo”, concluye Armando.

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