“El mundo árabe era un agujero negro”

Isabel Rodríguez

Felipe Maraña (1953) dejó pronto su Bañeza natal para criarse en Sahagún, donde destinaron a su padre como guarda forestal. De esa localidad tomaría luego su apellido y a La Bañeza no volvería hasta el 68, de la mano del periodista bañezano Antonio Núñez -al que conoció en el concurso nacional de Coca Cola- que le invitó a pasar las fiestas del 15 de agosto en su casa. Estuvo interno en los Paúles de Villafranca del Bierzo de los 10 a los 15, cuando entró en el instituto Padre Isla de León. La beca American Field Service que consiguió dos años después para estudiar en Estados Unidos empezó a definir su trayectoria profesional. “Creo que aquella primera estancia en un pueblecito al lado de Chicago me marcó para siempre. Imagínate el momento: Vietnam, Nixon, Guerra Fría, movimiento de los derechos humanos...”, relata Sahagún. Miembro del Consejo Editorial del periódico El Mundo, su presencia en los medios se ha incrementado en los últimos meses para analizar las consecuencias de las revoluciones árabes.

En su formación como periodista tuvo mucho que ver Londres y Nueva York. ¿Qué le aportaron esas dos ciudades y el periodismo que en ellas se hacía entonces al periodista que es hoy?

A Londres llegué por vez primera en 1974. Informaciones disponía de un despacho en el nuevo edificio del Times y ello me permitía acceder al servicio de documentación y compartir agenda con varios corresponsales de otros países que trabajaban en la misma planta. Los grandes temas que ocupaban casi todo mi tiempo en aquellos meses eran las huelgas, la tensión en el Ulster y los conflictos surafricanos (Sudáfrica, Rhodesia...), donde la antigua metrópoli tenía enormes intereses. Me permitió conocer mejor Europa (el Reino Unido acababa de entrar en la Comunidad) y, sobre todo, el periodismo anglosajón, con fronteras mucho más estrictas entre la información y la opinión que el periodismo español, francés o italiano.

Ha sido enviado a diversas zonas de conflicto para informar sobre lo que allí ocurría y conoces en profundidad Oriente Medio. ¿Alguna vez pensó que viviría una revolución como a la que estamos asistiendo actualmente?

Durante unos meses, en 1979, la revolución jomeinista en Irán despertó esperanzas de apertura, cambio y libertad en Oriente Medio, pero muy pronto se vieron frustradas en un baño de sangre y represión que todavía no ha terminado del todo. A partir de los años 80, de la mano de un tunecino, Mustapha Tlili, que durante muchos años dirigió la Comisión Palestina de la ONU, recorrí casi todos los países del Norte de África y de Oriente Medio, y entrevisté a los principales dirigentes: Arafat en su exilio tunecino, Mubarak en El Cairo, Asad en Damasco.

Paralelamente, siempre con otro pasaporte, viaje en repetidas ocasiones a Israel para conocer la otra cara del conflicto, hablé con los dirigentes israelíes y palestinos, y pasé semanas en las bases militares de Galilea, en Jerusalén y en los campos de refugiados de Cisjordania y Gaza. Lo que estamos viviendo en la región desde que saltó la chispa en Túnez el 15 de diciembre es otro movimiento histórico, mucho más complejo y heterogéneo que la revolución democrática de finales de los 80 y comienzos de los 90 en Europa central y oriental, tras la caída del Muro de Berlín. Salvo que la democratización sea un proceso reversible y exclusivo de determinadas culturas, regiones o religiones, cosa que nunca he creído, el mundo árabe era un agujero negro donde, tarde o temprano, tenía que prender la llama.

¿Hasta qué punto España se ha visto obligada a apoyar la intervención en Libia?

Formalmente, nadie ha obligado al Gobierno español a apoyar la intervención como lo ha hecho y los F-18 que ha enviado para ayudar a mantener la zona de exclusión aérea tienen la orden de no disparar contra objetivos terrestres, pero no participar en una misión en el Mediterráneo al lado de Francia, el Reino Unido, Italia y los EE.UU. para evitar otra matanza de civiles en Bengasi y la consolidación de una dictadura como la de Gadafi habría debilitado seriamente la posición española en nuestras áreas prioritarias de interés y de influencia. Así lo han visto el Gobierno, el PP y el 99 por ciento de nuestros diputados.

La intervención se produce en Libia, pero no en Bahrein, donde también había en ese momento una fuerte represión, o, por ejemplo, en Costa de Marfil donde se estaban produciendo grandes matanzas. ¿Cómo se explica este doble rasero?

Es evidente el doble, triple o múltiple rasero que aplican todos los actores internacionales al intervenir o no en conflictos. Es consecuencia lógica, aunque no nos guste, de los intereses, las circunstancias y los riesgos diferentes que están en juego en cada caso. Intervenir en Bahrein para apoyar la caída del régimen suní sería hacer un regalo estratégico al principal adversario de Occidente en la región, que es Irán, algo que nadie en su sano juicio entendería.

El caso de Costa de Marfil es totalmente distinto. La Comunidad Internacional debió intervenir con rapidez y firmeza cuando, tras las elecciones de noviembre del año pasado, reconoció la victoria y la legitimidad para gobernar de Ouattara, el opositor al presidente Gbagbo. Retirar el reconocimiento al presidente y no obligarle a ceder el poder al candidato vencedor fue un gesto de debilidad que Gbagbo aprovechó para atrincherarse. Si la potencia con bases militares en Costa de Marfil hubiera sido los EE.UU., en vez de Francia, seguramente la situación no se habría deteriorado como lo ha hecho. Cuando Francia decidió sacar a sus soldados de las bases, ocupar el aeropuerto y ayudar en serio a los cascos azules ya era demasiado tarde.

Wikileaks pidió a la Administración estadounidense que señalara qué contenidos ponían realmente en peligro la seguridad nacional y no respondió

¿Qué papel tienen los medios de comunicación en la política exterior de un país, y en concreto del nuestro?

Los medios de comunicación tradicionalmente han seguido el dedo del poder en política exterior. Cuando, en un conflicto, se produce un vacío de poder, los medios pueden ocuparlo y, mostrando imágenes dramáticas en televisión, forzar a los Gobierno a intervenir. Es lo que conocemos como el efecto o síndrome CNN, hoy amplificado por las otras televisiones globales e Internet, pero es la excepción. Lo normal es que los medios sigan al poder y no al revés. En España quizás es menos obvio ese seguidismo por la sencilla razón de que la política exterior recibe muy poca atención en los medios, en comparación con la interior.

¿Qué ha representado Wikileaks para la administración estadounidense y, en general, para el concepto de la diplomacia exterior?

Si nos atenemos a las palabras de miembros destacados de la Administración Obama, como el vicepresidente Joe Biden, la filtración masiva de documentos secretos y reservados del Estado es una acción terrorista. Los diplomáticos, lógicamente, han visto su trabajo, destinado exclusivamente a sus superiores, en las portadas de los periódicos de todo el mundo. Su capacidad para arrancar opiniones sinceras a partir de ahora se verá reducida. ¿Quién se va a confesar sin la seguridad de que lo que dicen no será del dominio público? Como periodista, creo que ha sido muy positivo conocer el contenido de esos documentos, aunque sólo se han publicado poco más del 10 por ciento del material disponible. Por cierto, Wikileaks pidió, antes de filtrarlos, a la Administración estadounidense que señalara qué contenidos ponían realmente en peligro la seguridad nacional y la Administración no respondió.

Desde su papel como profesor en la Universidad Complutense de Madrid, ¿qué intenta inculcar a los jóvenes periodistas?

Después de casi 32 años de docencia universitaria, mi aspiración sigue siendo la misma que la de la primera clase, en 1980: compartir con los estudiantes los conceptos básicos de la sociedad internacional y guiarles en la búsqueda de respuestas a los principales desafíos internacionales con las herramientas del periodismo, que han cambiado sustancialmente en dos generaciones. Me importa mucho más enseñar a aprender que transmitir contenidos, hoy a disposición de los alumnos en mil sitios sin ir a la universidad. Me importa mucho predicar con el ejemplo, generar vocación y entusiasmo por lo que se hace, la neutralidad política, la independencia de los partidos, la ética...

Conoce bien los dos medios de comunicación, el público y el privado, ambos desde puestos de responsabilidad. ¿Qué diferencia el trabajo en cada uno de estos ámbitos?

Yo me he sentido a gusto en los dos y he vivido, lógicamente, muchas situaciones desagradables en los dos. Si hablamos de periodismo duro, de investigación, de primeras trincheras, creo que los medios privados siempre han ido por delante, muy por delante. La diferencia, en cualquier caso, no la da la naturaleza pública o privada del medio, sino las condiciones concretas de cada medio y la calidad profesional de sus responsables y de sus redactores.

La revolución tecnológica requiere un periodista multifuncional y versátil. ¿Esto ayuda en algo a la información o es solo la regla del máximo ahorro?

Me temo que estamos condenados desde hace años a esa deriva hacia el periodista todo terreno. En realidad, los corresponsales extranjeros siempre fueron profesionales multifuncionales. En los periódicos provinciales, donde la especialización nunca ha sido fácil, lo saben muy bien. Lo que sucede ahora es que se pide a cada profesional que escriba, grabe, fotografíe, monte, edite en todos los formatos, participe en todos los medios... Mi respuesta es que el día tiene 24 horas y entre 6 y 8 se necesitan para dormir, dos o tres para comer y alguna para descansar. Si una persona dedica horas a hablar por móviles, Facebook, etc, son horas que no está leyendo, estudiando e investigando. Conclusión: mientras no me resulte imprescindible, no tengo tiempo para tuitear ni para Facebook.

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