“La reivindicación de Sintel sigue viva en la Audiencia Nacional”

Hernán Hijosa, uno de los líderes de la movilización de Sintel

j manuel lópez

La histórica movilización de los trabajadores de Sintel aún permanece viva, aunque durante los últimos años se ha visto sometida al silencio mayoritario de los medios de comunicación. Quedan aún varios vértices abiertos como la querella presentada en 2002 por la plantilla de esta filial de Telefónica y en manos de la Audiencia Nacional desde entonces, aunque aún ha cerrado recientemente la instrucción del caso y está pendiente de fecha para el inicio del proceso judicial.

En 1996 Sintel era una próspera filial de Telefónica que se había convertido uno de su mejores recursos de negocio lo que se tradujo durante décadas en una fuente segura de buenos ingresos. Ese año, en pleno traspaso de poderes de Felipe González a José María Aznar, Teléfonica inicia las maniobras de privatización y vende Sintel al empresario cubano norteamericano Más Canosa.

“Y ahí comienza el declive poco a poco, aunque durante los tres primeros años y debido a la cartera de pedidos aún no se nota hacia dónde sopla el viento; la desaparición de una empresa con casi 2.000 trabajadores de alta cualificación, con un buena cartera de negocios y con muchas posibildades de futuro en la telecomunicación, y a eso no estábamos dispuestos”. Es la reflexión en voz alta de Hernán Hijosa, presidente del comite de empresa de Sintel León, que contaba con 211 trabajadores y tenía asignada la sede de la zona noroeste que abarcaba Castilla y León y Asturias.

Pero entre 1996 y el año 2000 las condiciones se van deteriorando hasta alcanzar el estado de quiebra que pretendía dejar a los nuevos propietarios las manos libres y sin plantilla. Pero los trabajadores nunca se sentaron a negociar las condiciones del ERE o las salidas arregladas que proponía el nuevo gobierno. Y en esa falta de sintonía discurrieron los meses hasta final de 2000, cuando el Comité Intercentros, del que también formaba parte Hernán Hijosa, decide estudiar nueva fórmulas de reivindicación y en momento determinado se plantea el asentamiento en pleno centro de Madrid.

Hernán Hijosa recuerda con lucidez la noche del 29 de enero de 2011 cuando comenzaron a llegar los autobuses con los 1.800 trabadajores de Sintel procecedentes de toda España; de Léon casi fue la plantilla al completo. “Si me dicen entonces que íbamos a estar allí más de seis meses me hubiera parecido muy difícil, pero ya veníamos de muchos meses de conflictividad laboral y ya nada nos pillaba de sorpresa”.

La cuarta ciudad

Desde un principio la prensa local llevó el peso de la información de la evolución del campamento de la Esperanza, como así había sido bautizada la acampada que la mayoría de los medios de comunicación nacionales ignoraron durante el medio año de asentamiento, “algunos de los más importantes no hicieron mención de la acampada hasta que no procedimos a levantarla, el cuatro de agosto”.

Hernán Hijosa no ha olvidado ni un instante de aquella avertura que comenzó con tiendas de campaña, casi sin medios para el aseo o para cocinar pero que en pocas semanas se convirtió en toda una nueva población de 1.800 habitantes en pleno corazón de la vida social, política y económica de Madrid y modelo de organización que ha atraído a muchos profesionales de la arquitectura y de la logística por el grado de perfección tal y como quedó finalemente un campamento que se había convertido en una pequeña ciudad con todos los servicios.

Lentitud judicial

La movilización no contaba ni con el apoyo de las grandes organizaciones políticas ni sindicales, pese a algunas fotografías de cara a la galería y poco más. Pero la perseverancia de los acamapados tuvo su fruto, aunque al final no fue más que un espejismo; el entonces Ministro de la Presidencia y ex presidente de la Junta de Castilla y León Juan José Lucas firmaba el acuerdo que sobre el papel recogía todas las reivindicaciones de los trabajadores: “ya sabiámos que no se iba a cumplir, como así ha sucedido pero fue la disculpa que necesitaba el Gobierno para levantar la acampada; como siempre hacíamos, convocamos la asamblea que decidió levantar la acampada y el cuatro de agosto iniciamos el desmantelamiento”.

P- ¿Sería posible ahora una movilización como la la de Sintel?

R- Las condiciones son las mismas aunque ha cambiado mucho el panorama. No obstante, el caso de Sintel es un caso raro y poco habitual porque intentaron, desde muchos frentes, silenciarnos con el apoyo de los grandes medios, pero no fue posible. No existe la misma conciencia y ahora parece que estamos más interesados en el futbol o en consumir que en pelear por las condiciones laborales, que parece que no nos importan.

P -¿Volvería a repetir la historia?

R - Cuando llegamos el primer día a Madrid parecía que ibámos de excursión y nunca pensamos que estaríamos allí seis meses y cuatro días. No sé si seríamos capaces a volver a vivir esa historia pero tal y como reaccionamos no me extraña que fuéramos capaces, por lo menos de intentarlo.

P - ¿Como están las cosas en este momento, en este 2012?

R - Hay dos frentes; por un lado la querella en la Audiencia por quiebra fraudulenta, que da verguenza que aún no hay fecha para el juicio después de 10 años de instrucción del juez Pedraz. Y por otro cómo hemos quedado los trabajadores. El último acuerdo que garantiza que bien por prejubilación bien por ayuda que los trabajadores puedan llegar a la jubilación en las condiciones que les correspondían, aún se firmó en el último Consejo de Ministros de Rodríguez Zapatero, uno de los visitantes de la acampada.

P - ¿Qué queda después de tantas emociones y sinsabores?

R - Lo más importante es ese espíritu de grupo que aún nos hace permanecer unidos, porque aún no hemos dicho la última palabra.

Dicen los expertos que las bestias negras convertidas en movimientos sociales a los que se tuvo que enfrentar el Gobierno de Aznar fueron tres; la movilización con el chapapote, el “nunca mais”, el grito mutitudinario de “no a la guerra” contra Irak y, sin duda, ninguna la protesta de los trabajadores de Sintel que experiementaron en primera persona la nueva política de privatización del engranaje público, que arrancó con una compañía puntera en el terreno de la telecomunicación.

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