Castilla y León es mentira

Un mapa de la Región Leonesa que deja claro su espíritu.

Soy zamorano, ergo leonés. Así, sin matices ni medias tintas. No castellano-leonés. No 'castellano'. LEONÉS.

Y me repatea la bilis, las entrañas y los recuerdos ver cómo día tras día, año tras año, siguen llamando a Zamora, a León y a Salamanca, 'castellanas' o castellanas-leonesas. Como si la precisión histórica fuera un capricho y no una OBLIGACIÓN; como si nuestra identidad tuviera que diluirse para comodidad de los de fuera, o para la desidia de los de dentro. Estoy harto, y hay que decirlo alto y claro, aunque duela, aunque moleste: ser zamorano no es ser castellano, por más que lo cacareen instituciones, historiadores apoltronados y etnógrafos indolentes con el mismo tono monocorde que emplean para hablar de Iberia y de Atapuerca.

Los zamoranos somos de León. Punto. Nuestra tierra, nuestras raíces, incluso nuestra maltratada lengua pretérita –tan distinta, tan propia; recia, austera y hermosa como la escarcha que cubre los campos al amanecer– no son las de Castilla, ni la de ese engendro administrativo llamado Castilla y León que tan bien sirve para diluir lo leonés en una sopa insípida de nombres y de historias tergiversadas. Porque lo que hoy llaman 'Castilla y León', ese monstruo político nacido de la desgana y el cortapega de los despachos de Madrid, jamás fue una realidad antes de 1983. Antes, Zamora era Zamora, León era León y Salamanca era Salamanca; provincias de un Viejo Reino, con sus fueros, sus costumbres y su dignidad.

Uno pasea por Zamora, por sus campos, por sus pueblos. Escucha el hablar de la gente mayor, mira los nombres de los valles y los ríos, y sabe –siente, como se siente el frío en los huesos en febrero– que no está en Castilla. No porque tengamos nada contra los castellanos, que cada cual defienda lo suyo, sino porque nuestro ser no se explica ni se entiende bajo la sombra de Burgos, Valladolid o Palencia. Porque lo nuestro se remonta a los tiempos del Reino de León, a cuando la tierra era libre y los concejos elegían representante y los fueros eran leyes que emanaban del pueblo. Somos herederos de Alfonso IX, no de Fernando III.

Un relato oficial para las estadísticas

Pero, ay, qué fácil es para las instituciones barrer bajo la alfombra todo aquello que molesta, que complica el relato oficial. Un relato redactado para las estadísticas, para los mapas de colores, para los libros de texto que prometen la unidad y la homogeneidad como virtud. Zamora, León y Salamanca, convertidas con la firma de un Real Decreto en 'castellanas', o en castellano-leonesas, como si meter palabras en una coctelera fuera suficiente para crear una identidad. Como si las raíces, la lengua, la memoria popular no fueran más que estorbos, residuos incómodos para el Archivo General del Estado.

Los historiadores, tan acostumbrados a repetir fechas y cifras, a citar en pie de página a los mismos de siempre, siguen el juego. Se colocan ante el mapa y marcan con el rotulador lo que su manual dice, nunca lo que vivieron sus padres ni lo que cuentan los ancianos de los pueblos. Para los etnógrafos, la cultura zamorana es “subsistema castellano-leonés”, como si la resistencia de nuestras tradiciones fuera una anomalía, un accidente. Los políticos, tan atentos a las encuestas como inmunes a la Historia, rediseñan las banderas y los estatutos, y aplauden al que mejor omite lo leonés y mejor exalta lo ajeno.

¿Y qué es eso de castellano-leonés? Una entelequia. UNA PUÑETERA MENTIRA. Una ficción administrativa que sólo existe en el BOE, nunca en la conciencia de los zamoranos. Los que escriben “castellano-leonés” en libros, informes y actas sólo demuestran que nunca han cruzado la frontera del Duero en invierno, nunca han compartido viandas en una feria antigua de Tábara o Sanabria, nunca han preguntado qué significa 'chepa' o 'cachuelo', nunca han escuchado el lamento de la gaita sanabresa. Porque de haberlo hecho, sabrían –sentirían, de nuevo, como se siente el frío– que no hay castellano-leonés, sino leonés. Que Castilla y León es dos tierras, dos historias, y que Zamora pertenece por derecho, por memoria y por fuerza, al Reino de León.

El problema está en la pereza. La misma pereza que convierte las historias de frontera en anécdotas, las lenguas en dialectos y las costumbres en excentricidades para turistas. Por esa pereza se acepta un nombre que no es el propio, y se castellaniza lo leonés para que encaje en la foto del día. Zamora existe, León existe, Salamanca existe. Que no te borren. Que no te callen. Aquí se lucha por cada sílaba, por cada recuerdo, por cada frontera, como en una novela de las que acaban mal.

Los zamoranos no somos castellanos

Los zamoranos no somos castellanos. Somos zamoranos. Somos leoneses. Y es hora de recordar —de exigir— ese reconocimiento. Porque la dignidad no está en los libros de texto, sino en la voz del pueblo. Porque la memoria no se alquila ni se vende, y mucho menos se cambia por conveniencia política. Porque, aunque ahora digan castellano-leonés, lo que queda, cuando escarbas, es lo zamorano, es lo leonés. Como la piedra de una iglesia vieja, que resiste aunque le pinten encima.

Que se enteren bien los políticos (PP-VOX-PSOE-IU-Podemos) los burócratas, los académicos y los cronistas: ni la Administración, ni la Junta, ni los expertos de despacho pueden cambiar lo que somos. Zamora no es Castilla; Zamora es Zamora, es León. El invento de 'Castilla y León' es eso: un invento. Un pegote, un error, un despropósito que sólo beneficia a quien pretende homogeneizar España para venderla como monolito de cartón piedra. Que revisen documentos, que lean las crónicas, que escuchen a los que saben: lo zamorano nunca fue castellano. Lo leonés nunca fue apéndice, ni subespecie, ni 'subsistema' de nada.

Basta ya de llamar a lo zamorano 'castellano' o castellano-leonés. Basta ya de mentiras castradas, de historias mutiladas, de nomenclatura bastarda. Zamora es Zamora. León es León. Salamanca es Salamanca. Y si esto molesta, peor para ellos. Porque aquí, en la frontera vieja, seguimos cuidando nuestra raíz, nuestra memoria y nuestro ser. Los zamoranos somos leoneses, y a mucho orgullo, aunque les duela.

Así, pues, que quede claro y que nadie lo confunda: quien llama 'castellano' a un zamorano, miente. Y quien vende el cuento de castellano-leonés, no sabe, o peor aún, no quiere saber. Y sólo por eso, merece el desprecio sin remilgo de quien conoce la Historia y la tierra, y la defiende como se merece.

Zamorano y Leonés hasta el último aliento, SIEMPRE.

Gustavo Rubio Pérez es conocido en las redes como Gus Cornell Weiland y esta opinión se publicó originalmente en el grupo de Facebook 'NÓS Terra Maire'

Etiquetas
stats