El apocalipsis de los insectos

Una tela de araña vacía.

Pablo Francescutti / Agencia ICAL

Imaginemos un planeta sin insectos: de noche no se oye a los grillos ni a los búhos que se alimentaban de ellos. Los cultivos, los árboles frutales, las flores: las plantas que valoramos deben polinizarse a mano en tanto no quedan abejas, con el inevitable derrumbe de la producción. Las pasturas se asfixian bajo el estiércol acumulado debido a la desaparición de los escarabajos y las moscas que los descomponían. Solo se salvaron los mosquitos, favorecidos por el cambio climático; gracias a ellos la malaria se ha expandido a las zonas templadas; y también los pulgones, que devoran frutas y hortalizas sin temor a sus depredadores, mariquitas y tijeretas, hoy inexistentes.

Este es el crítico panorama que nos espera en pocas décadas si no variamos la tendencia en curso. Lo augura Dave Goulson, biólogo de la universidad de Sussex (Reino Unido). En su libro Planeta silencioso, describe minuciosamente el apocalipsis en ralentí del mundo de los insectos y aporta diversas hipótesis sobre la extinción de ciertas especies y la reducción de las demás poblaciones. A continuación, hace un apasionado llamamiento en su defensa, justificado en parte por la dependencia que tenemos de ellos; pero también por la devoción que siente por estas increíblemente diversas formas de vida y el sentido moral que obliga a velar por su existencia.

Cuantificar el declive de los insectos no es fácil: nadie sabe cuántas especies existen, aunque se calcula que unos cinco millones. Una cosa es percibir que los bichos ya no se estrellan en el mismo número contra nuestros parabrisas, y otra muy distinta probar con cifras su desaparición. De ahí que Goulson se apoye en los escasos estudios parciales relativos a la ausencia de determinadas especies en ciertos lugares —los de la mariposa monarca figuran entre los más conocidos— para especular con que en Europa el 50 % de los insectos habrían desaparecido desde 1970.

Los escépticos invocarán las enormes lagunas en la materia para no compartir su alarma; los precavidos, en cambio, verán motivo suficiente para tomar medidas sin esperar a completar toda la información.

Conocer más a estos animales para apreciarlos

Goulson, especialista en abejorros y autor de otros exitosos libros de divulgación, no se contenta con elaborar un pronóstico científico y denunciar la situación; unas cuantas páginas de su obra contienen guías prácticas de acción para remediarla, que van desde consejos para mejorar la vida de los insectos con nuestras plantas del balcón, hasta propuestas de un radical cambio en la gestión de los espacios naturales, sin olvidar sugerencias de intervención parlamentaria y electoral.

En última instancia, sus recetas se reducen a una sola: el decrecimiento. Reducir nuestro consumo excesivo de alimentos, devolver al estado natural buena parte de los millones de hectáreas dedicadas a la agroganadería, suprimir los pesticidas y los fertilizantes industriales, entre otras drásticas medidas, se le antoja la solución definitiva a la amenaza que nuestro modo de vida plantea a los insectos.

Cuantificar el declive de los insectos no es fácil: nadie sabe cuántas especies existen, aunque se calcula que unos cinco millones

En las huellas de Rachel Carson y su histórica denuncia del insecticida DDT —lo evidencia el título de su libro—, el biólogo británico ve en los pesticidas el gran enemigo de la mayoría de los invertebrados, capaz de penetrar los espacios protegidos y diezmarlos. El otro peligro lo plantea la expansión de la agroganadería y la urbanización de lugares silvestres: cada metro cuadrado de humedal secado o de bosque talado conlleva la muerte o el acorralamiento de sus moradores. Y advierte de las sinergias negativas de estos factores con el cambio climático: las tormentas, inundaciones y sequías se multiplicarán en perjuicio de la microfauna de las zonas afectadas, si bien reconoce que algunas especies se beneficiarán del calentamiento global.

Avezado divulgador, Goulson no desaprovecha la oportunidad para enriquecer nuestro conocimiento entomológico. Habla con enorme entusiasmo del papel polinizador de los abejorros y sabe compartir su asombro ante los zánganos que se impregnan del aroma de las orquídeas para resultar sexies; las hormigas melíferas que atesoran néctar para el deleite de los aborígenes australianos; los insectos palos capaces de copular 79 días seguidos; las polillas que chupan las lágrimas de las aves dormidas; o la mosca que produce espermatozoos 20 veces más largos que su cuerpo.

Es, en esencia, una lección de educación ambiental necesaria en una época en donde el contacto directo con los insectos se ha reducido a mínimos, mientras persiste la repugnancia y el rechazo hacia estos diminutos animales esenciales para nuestra supervivencia.

Etiquetas
stats