'Las políticas hidraúlicas: entre la frivolidad y la corrupción'

Javier Martínez Gil

Javier Martínez Gil

I.- PANORAMA GENERAL

Hay un dicho popular que afirma: “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, Personalmente, llevo dedicándome de forma ininterrumpida a los temas del agua desde el año 1963, que es cuando acabé mis estudios en la universidad. Desde entonces he trabajado en la Administración hidrológica primero, y en la universidad después, ocupado en las cuestiones hidrológicas del país, siempre polémicas.

Me ha tocado conocer problemas como los del trasvase del Tajo al Segura y pretendidas revoluciones como las de la nueva ley de Aguas de 1985, que vino a hacer preceptiva la “planificación” hidrológica, con su ilusa promesa de resolver “de una vez por todas” los problemas del agua en el país, algo así como una varita mágica, como un “pedid agua, que se os dará” porque hay para todos. La varita mágica sería un plan faraónico de obras, que venía dejar cortas las denostadas políticas hidráulicas de la etapa franquista, que a su vez eran políticas en su mayoría heredadas de unas cuantas décadas anteriores.

En realidad, lo que bajo su retórica buscaba la planificación era instaurar un estado permanente de grandes obras, ignorando que más allá de un límite la apetencia por el agua no tiene otra solución que la mesura; es decir, la moderación. Esa falta de moderación, ha presidido desde entonces las políticas hidráulicas españolas, que han sido siempre políticas de la gran oferta, que no han querido hablar de costes, de quien los paga, de consecuencias ambientales, desordenes causado ni de afectados.

Me ha tocado contemplar a lo largo de más de cincuenta años la elaboración de grandes proyectos hidráulicos que nunca han llegado a ser ejecutados, como los del trasvase del Ebro a Barcelona y a Sagunto de principio de los años setenta, y otros muchos más, que sí bien llegaron a ser ejecutados acabaron siendo inútiles, porque estuvieron mal planteados, con excesiva frivolidad y desmesurado electoralismo político y intereses ocultos no confesables, que no llegaron a cumplir la función que pretendió justificarlos.

En general casi todos los grandes proyectos hidráulicos han acabado con unos sobrecostes económicos desmesurados que el ciudadano ignora y ni siquiera imagina; baste citar como primer ejemplo el caso del gran túnel del Talave (34 km), la obra más relevante del sistema trasvase del Tajo al Segura, que acabó costando diez veces más de lo presupuestado. Pese a todo no es más que una anécdota

Todos los grandes proyectos hidráulicos han nacido prometiendo unos parabienes para el conjunto del país en general, y para las regiones afectadas en particular, que no se han dado, y menos aún en las zonas directamente afectadas por el impacto negativo de esas obras, pues nunca ha habido un reparto equitativo de los beneficios, empezando por los hidroeléctricos. El pagano final han sido siempre las arcas del estado; es decir, todos en general y ninguno o muy pocos en particular, a costa de recortes no definidos en otras prestaciones sociales y de la elevación de los impuestos.

Entre los muchos proyectos fruto de esa “frivolidad”- que es la palabra que mejor define los fundamentos de la gran política hidráulica en España de las últimas décadas- hay que citar el ya referido trasvase del Tajo al Segura, ejecutado en los años sesenta y principio de los setenta, para trasportar un volumen anual de 900 hm3, cuando en la realidad apenas ha podido superar los 300 hm3 y ha sido la causa de importantes conflicto. El coste de medioambiental y social de esa obra h sido muy grande, y el económico incalculable si se le añade la construcción previa obligad de los dos grandes embalses del Tajo, Entrepeñas y Bunedía. Los costes energéticos de elevación del agua para superar el obstáculo de la Sierra de Altomira que habría de ser recuperados en el camino hacia las tierras de La Mancha no se llegó hacer, a la vez que el sobre dimensionamiento de la obra fue para haber pedido cuentas a los responsables. Alguien se benefició y se sigue beneficiando aquel mal hacer.

Cabe igualmente referir de forma muy especial como botón de muestra de esa frivolidad el llamado Anteproyecto de Plan Hidrológico Nacional (APHN) de 1993 que se pretendió imponer al país, siendo ministro del ramo el ingeniero aeronáutico José Borrell; un plan que no era en su planteamiento técnico sino una gran operación de fontanería hidráulica a escala de todo un país de la extensión del nuestro. Algo realmente insólito en el mundo

Aquel APHN, junto con los Planes Hidrológicos de Cuenca, elaborados desde la total irresponsabilidad no solo hidrológica y medioambiental sino también económica, al cabo de muchos años de pretendidos estudios técnicos, pretendía poner en marcha una operación de doscientos nuevos grandes embalses, además de media docena de trasvases intercuencas de manera a conectar hidráulicamente toda la red fluvial española, como si fuera una red eléctrica. Todo ello a ejecutar en veinte años. Fue el mayor disparate de la historia de nuestro pensamiento hidrológico, el mayor exponente de la frivolidad.

La frivolidad no se da porque sí, es el fruto de la falta de responsabilidad penal y de los grandes intereses organizados, que contemplan el país poco menos que un cortijo. Afortunadamente, el propio ministerio de Hacienda dijo en su día que aquel despropósito era de tal dimensión que resultaba inasumible, incluso para las arcas del Estado. Y así quedó, afortunadamente, en nada. De no haber sido así, ahora el endeudamiento del país habría sido inimaginable, con un panorama desolador de obras inacabadas o sin servicio; eso sí, con unos sectores que habría hecho su “agosto”.

Aquel un disparate evidente, exponente de un malhacer desmesurado que en cierta modo aún perdura como filosofía de actuación en las políticas hidrológicas españolas, fue el fruto de la ceguera de unos intereses organizados que no alcanzan a ver en los ríos mas que un recurso a explotar, como quien explota un recurso inerte, el carbón los minerales, el petróleo, el gas, o una cantera. No alcanzan a ver, porque no les interesa, que los ríos y el agua son profundamente interactivos con su entorno, desde su cabecera hasta el mar, incluidas las playas litorales y la pesca de bajura, que son parte consustancial de los territorios por los que circulan, además de patrimonios de identidad, historia, memoria, belleza de los pueblos ribereños, una fuente ancestral y pública de proteínas, espacios de disfrute, de ocio y de calidad de vida inimaginables para quien no los conoce.

Su puesta en servicio, más allá de los costes económicos inasumibles, suponía ni más ni menos que inaugurar un gran embalse cada mes, y así durante veinte años, y un gran trasvase cada dos o tres años; es decir, algo que la propia capacidad operativa del país no disponía; habría que haber pedido asistencia fuera de nuestras fronteras. Los prendidos beneficiarios (los regantes) no podrían haber hecho frente jamás a semejante coste, a su financiación, ni siquiera a los gastos de explotación, pues exigía elevaciones de grandes de caudales de agua que entrañaban un coste energético a todas luces inasumible

En el caso de los caudales del Ebro, antes del llegar a tierras murcianas tenían que pasar por una suma de elevaciones del orden del kilómetro de altura... un enorme negocio indirecto para el sector eléctrico y nuclear. Hoy nadie se acuerda ya, ni reclama la ejecución aquel plan salvífico y mucho menos de sus responsables. Evidentemente aquello fue un frivolidad y un descaro, que de alguna manera aún pervive a través de los planes de cuenca y de las reivindicaciones trasvasistas del Ebro y del Ródano (otro disparate de la codicia y la política juntas) en el discurso político en tiempos de campañas electorales, que marcan una forma de pensamiento político, social y mediático en estos temas. Aquel gran anteproyecto no sabemos cuanto costó, y aunque afortunadamente no sé hizo, su espíritu sigue vivo a través de los Planes de Cuenca, guardado en los cajones de algún ministerio del ramo a la espera de mejor oportunidad.

Los primeros y principales beneficiarios de ese tipo de grandes proyectos son el poderoso sector de la construcción, el de la ingeniería de proyectos, el sector cementero, el eléctrico, el especulador del turismo en el litoral mediterráneo... y en menor proporción también algunos grandes sindicatos de regantes. Detrás de todos ellos, haciendo un cuerpo en cierto común está el gran poder financiero. Los regadíos y los regantes han sido siempre la gran coartada emocional y social de los grandes proyectos hidráulicos en nuestro país. .

Hoy la agricultura, sometida como todas las grandes actividades productivas a un proceso de globalización, de deslocalización de los sistemas de producción y de macroindustrialización, apenas sirve ya coartada para justificar nuevos proyectos de grandes embalses ni trasvases; por eso emocionalmente se van derivando el discurso hacia la prevención de riesgos catastróficos producidos por las posibles grandes inundaciones, que es un problema no tiene la magnitud social pretendida ni es esa la solución. La raíz del problema de las inundaciones está esencialmente en la especulación del suelo y en la falta de ordenación de sus usos. Pero una vez más, las soluciones no interesan; lo que interesan es la pervivencia de los problemas, porque en esta sociedad del “progreso”, el mal hacer es negocio

Es inimaginable la cantidad de dinero público que representa la suma de los gastos hechos en grandes proyectos de las políticas hidráulicas de las últimas décadas que han muerto antes de nacer, de las actuaciones que no han cumplido la finalidad que pretendió justificarlas, de obras no acabadas o no puestas en servicio... y, de manera especial, de los grandes desvíos presupuestarios en los que han acabado la gran mayoría de esas obras, junto a los innumerables proyectos técnicos y estudios de alternativas que no han sido más que puro papel y frivolidad, porque no han servido para nada,... Todo eso representa un goteo continuo de grandes sumas de dinero público con el que determinados sectores han hecho y siguen haciendo su negocio, en obligada connivencia con los gobiernos de turno y el oportunismo electoralista de los partidos políticos.

Ni el pensamiento hidrológico ni las intenciones han cambiado mucho. Si algo ha puesto freno a las formas de mal hacer ha sido la situación económica general del país. Pese a todo los disparos siguen apuntando hacia la misma diana, los grandes proyectos siguen esperando en los cajones de algún ministerio su oportunidad, que podrá ser una sequía o una inundación, cuyos efectos serán magnificados a través de los medios.

Es imposible entender los planteamientos de la gran política hidráulica española de las últimas décadas obviando la trama de poderosos intereses organizados y el escaso escrúpulo que hay detrás,. Son planteamientos que poco o nada tienen que ver con el pretendido interés general ni con el progreso del país, y menos aún con el respeto a los valores medioambientales en juego, ese toque cosmético con el que siempre nos los adornan.

Mi experiencia personal me lleva a entender que todo ese mal hacer en la gestión del agua y los ríos no es una cuestión de desconocimiento científico y técnico de los problemas, sino de poderoso interés organizado que vive de las ingentes cantidades de dinero público que estas actuaciones ponen en juego, además de las sabrosas concesiones de explotación a 75 años que les acompañan, siempre renovables, que acaban siendo auténticas privatizaciones de un bien estratégico como son el agua y los ríos, que por su propia naturaleza deberían ser esencialmente públicos, tan públicos, como el aire,.. y no lo son, porque cada vez están más hipotecados, en manos del sector Hidroeléctrico y de algunos poderosos sindicatos de regantes.

II.- ENTRE LA MALVERSACION DE FONDOS PUBLICOS Y LA CORRUPCION

A lo largo de los dos o tres últimos años la corrupción se ha ido convirtiendo en tema mediático estrella, el de más rabiosa actualidad, con el que se alimenta un morbo y un cotilleo social cotidianos que venden, además de una socorrida arma arrojadiza en las campañas políticas. Es como si de pronto nos hubiésemos dado cuenta de que la corrupción existe y lo impregna todo, las cuentas de los Ayuntamientos, la calificación y recalificación del suelo, la construcción, la adjudicación de obras, las facturas falsas,... y últimamente la evasión de impuestos a Hacienda. Lo mismo ha acontecido con los abusos de la todopoderosa banca, con sus préstamos hipotecarios, con los negocios del sector inmobiliario, o con los de la energía, cuyos beneficios anuales netos son escandalosos.

Los paraísos fiscales -ahora tan de moda en las noticias de los medios como tema de conversación y espectáculo mediático-, es como si hubiesen nacido ayer, y no es así. Desde hace años que hay gentes que vienen denunciando esa corrupción alarmante, generalizada y desmedida que lo envuelve todo. Esas gentes han estado siempre expuestas a los ataques del “sistema”, que rápidamente se ocupa de matar al mensajero o de hacerle la vida imposible. No ha habido hasta ahora partido político alguno, de izquierdas ni derechas, que haya defendido a esos valientes ni siquiera interesado por su información. Estoy pensando, entre otros de esos valientes, casi héroes, en un buen amigo Fernando Urruticoechea recientemente galardonado por la Unión de Periodistas Valencianos y en las denuncias que de Teresa Soler en un interesante documental, o en la voz de hidrogeólogo murciano Francisco Turrión en relación con los trasvases de agua al Levante peninsular

Desde los medios, y desde el discurso político también, se ha ido derivando la atención del ciudadano en el tema de la corrupción hacía lo que en cierto modo podríamos llamar lo anecdótico, como los gastos de peluquería de tal o cual político, y la“ corrupción menor”, en una estrategia de mirar hacia otro lado, lejos de ir al fondo de la cuestión, a aquello que tiene mayor relevancia cuantitativa.

La famosa historia de los trajes de Camps a la que tanta atención mediática y política se le ha prestado, como en su día se dedicó a los vestidos y regalos de Pilar Miró a la sazón directora de Televisión Española, al secretario de Estado señor Vera con algunas partidas de los fondos reservados, al que fuera presidente de la Comunidad Foral de Navarra, Gabriel Urralburu, y al ex director general de la guardia civil señor Roldán, o más recientemente a los negocios de Urdangarín, a las fortunas de Bárcenas o de los Pujols, y a tantas otras fortunas “pequeñas” fortunas personales, como las que están apareciendo ahora en los llamados “papeles de Panamá”, que afectan a numerosos personajes y personajillos del país... no dejan de ser formas de corrupción y de estafa menores, obviamente reprobables, que deben ser perseguidas, castigadas y corregidas La gran estafa, la gran corrupción y la malversación de fondos, y la mala administración organizada, son otras.

Los casos de la “corrupción menor” se miden dentro de una horquilla que va desde unos pocos miles de euros de una factura, el pago con una tarjeta para gastos de representación, de una comida de lujo, hasta unas pocas decenas de millones de euros en los casos más altos. De un tiempo a esta parte los medios sacan casi a diario nuevos casos de corrupción menor, con los que alimentando nuestro morbo y distraen nuestra atención frente a otras formas de corrupción, de malversación de fondos y de estafas al erario público, que se miden en decenas, cientos y miles de millones de euros, es decir, otro orden de magnitud

Dentro de las numerosas formas de la gran corrupción y el engaño está la obra pública en general y, dentro de ella, la obra hidráulica en particular. Quienes han tratado de evidenciarla han sido siempre presentados ante la sociedad como la pataleta de las minorías afectadas, los egoístas que en el fondo lo que buscan son unas compensaciones más generosas, los ecologistas, esa gente enemiga del progreso, los románticos trasnochados que no pisan tierra, los de la “cultura del no a todo lo que sea progreso”, y entre ellos aquellos que se oponen “por sistema” dicen los interesados, a cualquier nuevo gran embalse o trasvase.

Harían falta muchas páginas para exponer aquí, aunque fuera sucintamente, todo el complejo entramado de actuaciones y obras hidráulicas del mal hacer organizado, y de la frivolidad de planteamientos que ha habido en estas últimas cinco décadas en España, y mostrar en qué manera la cantidad de dinero público que en ellas se ha malempleado ha ido en detrimento de otras prestaciones generales más prioritarias para el conjunto de la sociedad

Analizar la corrupción en la obra hidráulica promovida por el Estado nos obligaría, en primer lugar, a definir el concepto de corrupción, y a considerar como tal determinadas actuaciones pese a que teóricamente hayan sido aprobadas por la sociedad a través de un gobierno o de un parlamento que las representan, incluso con todas las bendiciones del juego democrático, amparadas por la ley y justificadas en nombre de un pretendido progreso y desarrollo del país, de la creación de empleo o de un interés general, que por supuesto no es necesario demostrar, porque basta con invocarlo y aprobarlo tras los corrientes apaños y pactos de poder entre los señores diputados de las diferentes facciones políticas.

Hoy, la percepción general es que en las sociedades del estado del bienestar todo está impregnado de corrupción, en sus diferentes escalas, porque la corrupción es en cierto modo consustancial al concepto actual de progreso y a la propia naturaleza humana. En ese ambiente general, las políticas hidrológicas no iban a ser menos.

No es éste el espacio adecuado para analizar el fenómeno de la corrupción, su escala, sus formas y su porque, ni sus consecuencias en la moral social colectiva ni tampoco cómo moderarla, pero sí tal vez lo es para tratar de abrir los ojos ante determinados hechos que nos ayuden a una toma de conciencia colectiva del problema en un campo determinado, como el de las políticas hidráulicas.

La corrupción general va desde la que el ciudadano medio practica la forma de pagar y/o cobrar en dinero negro, no fiscalizado, pensando que Hacienda ya le exprime o le roba bastante,... hasta las grandes evasiones fiscales, más o menos pactadas y consentidas por el gobierno y sus instituciones, pasando por la ejecución de determinados proyectos de grandes obras improcedentes o desmesuradas, que no siempre el país ni la sociedad se puede permitir, pero que son la base que alimenta la parte no confesable del “sistema”, el entramado no explícito del poder de un país, y del mundo en general, que bajo formas edulcoradas de justicia, igualdad, fraternidad se mueve por la ley del más fuerte, en una sociedad que entre otras cosas necesita regenerar la esencia del sentido democrático, más allá de la farsa del derecho a votar cada cuatro años.

Remitiéndonos solo a las cuestiones relacionadas con el agua, y a mi entorno geográfico más próximo, Aragón y la cuenca del Ebro, serían también necesitarías muchas páginas para describir la lista de actuaciones desafortunadas en materia de obras hidráulicas y en estudios estériles, que a lo largo de las últimas décadas suman miles de millones de euros. Hay una larga lista de grandes proyectos no ejecutados que pese a todos costaron un “pastón”, de proyectos sobredimensionados que costaron mucho más de lo presupuestado y de lo debido; que pese a todo no han cumplido la función para la que fueron aprobados ni trajeron los parabienes prometidos. Hay otros muchos más proyectos en vías de ejecución que nunca serán acabados, que quedarán en el olvido, pese a lo que costaron.

En un rápido y sucinto recorrido tendría que citar, entre otros muchos el proyecto ya referido del gran trasvase del Ebro a Barcelona de principio de los setenta, el de la misma época a Sagunto, y el de las presas de Campo, Comunet y Santaliestra en el Esera, todos ellos presentados en su día como necesarios y urgentes, que afortunadamente no llegaron a ejecutarse. Formaría también parte de esa lista el proyecto del minitrasvase a Tarragona, diseñado y ejecutado para trasportar 4 m3/s, que apenas ha llegado a consumir 2 m3/s; el viejo y presentado como taumatúrgico proyecto del gran Canal de la Margen Derecha del Ebro en Aragón, llamado hacer de la Comunidad un antes y un después, que tampoco ha llegado y ya nadie se acuerda de él, de cuya reivindicación surgió en su día una forma de aragonesismo emocional y un partido político, el PAR.

Habría que citar también las obras contempladas en el Pacto del Agua de Aragón, que entre nuevas presas y recrecimientos contemplaba 32 grandes actuaciones, así como los diferentes planes hidrológicos realizados de la Cuenca del Ebro desde que fuera aprobado el primero en 1998, que contemplaba 60 grandes nuevos embalses. Igualmente habría que citar los voluminosos estudios pseudotécnicos y pseudocientíficos hechos en su día, principio de los 80 para que Aragón llegase a alcanzar, poco menos que de golpe, las 800.000 ha de regadíos con la misma frivolidad como quien se plantea hacer un huerto, pese a que suponía duplicar la superficie entonces regada, lo que requería la ejecución urgente de una larga veintena de nuevos embalses, cientos de kilómetros de grandes canales, todo ello en un alarde de frivolidad que solo lo puede hacer la clase política desde su ignorancia e irresponsabilidad, es decir sin estudios de viabilidad, de mercado, de prospectiva, de coste/beneficio, de relevo generacional, de afecciones, etc. que años más tarde sería recogido en otro formato, el del Pacto del Agua de Aragón.

Todos esos grandes proyectos han ido acabando en nada, de hecho ya nadie se acuerda de ellos por más que haya alguna Comisión de seguimiento, que yo llamaría de entretenimiento, donde no hay nada que seguir.

Otro proyecto desafortunado fue el gran túnel para pasar agua por gravedad del Gállego desde el azud de Anzánigo al futuro canal de la Hoya de Huesca, igualmente desmesurado, de gran dificultad técnica, terreno abonado para la realidad de las grandes desvíos presupuestarios, cuyos costes jamás podrán ser sufragados con los beneficios obtenidos del propio regadío. Habría que recordar también al famoso PEBA (plan estratégico para el desarrollo del Bajo Aragón) en base a aguas bombeadas desde el embalse de Mequinenza, llamado a crear un emporio de riqueza y de bienestar social, que ha quedado en casi nada.

Entre los numerosos despropósitos de obras ejecutadas, de coste millonario, está la construcción del embalse del Val en el río Queiles, que supuso algo así como del ocho veces más de lo presupuestado, para finalmente no servir a la razón que en su día pretendió justificarlo.

Lo mismo cabría decir en relación con el embalse de La Loteta, otra obra millonaria construida con la idea de dar aguas de calidad a Zaragoza y su comarca, transportadas desde el Pirineo a través de una gran a equias de riego que nunca llego a ser utilizada. Después de construido y ejecutado ese embalse, resulta que no puede cumplir las funciones para las que fue diseñado. Otro tanto se podría decir del embalse de Montearagón, después de tantas obras y reformados que han costado muchas decenas de millones de euros, que apenas puede almacenar agua, porque se escapa.

El polémico trasvase oficial del Ebro no se ha hecho, está derogado por Ley, pero ya se sabe que hecha la ley hecha la trampa, porque lo que sí se ha hecho es aprovechando en parte la obra de un viejo proyecto de trasvase que finalmente nunca llegó a entrar en servicio, el de Xerta (Tarragona) a Calig (norte de Castellón) se ha remozado con una gran obra sobredimensionada para lo que oficialmente era el destino del viejo trasvase, con un tubería de 2,40 m de diámetro necesaria para impulsar el agua casi 200 m de altura por la que puede llegar a circular cerca de 15 m3/s, es decir, la mitad del polémico trasvase, que de esta forma se ha colado de rondón. No sé si se sabe quienes van a ser los beneficiarios y quienes de ellos saben cuanto cuesta ese y cuanto les corresponde pagar de acuerdo con la Directiva Marco, ni si qué pasa el día que decidan dejar de regar o su agricultura no tenga relevo generacional, o caiga en manos de una multinacional.

Habría que incorporar también a la lista de frivolidades al fallido proyecto de trasvase de aguas del Jalón al embalse de la Tranquera, dentro del plan nacional de actuaciones urgentes tras la sequía de 1991, que llegó obviamente tarde, porque una obra así no se hace en unos meses; su ejecución costó 2.000 millones de pesetas de las de entonces, pese a todo jamás llegó a funcionar, y nadie lo reclama. Lo mismo ocurrió con el trasvase del Matarraña al embalse de Pena, que costó 700 millones, de pesetas, que tampoco llegó a funcionar, hasta que un día una riada se llevó por delante la gran estación de bombeo. Y ahí acabó la historia.

El embalse de Mularroya, pensado para almacenar aguas del Jalón en un tributario lateral, el río Grío, que lleva años de grandes obras, pese a las muchas decenas de millones de euros presupuestados y gastados, nunca se acabará, porque hay una desproporción entre el beneficio social vago e inconcreto que pretende reportar esa obra y su coste al erario público.

La garantía de servicio a determinados regadíos en los eventuales años de sequía a la que ese embalse pretende hacer frente, tenía una solución rápida, económica y respetuosa con el medio natural, en base a la explotación de las agua subterráneas a través de unas baterías de pozos, tal como en su momento demostró una sesuda tesis doctoral, con una evidente garantía total de haber resuelto el problema con un coste de 0,6 millones de euros y unos gastos apenas relevantes de mantenimiento, frente a los más de 100 o 200 millones de la opción del embalse, que es una obra más llamada a ser abandonada, porque pese a todo el gasto hecho, el gran escollo del proyecto sigue siendo la construcción de un túnel kilométrico en cuarcitas, que no se sabe lo que puede llegara a costar, que jamás se llegará a construir, porque en las condiciones económicas del país, con necesidades mucho más perentorias que esa, no lo van a permitir.

Por no hacer más extensa esta pincelada del panorama de malversación, frivolidades y corrupción que hay en la obra hidráulica y del desgobierno organizado que desde hace décadas rigen en nuestra políticas del agua, no solo en la cuenca del Ebro en Aragón en concreto, del que el mayor exponente sigue siendo el plan de cuenca y el Pacto del Agua, voy a terminar citando de pasada tres actuaciones recientes .

Empiezo por recordar el gasto que ha supuesto el fracasado proyecto de la gran presa de Itoiz en el río Irati, y Canal de Navarra, el destrozo ambiental que han hecho, que en su día fueron presentados ante la sociedad Navarra como el hito que habría de marcar un antes y un después en la economía y en el bienestar social de la Comunidad. Ahí está la obra, cuyo coste ha sido de varios cientos de veces millonario en euros, que ahora resulta que los propios agricultores, supuestamente beneficiarios de esa megaobra rechazan, porque no quieren arriesgarse a la aventura económica y la incertidumbre de transformar sus tierras de secanos frescos en regadío.

La segunda actuación que quiero citar está relacionada con las obras para la Exposición Internacional del Agua de Zaragoza del 2008, destinada a hacer de Aragón “un centro de referencia mundial en la buena gestión del agua”, que es así como se “vendió la moto”. ¡Qué desfachatez, qué ignorancia o qué maldad la de esos mensajes del engaño!

Los 250 millones de euros que costó la Torre del Agua, ahí están, tirados; la torre cerrada y sin idea de cómo poder darle un mínimo servicio. Lo mismo ha ocurrido con el invento “genial” del Pabellón Puente de la arquitecta Iraní; otros doscientos millones de euros tirados, pues el puente permanece cerrado, no cumple ningún servicio ni representa ningún atractivo turístico ni de calidad de vida para la ciudad. Estamos hablando también de una cifra cercana a los 200 millones de euros. El mismo destino ha sufrido el teleférico construido para tener una vista aérea de una parte de la ciudad, hoy en día fuera de servicio.

Podría cerrar este capítulo de los despropósitos de las obras de la Expo Internacional del Agua con las obras y gastos del intento fracasado de hacer navegable el Ebro para fines turísticos a su paso por Zaragoza, que obligó no sólo al diseño de unos barcos que no sirvieron, hacer unos dragados para adaptar el río a los barcos, que tampoco sirvieron, además de una costosa reforma del puente medieval (el llamado “puente de piedra”) para hacer un canal de hormigón en uno de sus ojos , que tampoco ha servido porque el proyecto de navegabilidad fue un fracaso, lo mismo que el polémico canal de aguas bravas. Estamos hablando en total de unos cuantos cientos de millones de euros inútilmente gastado en los fastos de aquella Exposición Internacional del Agua.

El último despropósito que quiero citar, es el empeño en sacar adelante el proyecto de recrecimiento del embalse de Yesa, sobre el río Aragón, adjudicado en 140 millones de euros, que debido a un mal planteamiento anunciado, sobre unos terrenos inadecuados que ha habido que adecuar lleva a un desvío presupuestario acumulado de 340 millones de euros, sin que la obra vaya a servir para nada relevante que no hubiese tenido otras solución mas barata, más rápida y menos conflictiva, incluida la opción cero.

No se trata de hacer leña del árbol caído sino de tomar conciencia social de la magnitud un despropósito crónico y de recordar que todos esos fracasos han sido insistentemente anunciados y justificados, precisamente por esas gentes de “la cultura del no”, “ecologistas” y demás, e insistir que lo que pasa en Aragón y en la cuenca del Ebro es solo un botón de muestra de lo que pasa en general en todas la cuencas hidrográficas, sea con las aguas superficiales y subterráneas, incluido el atropello actual que es el proyecto de un nuevo gran trasvase del Tajo.

La magnitud de todas esas sumas, que alcanza los miles de millones de euros nada tiene del despropósito, nada tiene que ver con los trajes de Camps, los dos millones de Urdangarín, los treinta o cuarenta de Bárcenas, los diez o quince la financiación de las campañas electorales de tal o cual partido, o lo que se puedo haber embolsado el ex Honorable Jordi Pujol.

La corrupción y el engaño son hoy por hoy consustanciales al modelo de progreso que nos domina, en el que el afán patológico del dinero, del poder y la ostentación lo rigen todo, a todos los niveles y escalas. Vivimos en una sociedad del engaño y, en consecuencia, en un estado general de desconfianza en todo, sean gobernantes, políticos, justicia, sistema financiero, medios, publicidad, formas de consumo, grandes compañías de la electricidad, del gas, del agua potable... o el fontanero, el mecánico del coche, el seguro, etc. En una situación así no se puede vivir con un mínimo de armonía ni de fe en el futuro, sino bajo la ley de la selva, el imperio del más poderoso disfrazado de democracia, y en una especie de huida hacia delante, que es donde estamos.

III.- LA MANIPULACION DEL LENGUAJE , HERRAMIENTA PARA LA CONFUSION

Una de las características más relevantes de las sociedades modernas es la manipulación del lenguaje como arma del engaño social sutil y sistemático. Con frecuencia utilizamos en nuestro discurso términos grandilocuentes porque el solo hecho de invocarlos parece que justifica cualquier acción que pueda ser invocada en su nombre, que de esta forma acaban siendo términos de perversos, concebidos para manejar el pensamiento y la emoción social; son la base de la publicidad comercial y de la retórica del discurso político y del progreso.

En el campo hidrológico tengo referenciadas una larga treintena de esos términos: “el agua es un bien escaso”, “valdrá más que el petróleo,” “es el oro azul del futuro”, “el aguay os ríos todos”, “la estamos dejando perderse inútilmente en el mar”, “hay gentes que pasa sed”, “la demanda social de agua”, “el agua en España está mal repartida en el espacio y en el tiempo”, “hay cuencas a las que les falta agua mientras a otras les sobra, no la aprovechan ni dejan que otros la aprovechen”, “nos roban el agua y con ella nuestro futuro”, “hay caudales sobrantes, ”los déficits hidrológicos estructurales del país“, ”la naturaleza incorrecta que de vez en cuando castiga al ser humano que el hombre y la ingeniería tienen la obligación de corregir“, ”la solidaridad hidrológica entre cuencas“, ”nos aguarda un siglo XXI marcado por las guerras del agua“, etc...

Detrás la aparente obviedad, a través de esos mensajes se difunden ideas profundamente engañosas, con palabras y expresiones diseñadas precisamente para justificar la necesidad de grandes obras que adapten la naturaleza a las apetencias humanas del momento y a los intereses organizados. Desde su perversidad es un lenguaje que evita palabras y expresiones que hablen de costes económicos, sociales y medioambientales, de quiénes son los que se benefician y quiénes que padecen las consecuencias; es un lenguaje que no habla de valores culturales y emocionales, y otras muchas reflexiones que permitirían entender que los ríos son parte de un ecosistema, de un conjunto de cosas interrelacionadas, desde la cabecera hasta el mar, incluida la estabilidad de las playas, la fauna acuática fluvial y del litoral, y la pesca de bajura, de la que emergiría una inteligencia colectiva que ahora no existe.

No todo lo que alguien puede comprar con dinero puede estar en venta. Suelo decir que Alhambra de Granada, aunque en efecto es un bien de todos, esa realidad no justifica que deba ser que repartida, despiezada para llevársela a otra parte si hubiera un generoso comprador, entre otras razones porque su valor y su sentido están allí donde están, y porque es un patrimonio que pertenece también a las generaciones venideras.

Vivimos en la sociedad del engaño sutil y de la irresponsabilidad, de la competitividad permanente y desigual, en la que el mal hacer es negocio, en la que el dinero y el afán de notoriedad son la quintaesencia de un modelo de progreso que todo lo degrada, abocado a volverse contra nosotros mismos, como de hecho está ocurriendo pese a que al ser tan gradual no nos demos tiempo para entenderlo así, en el que la palabra “moderación” o “sentido del límite” no tienen tampoco cabida, por la sencilla razón de que van contra el sistema.

El sistema -esa trama no explicitada de intereses que hoy mantiene y alimenta la marcha del mundo, y se lo reparte, que funciona sin necesitad de rostro humano ni de explicitar sus intereses, está por encima del individuo y de la naturaleza, de forma que nos lleva a un modelo de progreso deshumanizado, anónimo, sin rostro, y desespiritualizado. Ya sé que estás cosas a muchas personas les suenan a chino, a músicas celestiales, porque son gentes que se defienden diciendo los que así piensan no pisan tierra, que viven fuera de la realidad,.. cuando quienes no pisan tierra son ellos.

IV.- MUCHAS PREGUNTAS Y POCAS RESPUESTAS

¿Qué es el progreso en cuyo nombre tantas cosas emprendemos y justificamos? ¿A qué tipo de progreso nos referimos al invocarlo? ¿Qué es el bienestar? ¿El bienestar de quién, a costa de qué y de quien? ¿Cómo habría que gestionar el patrimonio hidrológico de un país de manera responsable; es decir, inteligente ¿Qué papel debería jugar una verdadera nueva cultura del agua y de los ríos que fuera al fondo de la realidad? ¿Qué es la corrupción? ¿Pueden haber formas legales de corrupción? ¿La malversación sistemática de los fondos públicos o su uso frívolo, con intenciones de lucro, es o no corrupción?

Las políticas hidráulicas de las últimas décadas- aquellas que Joaquín Costa llamaba “la gran política hidráulica” -de la que decía que el problema no era su coste económico, con ser mucho, sino la falta de gentes honestas capaces de entenderla y de llevarla a cabo con un sentido humanístico y social de la vida- son una de las numerosas formas de lo que podríamos llamar la gran corrupción.

Ha habido momentos de nuestra historia reciente en los que determinadas obras hidráulicas fueron incuestionablemente buenas y necesarias casi por principio; eran tiempos de necesidad y de otras las circunstancias. Hoy tenemos en España cerca de 1300 grandes embalses, 525 pueblos desplazados, no hay hambrunas, ya no es el 80% del mundo laboral que vive de la agricultura, sino apenas un 8%, a la vez que estamos inmersos en un sistema político internacional en el que uno de los problemas es precisamente la superproducción agrícola y el libro comercio, que hace que no todos los cultivos posibles, con o sin regadío, pueden competir. Hoy ya no se puede decir que un embalse y unos nuevos regadíos son intrínsecamente buenos. Llegar a donde hemos llegado, a la saturación de obras hidráulicas, al punto de inflexión el que los beneficios no son superiores a los costes económicos, sociales y medioambientales, ha supuesto un coste muy elevado, entre ellos la destrucción de un enorme patrimonio de bellezas.

Hoy malgastamos el agua precisamente porque es abundante y barata, y sobre todo la gestionamos mal, con usos que no siempre son correctos. Un país que en buena parte es climáticamente semiárido no puede destinar el 80% de sus disponibilidades hídricas a un uso consuntivo, como es el regadío, y menos aún a seguir aspirando a aumentar su superficie regada, porque es una apetencia que no tiene límite de satisfacción, para la que todos los ríos del país serían insuficientes . ¿Y después qué?

¿Cuánto es suficiente en nuestra cultura de vida? La codicia ha hecho que lo que antes era lujo hoy sea confundido con necesidad, y lo que hoy es lujo, mañana será necesidad, y la perversión del lenguaje nos hace confundir la apetencia con la necesidad. Pasa con el agua y con todo.

Hoy no estamos en la España anterior a los años 50, vivimos en otra realidad social y cultural, de forma que los problemas y las “necesidades” no son las de entonces. Un nuevo gran embalse no es ya bueno por principio; al revés, puede ser injusto e inasumible, un asalto a las arcas públicas, un atentado medioambiental, un atropello a la sociedad en general, y para determinadas minorías en particular; un vandalismo fluvial sobre unos espacios escasos que ya tienen un destino claro, ser lo que ahora son, ríos, un derecho de las generaciones venideras.

Un caso flagrante en este sentido de entre los que conozco desde la cercanía, muy es el empeño en sacar adelante el polémico embalse de Biscarrués (Huesca) en el río Gállego, que pretende justificar desde lo injustificable la destrucción de un espacio fluvial donde al cabo del año se hacen cerca de cien mil descensos de aguas bravas, que son la base de una pujante actividad turística en una pequeña comarca, que genera más de ochenta puestos de trabajo directos además de los indirectos, que son incontables; todo ello sin necesidad de ninguna inversión pública, un espacio que en si mismo es una importante oferta de calidad de vida para cientos de miles de personas., que ahí está para las generaciones venideras

Esa obra, como tantas otras en diferentes cuencas del territorio español, aún colea en base a la justificación de unos planteamientos hechos hace ya algo más de un siglo, y un proyecto que lleva ya treinta años aprobado, que no se hace ni se deja de hacer, que es un chorreo continuo de dinero público, en mareo de perdiz, que pese a todo no prescribe. Construir esa obra no es progreso sino vandalismo, prepotencia de poder, un chalaneo político que hace el caldo gordo a los verdaderos beneficiados y un flaco favor al uso responsable del uso del dinero público. Es evidente que finalmente no se hará esa obra, porque algún día el sentido común imperará y vendrá una clase política diferente de la actual, menos obsesionada por el poder, menos agresiva, con más ganas de resolver entre todos los problemas, con menos políticos advenedizos y más ilustrados en los temas, más cualificados para entender y resolver los problemas, con nuevos valores culturales y democráticos, y con otro sentido del progreso y del bienestar nuevos también.

En cierta ocasión, la entonces ministra del medio ambiente, Cristina Narbona, dijo públicamente en Zaragoza que una de las cosas que había aprendido en relación con las políticas hidráulicas españolas, es haberse dado cuenta de la frivolidad con la que -con más frecuencia que la debida- se habían venido planteando en nuestro país los planes de grandes obras hidráulicas, y que esa era la causa de tantas y tantas actuaciones millonarias que han acabado constando dos, tres... veces más de lo que en su día las justificó; obras que no se acaban, que no prescriben aunque pasen los años y las décadas, que responden a promesas políticas incumplibles que desembocan en pretendidas “deudas históricas”, muy socorridas para la retórica política, en un arma electoralista inmoral, que cuesta mucho dinero. Su conclusión era que en adelante esas iniciativas deberían contar antes de empezar, con un mínimo consenso científico y técnico previos. Claro, que una cosa es predicar pan y otra dar trigo.

V.- NO SOLO ES LA GRAN OBRA HIDRAULICA

La obra hidráulica no completa el panorama del mal uso del dinero público en nombre de un pretendido progreso del país. Hay otras muchas infraestructuras que han resultado inútiles, han quedado sin acabar, sin servicio o infrautilizadas, como: tramos de AVE, autopistas, estaciones y aeropuertos, palacios de Congresos, etc.

Las alegrías irresponsables en el destino del dinero público, en general sea acaban pagando pagan. Y no la pagan los responsables ni los corruptos, ni quienes corrompen o lo mal usan, sino de manera silenciosa aparentemente irrelevante, el la sociedad y las generaciones venidera. Hoy la deuda pública española, la diferencia entre gastos e ingresos, la situación laboral de mucha gente, determinados recortes en servicios públicos, etc., son el resultado de unas alegrías generadas por un desgobierno dominante en la gran obra pública, consecuencia de una especie de síndrome de nuevo rico a escala de gobernantes, que lleva a políticos, tertulianos y gobernantes a olvidar que es gobernar. Gobernar un país es administrar. Y administrar exige ponderación y mesura, discernimiento entre la esencia y la parafernalia y los fastos de la vida, además de un sentido humanístico del progreso.

VI.- LA HERMOSA MAÑANA

Hoy estamos llamando progreso a lo que en cierta medida es vandalismo y huida hacia delante. ¿Hasta dónde? Imagino que hasta que lo que llevamos años llamando insostenibilidad se convierta en “insoportabilidad”, a lo largo de un proceso agónico, gradual, en el que parece que de un día para otro no ocurre nada, hasta que el vaso desborda y se desencadena violencia, que es cuando el sector desfavorecido de la sociedad, los gobernados, se hartan de sus gobernantes y políticos, todo estalla y se desencadena otra vez la violencia, la represión... y vuelta a empezar.

Estamos viviendo la historia de la rana metida en un recipiente con agua que se va calentando gradual e imperceptiblemente de un día para otro. A través de su imperceptible adaptación cotidiana, se llega a un punto en el que de pronto la pobre rana se da cuenta de que ya la han cocido está cocida, que es cuando no tiene ya fuerzas ni voluntad para reaccionar.

Para intentar cambiar la situación son necesarias una serie premisas. En primer lugar, tener conciencia colectiva del problema. En segundo lugar, dedicar tiempo generoso a analizarla en su complejidad. En tercer lugar diseñar estrategias con voluntad social de ponerlas en práctica, sabiendo que habrá que renunciar a determinados signos del hoy conocido como progreso material, sabiendo que el verdadero progreso tiene no solo una dimensión material sino otra mucho más grande, que es la espiritual., de forma que un es más feliz el arquitecto que el albañil, el bedel que el Rector de universidad. El bienestar integral del ser humano que instintivamente perseguimos, es otra cosa, es de otra dimensión.

Ese cambio no nos va venir desde arriba, de quienes ostenta el poder y el control, sea económico, político o mediático del mundo, sino desde abajo, a través de la educación, que es la única forma de que llegue emerger esa inteligencia que hoy no tenemos.

La educación en valores de convivencia a través de la formación obligatoria, de la educación universitaria -donde hoy no se educa ni se plantea el problema siquiera- , y de la educación a través del ejemplo de cada cual. Y de una educación del mundo adulto, la que se puede hacer y se hace básicamente desde los medios, que hoy por hoy es un educación machacona dedicada a sostener el sistema, en la que todo es consumismo, de bienes materiales, de noticias en primicia y en exclusiva, de morbo, de espectáculo deportivo, que lejos de converger hacia ese ideal, lo que hace es colaborar con el sistema establecido, dando una de cal y diecinueve de arena, porque es precisamente de la arena de lo que viven los medios.

Hay que entender que esa transformación no es cuestión de un decreto ni de las imposiciones de un partido mesiánico, de un gran hermano orweliano que establezca su ideal. El cambio será cambio cuando sus principios sean incorporados en el corazón de cada cual, y eso no es tanto fruto de una educación reglada como de una revolución personal, como decía Ghandi. “Cambia tu y cambiará el mundo”. Y eso es el resultado de un proceso que exige un tiempo, paciencia, dedicación, tolerancia, aprendizaje, perseverancia, fe...

Decía aquel gran hombre bravo y de bien, que fue José Antonio Labordeta:

También será posible

que esa hermosa mañana

ni tu ni yo ni el otro

lleguemos a ver...

pero habrá que empujarla

para que pueda ser

Esa hermosa mañana no será esa bonita entelequia que es la libertad el uso que sepamos hacer de ella; será el día que hayamos sido capaces de crear una cultura del saber vivir en paz, con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza, el día que hayamos rescatado las formas sencillas de vivir, de disfrutar del regalo de la vida, y un tiempo para dedicarlo no solo al trabajo responsable y competitivo sino colaborativo; un tiempo generoso para nosotros mismos, para cultivarnos enterándonos de lo que nos dejó la experiencia de mentes privilegiadas del pasado; un tiempo generoso para dedicarlo a los demás, para escuchar al que necesita ser escuchado, para hacer compañía al que la precisa, para saber dar y recibir afecto, para cultivar la sonrisa, las buenas formas, la delicadeza... el silencio en medio de un mundo tan sobrado de ruido.

Llegará el día en el que hayamos ganado en fraternidad, rebajado el estrés de la vida vivida en continua competitividad, sentido la grandeza de la belleza natural, el mensaje maravilloso de la armonía, de la simetría de una flor, y la conciencia de pertenecer a un Todo único, para que nuestra vida cobre un sentido profundo y trascendente que no tiene fuera de ese Todo, como no lo tiene una célula aislada, por si misma, separada del tejido, del órgano y del organismo al que pertenece.

Esa hermosa mañana llegará por sí sola cuando seamos capaces de crear grandes ilusiones y desarrollar proyectos colectivos. Mientras no sea así, eso que hoy llamamos “progreso” no dejará de ser distracción, disipación de energía creativa, y pérdida de tiempo. Todavía no habremos sobrepasado colectivamente en nuestro proceso evolutivo el nivel cocodriliano; estaremos llamando progreso a lo que es involución, embrutecimiento.

El fluir del agua de un río nos puede ayudar a algunos a alcanzar esa comprensión como le ocurrió a Shidharta, el personaje de la obra homónima de Herman Hesse.

* Javier Martínez Gil es considerado el padre de la llamada 'nueva cultura del agua' y ha sido catedrático de Hidrogeología en la Universidad de Zaragoza y es patrono de la Fundación Nueva Cultura del Agua.

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