La naturaleza se abre paso en el desierto que dejó el desastre
“Esto ya no es para que lo vean como antes los hijos, sino los nietos. Los que lo conocimos, ya nos olvidamos”. Son palabras de Esteban Llamas, el agente medioambiental que fue el primero en divisar y alertar del incendio que hace ahora un año arrasó 11.724 hectáreas en los municipios leoneses de Castrocontrigo, Luyego, Quintana y Congosto, Destriana y Castrillo de la Valduerna. El fuego se inició sobre las dos de la tarde del 19 de agosto y se dio por extinguido el 6 de septiembre. “Estaba en la caseta vigilando, cuando vi salir el humo y lo comuniqué al centro provincial de mando. Nadie esperaba que fuese tanto”, comenta antes de recordar que ese día confluyeron varios factores que contribuyeron a que hubiese menos efectivos disponibles para luchar contra las llamas en un primer momento. Un año después, añade, “sólo se puede esperar a que la naturaleza siga su curso”.
Carlos S. Campillo / ICAL El agente medioambiental de la comarca de La Bañeza, Marino Cadierno, observa desde una caseta de vigilancia las zonas arrasadas el pasado año por el incendio de Castrocontrigo
Marino Cadierno también es agente medioambiental en la comarca de La Bañeza. El fuego interrumpió sus vacaciones y le tuvo “tres días y tres noches aquí, sin dormir”. Lo cuenta con detalle 12 meses después, durante un recorrido por la zona que sufrió la catástrofe en el que ejerce de guía Isidro Fernández, guarda mayor de León, quien, como él, vivió intensamente el discurrir de la mayor tragedia medioambiental que se recuerda en León. “El momento más duro fue el segundo día, cuando se desmadró. El peor rato lo pasé con los voluntarios, había mucha tensión. Hubo que convencerles de que no se podían meter... iban de cualquier manera, en chanclas y con camisetas”, recuerda Isidro. Ambos reconocen que, a solas, lloraron mucho de impotencia o de rabia ante el lamentable espectáculo que vieron y combatieron. Para el guarda mayor, el único consuelo es que no hubo desgracias personales, algo que dada la magnitud del incendio le parece “casi milagroso”.
“Era impresionante. Había un montón de focos secundarios y era imparable. Llamé a León y dije que mandaran toda la maquinaria que hubiera”, narra Cadierno mientras Isidro decide una nueva parada. El trabajo de las máquinas y el goteo incesante de los camiones dan testimonio del trabajo que se acomete en la zona para retirar la inmensa cantidad de madera extraída; bastante más de lo que se pensaba en un principio. Las juntas vecinales, los propietarios de fincas privadas, resineros, cazadores, aficionados a las setas, apicultores... El fuego se llevó el modo de vida de muchos o aquello que les proporcionaba unos ingresos extra que siempre vienen bien.
Mientras trabaja, Nacho Abajo explica que él y su hermano tenían una mata de unos 12.000 pinos que el incendio arrasó al 90 por ciento. “Otros lo perdieron todo”, comenta antes de quejarse de que “se prometieron muchas ayudas, las hemos solicitado por todas las vías y nos las han negado. Unas por no tener seguro, cuando es un tipo de explotación que no tiene seguro. Lo único que obtenemos son los beneficios de que estén limpiando en las zonas que han quedado para evitar posibles incendios”. Jessica Monroe, otra resinera, comenta que forma parte de una cooperativa de jóvenes “emprendedores, con ganas de vivir del pueblo y de que no se pierda la tradición. Tenemos más fuerza aún y vamos a seguir adelante con esto”, asegura, pero también incide en que ellos tampoco han recibido ayuda alguna.
Las labores de restauración de la zona cuentan con un presupuesto de casi diez millones cofinanciados por la Junta y el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Vecinos de los pueblos afectados critican que la mitad de ese dinero deba gastarse en un plazo muy reducido porque, dicen, lo ocurrido necesita más planificación e inversiones sucesivas y prolongadas. Por ejemplo, el presidente de la Junta Vecinal de Nogarejas, Olivio Campo, insiste en que “va a costar muchísimo recuperar todo lo perdido y no se están poniendo las bases para ello. Se están gastando los cinco millones de ayuda del Ministerio sin poner bien los pilares y no han consultado con las entidades locales menores. Es una locura, es imposible hacerlo de forma eficiente”, subraya.
El alcalde de Castrocontrigo, Aureliano Fernández, tiene una visión más optimista: “Después de la tempestad viene la calma. Lo que se ha hecho es la planificación que tenía la Consejería y se ha llevado a cabo con una celeridad encomiable. El monte es un desierto pero no quedan árboles quemados”, señala. El punto siguiente, dice, es pensar qué hay que hacer para que la vida siga y el monte vuelva a resurgir, porque “los tiempos de la naturaleza son los que son”.
Imagen de esperanza
En un espacio en el que quedaron arrasadas más de 10.000 hectáreas de arbolado —sobre todo pinar— el bosque demuestra su espectacular capacidad de regeneración y miles de brotes verdes buscan ya su espacio en un paisaje ennegrecido que tardará muchos años en recuperar su esplendor. Es la imagen de esperanza en un desolador panorama que dejó escenas imborrables en los habitantes de más de una docena de localidades, algunos de los cuales temieron por sus casas.
Carlos S. Campillo / ICAL Regeneración de pinos en una de las zonas arrasadas el pasado año por el incendio de Castrocontrigo (León)
Como recordatorio perenne de lo ocurrido, permanece el esqueleto del que todos en la zona llaman “el pino gordo”, un ejemplar de más de dos siglos de antigüedad que tras haber sido resinado durante 95 años sucumbió víctima de las llamas. Ardió lentamente durante más de tres días. “Era un árbol emblemático, que visitaban los niños de los colegios y los turistas”, comenta el guarda mayor. Las imágenes de animales despistados, dañados por el fuego, llegaron aquellos días a todos los rincones de España. Muchos perecieron pero otros, como una cría de lobo que encontró Marino, logró recuperarse y vive ahora en Zamora.
Isidro apunta que la imagen del paisaje que sufrió en algunas zonas el tercer gran incendio de las últimas décadas “sigue siendo desoladora pero ya se ve verde. El pino y el roble están brotando, la extracción de la madera ya ha terminado en muchos montes y se está aprovechando mucha biomasa”, resume.
De regreso a Tabuyo del Monte, punto de partida de un trayecto-recordatorio del gran incendio que movilizó a un millar de efectivos contra unas llamas que ignoraron cortafuegos y se elevaron decenas de metros, las sierras atraviesan los árboles dañados y los vehículos pesados alejan su madera de la tierra que les vio nacer. Cerca del pinar de la localidad, del que Isidro dice que “lograr salvarlo fue apoteósico”, Eulogio Gómez, de 85 años, reflexiona sobre su larga trayectoria como agente forestal durante cuatro décadas. “Antes había incendios por menos de nada y menos mal que los forestales estábamos muy atentos. Ahora ya no, pero siempre hay alguno malo”.
Un año después, nadie espera ya que se pueda saber quién provocó el fuego. Todos los indicios apuntan a que fue una sola persona. En los pueblos afectados no falta quien comenta que el autor “se habría ahorcado si pesara sobre su conciencia”. Este año no se han registrado incendios en la zona. “El miedo guarda las viñas”, sentencia el guarda mayor.