¿De qué se habla con un violador?

Ana Cuervo Pollán

¿De qué se habla con un violador?

Vivimos en una sociedad patriarcal. Profundamente misógina que además involuciona. Todo lo que hace unos años eran conquistas, como siempre lentas y escasas pero más o menos seguras, ahora son arrebatadas por este gobierno.

Si la fatídica ley del aborto está ya más que aprobada, nos encontramos ahora con otro despropósito del Ministerio del Interior.

En la web del Ministerio del Interior, encabezado por un señor del Opus, en el apartado de “servicios al ciudadano” nos encontramos con una serie de medidas macabras para evitar la violación.

En una sociedad evolucionada, donde se cuente con un mínimo de sentido común, cuando nos encontramos ante este delito asqueroso y repulsivo, las instituciones combaten al culpable y proporcionan libertad y seguridad a la víctima. Aquí no. Aquí eximimos al culpable y enseñamos a la víctima a no “buscarse” problemas.

Las nueve medidas son claras y concisas y con un mismo denominador común: el paternalismo y el fomento del miedo en la víctima. Se nos aconseja que no transitemos solas por la calle y mucho menos por la noche, que si vivimos solas (como si fuera una excepción) no pongamos en el buzón nuestro nombre de pila, sino la inicial, que antes de bajar del vehículo (no sé si tengo que agradecer que nos consideren capaces de conducir) miremos a los alrededores, o que evitemos entrar en un ascensor donde haya extraños entre otras muchas medidas igual de paternalistas, culpabilizadoras y misóginas. Pero a mí la que más me ha inquietado hasta el punto, no metafórico, de revolverme las tripas es la que sigue: “Ante un intento de violación, trate de huir y pedir socorro. Si no puede escapar, procure entablar conversación con el presunto violador con objeto de disuadirle y ganar tiempo en espera de una circunstancia que pueda favorecer la llegada de auxilio o permitir su huida. Todo ello, mientras observa los rasgos físicos de su agresor, en la medida de lo posible”

¿Cómo que procure entablar conversación? ¿Qué se le dice a un violador? ¿De qué hablo? “Disculpe usted señor violador, igual es que yo estoy equivocada pero creo que no debería obligarme usted a mantener una práctica sexual que no deseo” ¿Sería algo así? ¿Y si no llegamos a un consenso, quién cede, señor ministro?

Como mujer, es decir, ciudadana de pleno derecho, no me puedo sentir más humillada, vejada y maltratada por parte de las instituciones. Nos quieren hacer sentir vulnerables, y quieren que recaiga sobre nosotras una responsabilidad que no tenemos. ¿Hay que enseñar a las mujeres a no ser violadas o a los violadores a no violar?

Desde luego, cuando viva sola no tengo ninguna intención a renunciar a mi nombre. Porque todas las medidas dadas se resumen en eso: en que renunciemos a nuestra propia identidad y autonomía. En depender de un acompañante, de alguien que nos proteja y nos cuide a nosotras, criaturas vulnerables, frágiles e indefensas... Pues no me da la gana. Combata al que nos vulnera.

Lo que exijo a las instituciones es que lejos de dirigir mi vida y mis actos, ofrezcan a nosotras y a los varones una educación afectivo-sexual integral y ética que enseñe que cualquier práctica sexual debe ser libre, segura y consensuada. Debemos educar en que “¡No!” siempre significa “¡No!” y que nunca se debe hacer o permitir que te hagan algo en contra de tu voluntad, y menos en algo tan íntimo y personal como es el sexo.

Esas son las recomendaciones que el Ministerio tiene que difundir, las que hablen de respeto a la integridad física y emocional de las mujeres y dejar a un lado los paternalismos más casposos.

Y sí, no vuelvo sola a casa. Pero confío en que la sociedad y el Estado radique la violencia sexual. Así que señor Ministro, si me quiere enseñar algo enseñe a los y las adolescentes a tener unos principios éticos, también en el ámbito sexual, tan simples y comprensibles como prevenir los embarazos no deseados y las enfermedades de trasmisión sexual. Así como dotarlos de mecanismos para expresar sus necesidades y preferencias sexuales y respetar y comprender la de los demás. Y enseñe a la sociedad en general que el que comete tal abominable acto lo paga y que él es el único culpable. No nos niegue a nosotras la libertad de algo tan sencillo como vivir solas, como reconocer nuestro propio nombre, como circular libremente.

Y acabo con la misma pregunta ¿Qué conversación se mantiene con un violador? Yo no tengo nada que negociar con quien me humilla. Señor ministro, reclúyalo a él, no le deje andar solo, no deje de vigilarlo, contrólelo, promueva la educación sexual, a mí déjeme en paz con mi nombre en mi buzón y mis idas y venidas, que no soy yo la criminal, la maltratadora, la indeseable. Eduque en el respeto al cuerpo propio y ajeno. Y converse usted con el violador. A mí llámeme para combatir el patriarcado, no para ocultar mi nombre, no para no poder ser libre. Que Dios lo bendiga, señor ministro, y que el Opus lo guarde. Ya cuido yo de mí y contribuyo a la libertad de todas las que seguimos siendo el segundo sexo.

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