El cabreo de la gente con el turismo

Polémica terraza en la plaza de las Palomas de León.

Javier Pérez

No voy a buscar el dato porque hecha la estadística, hecha la trampa; pero el peso del turismo en el Producto Interior Bruto español rondaba, antes de la pandemia, el 12,5%. O sea, una verdadera barbaridad. Una locura.

Sin embargo, cada vez se escuchan más voces en contra de privilegiar esta actividad, e incluso en ciudades como la nuestra, lejos de los circuitos principales, pero cada vez más visitada, observo que mucha gente se cabrea con que partes de nuestros barrios se orienten a los turistas, dando de algún modo la espalda a los aborígenes.

Hay quien dice que esto se debe a rasgos atávicos transmitidos desde la rosca de la boina, xenofobia encubierta, o sanchopanzismo ilustrado. Algo habrá. Pero creo que la realidad es mucho más simple en este caso: lo que se esconde tras el odio al turismo es una simple norma estadística, la que vincula el número de personas que se benefician de este fenómeno y los que sufren sus consecuencias.

Lo siento, amigos, pero creo que no hay mucho más que rascar: en los lugares donde una importante parte de la población vive del turismo y de las actividades relacionadas con los visitantes foráneos, la tolerancia a los daños y molestias que estos causan es mucho mayor.

En Canarias, hasta un tercio de la población, tirando por lo bajo, vive de alguna actividad vinculada al turismo, con lo que los canarios se toman con deportividad y buen humor las aglomeraciones, las borracheras, y lo que haga falta. En Barcelona o Madrid, sin embargo, el turismo no genera más que el tres o el cuatro por ciento de los puestos de trabajo, con lo que la inmensa mayoría de la población sufre el ruido, ve sus calles atestadas y padece los precios engrosados de los alquileres y las pizzerías sin obtener prácticamente nada a cambio.

Se trata de un caso más de las famosas externalidades: unos pocos cosechan los beneficios mientras transmiten al resto, todos, los perjuicios de su actividad. Como si se tratase de una carretera plagada de camiones o del humo de una fábrica, que da trabajo a quinientas personas pero atufa a las otras trescientas mil. Es el mismo problema, por más que lo queramos pintar de sociología woke.

Los impuestos, se supone, deberían corregir este desfase para que todos aprovechasen el beneficio de esos pocos. Y en teoría lo hacen. Pero como en la práctica sabemos que la parte más gruesa de los impuestos se la lleva el Estado, y el Estado se gasta ese dinero donde quiere y no donde las molestias se producen, los habitantes de las zonas más presionadas por el turismo perciben que ellos sólo sufren los perjuicios mientras cuatro empresarios de la noche y tres monopolistas del chiringuito se forran los bolsillos.

Y así es como la gente se encabrona. Tampoco tiene más misterio. No vale la pena imputar a mala fe lo que sólo es mirar el interés propio.

___Javier Pérez Fernández fue director durante diez años de la revista Campus, en la Universidad de León, y es un escritor leonés con diversos galardones literarios. En 2009 ganó el Premio el Fungible, de Alcobendas, con la obra No malgastes las flores, calificada como uno de los más originales relatos de fantasmas españoles de las últimas décadas. Su última publicación es Catálogo informal de todos los Papas, de 2021.

No malgastes las floresCatálogo informal de todos los Papas

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