18 años mostrando al mundo una fuerza descomunal

Familia Jiménez de Astorga

M.A.Reinares/Astorgaredaccion.com

La familia nos ha citado en su casa permitiéndonos entrar en su intimidad, en el frescor de su jardín mimado por Encarna, la matriarca, donde los forzudos, que en cada aparición pública se retan a sí mismos desafiando en algunos casos a la vida misma, se revelan como humanos que en el trasfondo de sus proezas está el dolor. “La gente se tiene que dar cuenta que arrastrar 1.400 kilos con el pene duele, un día en Asturias tuve una hemorragia”, asegura Luis de 62 años, quien ha iniciado a sus hijos Bily -40 años- y Sandra -32 años- en el arte del Kung fu y ahora entrena a sus nietos Christian -19 años- y Desiré -17 años- que ya son capaces de mover furgonetas y pesos de 1.000 kilos.

La imagen que todos guardamos en la retina de los Jiménez, la familia que desde hace casi 20 años lleva el nombre de Astorga por todas las televisiones y rincones de España, se resume en el arrastre de pesos imposibles con la coleta o la perilla, en la punta de la lanza en el cuello a escasos centímetros de la traquea o la piedra sobre los testículos para romperla con una maza. Es la parte más visible del espectáculo que se ha ido 'cociendo' a fuego lento durante años y muchas horas de entrenamiento físico y mental para saber dónde está el límite. “Quiero descubrir hasta qué punto puedo llegar”, explica Luis, “el límite es como un trapo mojado del que tiras con las dos manos y ves que hay un momento en el que se va a partir, hasta ese momento aguanto el dolor. No tengo problema en coger un punzón de hierro y traspasar la piel o la boca de lado a lado. Esto se consigue con mucho entrenamiento, trabajando con la mente y diciéndome que tengo que superar el dolor, porque claro que me duele. Ahora ya no puedo mover 12.500 kilos con los diente porque me faltan casi todos por hacer animaladas, me he roto dientes doblando barras de hierro”.

La gente se tiene que dar cuenta que arrastrar 1.400 kilos con el pene duele, un día en Asturias tuve una hemorragia

El flamenco y el kung fu

Lo que para el común de los mortales es una locura, para Luis supone una superación constante y una manera de entender y vivir la vida, “esto es parecido al flamenco, yo me canto unas rumbas, unos fandangos, unos tarantos, unas alegrías y me levanta la moral. El kung fu me quita las penas, me relaja. He aprendido a aguantar el hambre, la sed y los dolores”. A lo largo de la conversación el flamenco y el kung fu van entretejiendo el hilo de los recuerdos. ¿Dónde estaría ahora Luis si hace 40 años, cuando estaba en la cresta de la ola con el grupo 'Los duendes de la rumba' y se relacionaba con la gente famosa del espectáculo, hubiera aceptado la oferta de una discográfica francesa?

“No me interesaba la vida del espectáculo porque si me hubiera ido no hubiera vuelto”, asegura este hombre con un profundo sentido de la familia. Recuerda con gran precisión el día en que la discográfica francesa llamó por teléfono “al bar de Cuatro Caminos, donde Julián, el cuñado de Horacio” para proponerle grabar un disco, fue la misma época en la que rechazó ir a Lucerna “con la condición de que iba a triunfar y a ganar mucho dinero. No fui ni a Francia ni a Lucerna, me quedé con el kung fu que me gustaba más”.

El deporte y las artes marciales han encauzado a Luis a llevar una vida pacífica, “mis maestros me han enseñado que el kung fu no se debe utilizar para matar ni pegarse con la gente, sino para concerte más a ti mismo. Además de practicar elasticidad, flexibilidad, rapidez, concentración, meditación o equilibrio, tenemos unos días para hacer limpieza de mente”. Con los años, el patriarca de los Jiménez ha llegado a convertirse en maestro internacional y campeón del mundo de wing chun, la rama del kung fu que enseña a saber utilizar la fuerza, la potencia, la resistencia y a saber superar el dolor.

La fascinación del hijo y el nieto

Para Luis ya se acabaron aquellos años en los que el gimnasio ocupaba cinco y seis horas diarias. Fueron los años en los que por sus clases pasaron varias generaciones de astorganos para aprender de su sabiduría. Ahora con su familia “nuestro gimnasio es cualquier sitio donde haya un trozo de campo”, como el que está al lado de su casa desde que el que se ven esas impresionantes puetas de sol con el Teleno como testigo.

En el coqueto jardín, muy cerca de un pequeña bicicleta de hierro preñada de macetas con flores están apoyadas las piedras preparadas para el espectáculo de las fiestas de Astorga, no distan mucho de la mesa donde han colocado las catanas y las lanzas. Nada chirría en el microcosmos de los Jiménez, todo encaja en esta familia donde los más pequeños aprenden desde bien trempano que su padre o su abuelo es..., digamos, particular. “Cuando vi la primera vez a mi a padre en una exhibición de kung fu, hace aproximadamente unos 33 años, me sorprendí, porque me di cuenta que los padres de los demás niños que iban al colegio se dedicaban a otras cosas y no a romperse piedras en el estómago. Pensé que era un súperhombre”, asegura Bily, el hijo mayor.

Primero fascinó a su hijo y después a sus nietos. A Christian no se le ha olvidado jamás el primer consejo de su abuelo, “me dijo: 'tómatelo con calma porque esto no es de un día para otro”. Sé que me quedan muchos años para llegar a ser como mi abuelo o superarle, porque voy a intentarlo“. La ambición del joven Christian encuentra inmediatamente respuesta en el abuelo: ”esto cuesta muchísimo trabajo, es una carrera. Yo tengo 62 años, llevo 42 practicando kung fu y si alguien me preguntara qué conozco de las artes marciales, mi respuesta sería: apenas nada“.

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