Testimonio de mujer

Nélida (nieta), Dora (abuela) y Lilia (madre), en el salón de su casa.

Marta Cuervo

Ferviente lectora de vida intensa, Dora, leonesa natural de Cármenes, tiene mucho que contar. Nació el 4 de abril de 1916, y ella misma podría ser la protagonista de alguna de las novelas que devora cada tarde.

Solo los chicos iban a la escuela, nosotras teníamos que casarnos y trabajar en la casa

Era la menor de tres hermanos y, a pesar de que recuerda como su etapa más feliz la vivida hasta los nueve años, Dora no pudo disfrutar de su niñez. Conoció a su madre ya enferma y desde niña se convirtió en 'la mujer de la casa', ocupándose de todas las tareas domésticas y del campo. Sólo fue unos días al colegio porque “en aquella época solo los chicos iban a la escuela, ellos tenían que saber, nosotras teníamos que casarnos y trabajar en la casa, ¿no es una discriminación muy grande?”, pregunta indignada.

Su madre murió con 49 años, cuando ella tenía 19. Al año siguiente estalló la Guerra Civil. A la edad de 21 años, Dora se casó con su novio “por lo civil” en contra de su padre, que quería que esperasen a que acabase la guerra. “Si mi padre me hubiera dado una bofetada en ese momento, cuanto hubiera ganado”, explica entre suspiros. “Mi marido tenía la idea de pasar a Francia. Me dijo que marchara. Él estaba movilizado, así que se escaparía y se reuniría conmigo, pero no pudo nunca”, declara.

El exilio en Francia

En Francia, habilitaron a mujeres y niños en un campo de fútbol acondicionado. “Me destinaron a la enfermería para cuidar de las mujeres que caían enfermas”.

No consentían que las refugiadas salieran de criadas, pero a mí me pagaban bajo cuerda y me hacían regalos

Dora recuerda la experiencia muy dura porque en los años que pasó en Francia no recibió ninguna noticia de su familia. Pero sonríe al recordar algunas anécdotas. Una de ellas es la de una andaluza, “con muchas arrugas”, que no sabia leer ni escribir, y que se dedicaba a echar las cartas “para informar de los maridos”. “Mi amiga vasca se empeñó en que me las echara y, tanto insistió, que me dejé”, sentencia Dora. “Al poco tiempo la Cruz Roja Española me comunicó lo que la andaluza me adelantó aquella tarde; 'que habían fusilado a un chico moreno que tocaba la sangre'. Era cierto, se trataba de mi primo carnal. Pero, aún así, nunca creí en las cartas”.

Mientras Dora y las demás mujeres vivían en el campo, mucha gente francesa las visitaba “por curiosidad”. “Una familia pidió informes a las enfermeras que venían del hospital a ayudar y ellas me recomendaron”. Cuando Dora salió del campo a casa de la familia no sabía hablar francés pero, como sabía hacer todas las tareas de una casa, enseguida se entendieron.

Dora era una refugiada gratuita. “No consentían que las refugiadas salieran de criadas, pero a mí me pagaban bajo cuerda y me hacían regalos. Me querían mucho”.

La vuelta a España

La leonesa volvió con 23 años a Cármenes, justo antes de que los alemanes tomasen Francia. “Mi marido estaba escondido, y los militares trataban de sacarnos la información. Cuando vi que pegaban a mi padre y era mi culpa por haberme casado dije donde estaba y fueron por él”. Según Dora, los nacionales cogían a republicanos y les hacían lo inimaginable hasta que firmaban como autores de iglesias quemadas.

“Era horroroso lo que hacían los militares”. Su marido estuvo cinco años y medio en la cárcel. Como era albañil estuvo redimiendo el trabajo por la pena. El padre de Dora estuvo 18 meses en San Marcos, “nunca se había metido con nadie, pero había votado a las izquierdas, y en los pueblos todo se sabe”.

Las mujeres antes se callaban más las cosas por no molestar a los maridos

Cuando Andrés, el marido de Dora, salió de la cárcel, “la vida fue mucho más tranquila pero con mucho trabajo”. Dora trabajaba en la casa, en las tierras y con las ovejas. La leonesa recuerda que existía una diferencia muy grande entre hombres y mujeres. “Yo me levantaba a las 5 de la mañana para ordeñar las vacas, mi marido era albañil y entraba a las 9, pero esperaba en la cama”. Además recuerda que todos los hombres del pueblo se iban al bar, “ya no se preocupaban de más porque habían hecho su trabajo. Las mujeres antes se callaban más las cosas por no molestar a los maridos”.

Otra de las anécdotas más divertidas de su vida fue la de la “guerra” del cura del pueblo para que se casaran por la iglesia. “Todos los días teníamos a la Guardia civil en la puerta de casa”.

“Cuando fuimos a casarnos el cura me dijo que teníamos que separarnos 6 meses. Yo dije que no, y por dormir juntos me mandó rezar muchos padres nuestros. Al final nos casó”, explica divertida.

Hasta pasados los 40 años no tuvo a su primera hija, Mari Mar. La segunda, Lilia, llegó enseguida. “Después de vieja, me parece a mí que si me descuido aquello no paraba”, bromea Dora. Con sus dos hijas, su marido, su padre, y una tía, Dora se trasladó de Cármenes a León, a una casita del barrio Húmedo que han derruido hace pocos meses.

Andrés murió cuando las niñas eran pequeñas. Al poco tiempo su padre también murió. “Yo no tenía nada, tardaron mucho en darme la pensión que consistía en mil pesetas para cuatro personas”, aclara Dora.

Lilia: Mi madre me ha enseñado el valor de las cosas y el respeto a los mayores

“Para mis hijas la sociedad cambió completamente. Aunque yo no las dejaba salir, existían muchas más libertades para la mujer”, explica.

Ahora, Dora vive con su hija Lilia y su nieta Nélida, quien valora en su abuela especialmente “su gran sentido del humor”. Lilia por su parte, asegura que ha aprendido mucho de Dora. “Mi madre me ha enseñado el valor de las cosas, el saber vivir con pocos recursos.” Lilia, además, reconoce como la mayor virtud de su madre “su sentido de la responsabilidad y el respeto hacia los mayores, su saber cuidarles y el no abandonarles”. Dora es un ejemplo de mujer luchadora que, a pesar de las dificultades, “ha sabido siempre salir adelante”, comenta su nieta. Si hay algo en lo que coinciden las tres mujeres es en que lo más importante es la familia.

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