“Hay enfermos. Hay profesionales. Hay humanidad”

Una mañana los dolores de estómago cada vez son más continuos. Como si el tren en el que viajas no tuviera paradas, tu médico te dice que estás en un estadio 4.

Años de deriva en oncología, días infinitos de ingresos hospitalarios, escáner tras escáner, los nervios de las esperas de los controles de rutina, los ciclos de quimio, múltiples operaciones,... hacen que la enfermedad parezca un tiovivo física y emocionalmente.

Odias los hospitales y a la vez en cada mirada de tu médico esperas esas buenas noticias de que la enfermedad no está activa, como si fuera a obrar un milagro sabiendo desde el primer minuto que tu diagnóstico es terminal.

Cuando una persona lleva años con una enfermedad terminal, día tras día con dolores pero a la vez con tantas ganas de vivir, parece que el desenlace nunca llega. Y tras tanta lucha, el final llega. Los años van pasando y tu esperanza de vida se agota.

Cuando llega ese momento lo que más preocupa es el sufrimiento que la agonía puede provocar al paciente principalmente, y el recuerdo que le quedará a su familia. En ese instante, nace un luchador que se encara al testamento vital, aquel en el que decides como quieres que sea tu final. Decides marcar las casillas que alivien tu dolor, que te desconecten de cuantos medios artificiales soporten tu vida, intentando que la muerte sea lo más digna posible. Todo está preparado, quien quieres que esté contigo en tus últimos momentos, tu propia incineración, qué hacer con tus cenizas,... hasta das de baja tu propia línea móvil, como si de una broma macabra se tratara. Ese ingreso sin vuelta a casa ha llegado. Los dolores son inaguantables.

Hay enfermos. Hay profesionales. Hay humanidad.

Cada enfermera que pasa te da un abrazo, unas palabras de consuelo. Tu médico que sí sabe tu nombre, te mira a la cara y te pregunta : “Carmen, ¿qué puedo hacer por ti?” Y cumpliendo todos los requisitos para poder sedarte, determinas el día para que los que están fuera, lleguen a despedirse, y para conocer en una ecografía a tu nieta.

Te sientes una privilegiada. A veces la gente muere sola en un desierto, o llena de dolores en una calle concurrida en la que nadie se para a mirarte. Tú estás en una cama articulada, con tu médico, tu enfermera y tu familia. Miles de abrazos y besos, risas y muchas lágrimas, las palabras pierden importancia. Solo quieres dormir.

Es sábado, hace un día precioso. El día libre de tu médico. Sin embargo ha quedado contigo a las 10.00 de la mañana. Los minutos pasan muy deprisa. El tren va muy rápido. Mientras la enfermera alivia tanto sufrimiento, el médico te acaricia. Te da paz, te da tranquilidad. Te dice que te va a acompañar hasta el final. No va a moverse de allí, de tu lado.

El sueño llega, la respiración se va haciendo tranquila. Cada vez más tranquila. Tu familia te acompaña, te da la mano, te acaricia. Es un sueño muy agradable. El dolor desaparece.

Enfermeras y enfermeros siguen allí. Ofrecen tilas, bocadillos a la familia para la espera. Tu médico también sigue contigo, te sigue mirando a la cara, dirigiéndose a ti por tu nombre. Saben que estás dormida, que no eres un trozo de carne. Nos aseguran que no sufres. La verdad es que pareces tranquila.

Han pasado 12 horas cuando te vas. Tu médico sigue allí, para darte la mano con suavidad y la despedida final.

Hay profesionales que más allá de su trabajo, de sus funciones y de sus obligaciones, socorren, ayudan. Es solidaridad, es cariño y respeto por la vida y por la muerte. Es HUMANIDAD.

Solo podemos decir GRACIAS al Equipo de Paliativos Oncológicos del Monte San Isidro y pensar que cada instante valió la pena. Ojalá todos pudiéramos tener a alguien como vosotros a nuestro lado cuando llegue el momento. Gracias especialmente a su médico. Gracias por regalar tu tiempo libre a Carmen. No os olvidaremos jamás y seguro que ella tampoco.

*** Se han omitido nombres en los agradecimientos, con el único objetivo de preservar su intimidad y mantener el anonimato.

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