El Tenebrario, el 'primo hermano' del Ramo Leonés que está perdiendo la Semana Santa

El Tenebrario de la Catedral de León, en desuso.

Elisabet Alba

Cuando las iglesias se despojaban de todo adorno para la Semana Santa como símbolo de recogimiento, de luto y respeto, y ni siquiera se permitía el tañer de las campanas, las parroquias de la provincia de León celebraban el Oficio de Tinieblas a la luz de las velas del Tenebrario, que se iban apagando una a una, hasta dejar los templos completamente a oscuras y sumidos en un ruido ensordecedor de carracas y matracas de madera, para emular las convulsiones y trastornos naturales que sobrevinieron a la naturaleza al morir Jesucristo.

Ahora, que las cofradías preparan durante meses la exhibición de las imágenes, cubiertas de flores, portadas a hombros por costaleros a los que acompañan bandas de tambores y trompetas por las calles de ciudades, villas y pueblos, es difícil imaginar templos desnudos completamente, incluso de los manteles, e iluminados únicamente por velas blancas. Más aún que, entre una forma de entender y celebrar la Semana Santa y otra, apenas ha pasado medio siglo y por el camino se ha perdido casi por completo una tradición que solo se conserva en un puñado de localidades de la provincia.

El Tenebrario, primo hermano del Ramo Leonés

El Tenebrario es un primo hermano del Ramo Leonés, que no es solo de León ni exclusivo de Navidad. Es el ramo triangular con soporte para velas, sin más adornos, que se solía usar en Semana Santa en el Oficio de Tinieblas para la representación litúrgica de la muerte de Cristo. Sin policromías, a veces negro, sobrio.

Aunque hay varias teorías, la más extendida asegura que se usaba el Ramo en forma de triángulo equilátero para representar la Santísima Trinidad -Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios en tres personas diferentes pero proporcionalmente iguales- y se cifra en 15 las velas que se le ponían: 11 en alusión a los once apóstoles que permanecieron fieles, 3 por las tres 'Marías' -María Magdalena, María Salomé y María de Cleofás-, y la vela central y que queda en la cúspide del triángulo, la vela 'María' por la Virgen María, madre de Cristo.

El Oficio de Tinieblas, sin valor religioso pero sí cultural

Hablar de Tenebrario es hablar de Oficio de Tinieblas y de Semana Santa. Empieza a datarse a partir del siglo V, durante el Triduo Pascual -Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo-. Los feligreses tenían la obligación de ir a comulgar sin haber ingerido ningún alimento desde el día anterior, por lo que habitualmente las misas eran a primera hora del día, si bien ahora se requiere no haber comido nada en la última hora. Para cumplir con la premisa de ir a rezar con el estómago vacío, y para no entorpecer las celebraciones litúrgicas de cada jornada, el Oficio de Tinieblas se adelantaba a la noche anterior. Se trata de un acto de piedad popular para pedir perdón por la muerte de Cristo.

Con el templo totalmente a oscuras, con la única luz de las velas del Tenebrario, se rezaban los Maitines y Laudes -las dos primeras oraciones- del Breviario, ahora conocido como Liturgia de las horas. Cantados normalmente a dos coros, se iban apagando las velas una a una, empezando por los extremos inferiores. Únicamente quedaba encendida la vela central, la vela María, que el sacerdote escondía en la sacristía o bajo el Altar para sumir en una oscuridad absoluta la iglesia, como símbolo de que Cristo murió y las tinieblas llegan al mundo. Entonces se entonaba el Miserere para pedir perdón por los pecados y desembocaba en un estruendo de carracas y matracas de madera y todo tipo de ruidos que, los más mayores, aún recuerdan cómo algunos jóvenes aprovechaban, agazapados en la oscuridad, para clavar las faldas de las mujeres a los bancos de madera. La vuelta de la vela María al templo, la luz de Cristo, la resurrección, hacía cesar por completo el estrépito.

No se conoce con exactitud si se dejó de oficiar después del decreto Maxima Redemptionis nostrae mysteria del Papa Juan XXIII que en 1955 reformó por completo la Semana Santa o a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965), pero el profesor de la universidad y presidente del Ateneo Leonés que tiene como objetivo perpetuar y difundir la cultura leonesa, Jorge de Juan, ve en esos años un caldo de cultivo en el que el oficio empezó a extinguirse. En la provincia de León lo conservan algunas, pocas, parroquias todavía. En León, el Santo Cristo del Desenclavo recuperó hace unos años la procesión de las Tinieblas y Santo Cristo de las Injurias, que celebra el Jueves Santo, a las 19.30 horas en la iglesia de Santa Marina la Real. También en Mansilla de las Mulas, aunque se adelanta una semana y tuvo lugar el pasado sábado, por lo que después de dos años pudo llevar a cabo su onceava edición. Algunos puntos de la montaña oriental siguen con la tradición, prácticamente desaparecida.

El Obispado de Astorga asegura que en toda la diócesis no se hace, a pesar de que numerosos templos conservan la estructura de sus Tenebrarios y algunos los han adaptado para Ramo Leonés. Es el caso de la Catedral de León o la Catedral de Astorga, Tapia de la Ribera, Valderas, Murias de Monjos o Llamas de la Ribera.

El Ateneo Leonés y el Museo de los Pueblos Leoneses apuestan por recuperarlo

“Como el Ramo Leonés, el Tenebrario no dejaba de ser una ofrenda en velas. En algunos Libros de Fábrica de las parroquias (libros de cuentas) está reflejado el dinero que se gastaba en comprar velas para el Tenebrario”, explica de Juan. Para él, el oficio está “antropológicamente trasnochado”, porque “es un vestigio antiguo” que, “me atrevería a decir, hoy en día no induciría a la piedad” pero, reconoce, “en cuanto a la conservación de un legado o patrimonio cultural que hemos heredado deberíamos mantenerlo”. “Yo no lo pondría para ayudar a los fieles a profundizar en la muerte de Cristo, porque la mentalidad del hombre del siglo XXI se mide por otros parámetros, pero es importante la conservación por razones culturales”, sentencia.

“Es un rito que tiene que ver con la etnografía y las costumbres”, entiende también el director del Museo de los Pueblos Leoneses, Lucas Morán. Por ello, desde que hace una década Mansilla de las Mulas decidiera recuperarlo, el centro cultural provincial dependiente de la Diputación de León participa de él. Las cofradías y hermandades, el coro, la banda de música municipal, el Ayuntamiento y el museo enclavado en la localidad, acordaron seguir haciéndolo año a año. “No tiene simbología religiosa y se podría prescindir de él, pero tiene que ver con la tradición”, subraya. Con lo que fuimos, con lo que somos y con lo que nos diferencia del resto o dejamos que se disipe entre las tinieblas y el paso del tiempo.

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