La policía de los sentimientos

La vieja del visillo. // RTVE

Javier Pérez

Ya me molestaban bastante los policías de la moda, esos que iban diciéndote lo que tenías que ponerte y lo que estaba pasado de fecha, el color que se llevaría este año y si era mejor afeitarse o no las patillas. Simplemente eran unos pelmas sin remedio, pero se les podía tolerar.

Luego vinieron los policías de la corrección política, un grupo de gente cuya mayor aspiración es mandar callar a los demás, por activa, por pasiva, de manera expresa o tácita, siempre que lo que dices no coincida con su programa político, su visión del mundo, o su software cerebral. No te dicen que opines otra cosa: lo suyo es decirte que te calles.

Y ahora, como siguiente (que no última) vuelta de tuerca, nos encontramos a la policía empática, esa gente que te dice con quién tienes que empatizar, por quien tienes que compadecerte y a quien tienes que apoyar para no ser un desalmado. Porque ser víctima te da la razón y ser pobre es una condición moral que te convierte en mejor persona.

Y me jode.

Porque igual que visto como quiero y me expreso como mejor creo, reservo mi empatía para quien buenamente me parece, sin sentirme obligado a la lagrimita fácil, la compasión forzada ni la solidaridad con el perrito cojo o las amiguitas de Heidi.

A las palabras obligatorias, se suman los sentimientos obligatorios. Es repugnante. Hemos llegado al triunfo del ternurismo de Marco y su mamá, pero para adultos: puñetera pornografía de los sentimientos en la que, como en cualquier pornografía, se abusa de la exhibición de pulsiones primarias para obtener efectos forzosos.

Empatizo o no con el gato al que asustan los petardos, si quiero, y con el urogallo fantasma que anida en un parque eólico. Empatizo o no, si quiero, con el obrero al que le metieron un ERE, mientras a los de mi entorno les recomiendan dar conciertos. Empatizo o no, según me parezca, con el magrebí que salta una verja y cree que ese es mérito suficiente para obtener un premio. Empatizo o no, según vea, con el divorciado al que no le permiten ver a sus hijos y con la mujer a la que no le llega en tiempo y hora la pensión. Empatizo o no, según me dé, con el treintañero que aún vive en casa de sus padres, con la pareja que insiste en vivir en Madrid aunque el sueldo sólo les permita pagarse el alquiler de una carbonera. Empatizo o no, a mi buen entender, con el que boicotea los productos de una región, con el policía que cobra menos que un colega regional, y con los que exigen o se oponen a un trasvase.

Y si no empatizo con alguno de estos casos, los traficantes de abrazos tienen tanto derecho a llamarme desalmado como tengo yo a llamarles a ellos gilipollas.

Y si no, que me manden un manual de cómo dar abrazos y a quién se los debo.

___Javier Pérez es un escritor leonés que ha ganado, entre varios, el premio Azorín en 2006 con La Crin de Damocles y ha publicado 16 libros. El último Catálogo informal de todos los Papas en 2021.

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