El adiós de un alcalde cunero que gestionó 16 años un pueblo de León del que no sabía nada de nada

Juan Blas Peña, alcalde socialista de Villamoratiel de las Matas (León).

Carlos J. Domínguez

¿Se puede ir en una lista electoral por casualidad, de relleno, en un pueblo minúsculo del que no se sabe nada de nada, y acabar siendo alcalde 16 años? La demostración de que sí se puede es el leonés Juan Blas Peña, el hombre que empuña ya por poco tiempo el bastón de mando de Villamoratiel de las Matas, un municipio rural que suma 129 almas entre sus dos aldeas.

Este afiliado socialista de 60 años es también la demostración de que un prejubilado puede alcanzar a ser, casi de casualidad, un gestor “igual que llevas tu propia casa”, “orgulloso” de que una gran mayoría de vecinos que no son tus vecinos te refrenden elección tras elección, sin trampa ni cartón.

“Me pidieron el carné, no había gente suficiente”

Política sin ambición, sólo como oficio. Porque “es que ni siquiera jamás me he votado a mí mismo”, admite, asumiendo con total naturalidad, a pesar de los años como concejal, su condición de cunero. Esa anomalía tiene una explicación que no esconde, que incluso lleva a gala: él jamás ha estado empadronado en el Ayuntamiento que ha pilotado, nunca ha residido allí, ni siquiera ha comprado la típica residencia rural para jubilarse con huertín de verano y chimenea en invierno.

Para entender cómo empezó todo, hay que seguir a la memoria de Peña dos décadas atrás. En 2003, Amor Franco, una de las históricas responsables de la confección de listas electorales en León, bien conocida del recién nombrado líder nacional del partido, el leonés José Luis Rodríguez Zapatero, “estando en la sede me pidió el carné. Me dijeron que me incluían en una lista de un pueblo, que no había gente suficiente”. “Pues vale”, contestó.

¿Paracaidista? No, gracias

No conocía de nada Villamoratiel, situado al sur de la capital, camino de la comarca de Tierra de Campos. Nada le unía. Se había convertido en lo que muchas veces le espetaron después con un punto de mala leche: un paracaidista. “No me gusta ese nombre, me suena como a guerra; yo soy un cunero, eso sí”, se reivindica, haciendo honor del significado que a esa palabra le otorga el diccionario.

A sus 40 años recién cumplidos, sin que prácticamente nadie le conociera, “salí concejal con 27 votos” y se convirtió en la minúscula oposición a la alcaldesa del Partido Popular. “Sin experiencia, sí, pero sabía que aunque no compartiera tal o cual proyecto, yo lo decía en el Pleno, pero votaba a favor porque había que avanzar, no entorpecer”, según rememora, pensando hoy que “igual fue eso la actitud que le gustó a la gente, no sé”.

Fuera eso, o ayudara también al desgaste de la regidora una polémica con unas facturas comprometedoras, el caso es que cuatro años después, en la sala llamada 'de la biblioteca', se abrió de nuevo la urna tras el rito del desfile de vecinos y papeletas. “Del PSOE éramos tres, como es (un municipio) pequeño son listas abiertas, y en el recuento empezaron a repetir 'Juan, Pilar, Elisa'... y la cara de la alcaldesa era un poema, no entendían nada”. Cosecharon 90 votos de 149.

“El PP no dio crédito”. Pero tampoco dio el relevo: “Nadie me entregó el bastón de mando, tampoco un expediente, ni una explicación de nada... Fuimos aprendiendo sobre la marcha, seguro que alguna cosa hicimos mal pero hemos intentado avanzar trabajando todo este tiempo por las personas mayores”, que son lo que básicamente queda en Villamoratiel y el otro pueblo que compone el municipio, Grajalejo.

La rutina de 16 años, la pila de papeles

Han sido 16 años consecutivos de mandatario local un poco inusual, en consonancia con su casual incursión en la política de verdad, la de la gestión pura y dura.

Desde la que sigue siendo la casa de Juan Blas Peña, cerca de la capital leonesa, hay 40 kilómetros de coche a su despacho en la Casa Consistorial, y otros tantos de vuelta. Como un reloj, acude cada mañana de martes y jueves, “porque como somos tan pequeños, compartimos el secretario entre tres ayuntamientos, y son los días que le toca venir aquí”.

“Siempre con buena gente en mi equipo, siempre arropado por el partido”, admite y agradece, en revisar proyectos, atender las cuentas, hacer unas llamadas o recibir a paisanos y a paisanas, se le van los horarios de nueve de la mañana a casi tres de la tarde, aderezado todo con “mucho, muchísimo papeleo”: “Sólo en esta primera quincena de mayo llevo como 200 o 300 documentos oficiales firmados, ¡una pasada!”, ejemplifica.

Poner dinero por gobernar

Todo ello está gratificado con un sueldo del erario municipal de 800 euros, 520 según esta herramienta que recoge datos públicos. Pero esa cifra no al mes sino 800 euros al año, por las reuniones de “una comisión de coordinación, dos o tres al año, y 20 euros por cada Pleno”. No hay que sacar la calculadora para darse cuenta de que tan sólo contando desplazamientos Juan Blas Peña, prejubilado de la Diputación de León desde poco antes de ser concejal, es de esos alcaldes rurales que pone dinero de su bolsillo por gobernar.

¿Merece la pena? “Pues hombre, la verdad, ahora ya estoy cansado, hacer las cosas lleva mucho tiempo, vas todo el día pidiendo y pidiendo, porque si no pides no recibes, pero han sido 20 años muy bonitos y cada cuatro años han decidido volver a votarme, y aunque también hay disgustos me han aceptado muy bien: ha sido un honor, me voy muy satisfecho”. Una forma larga de contestar que sí, que mereció la pena.

Lenta lista de prioridades

Ha tenido claro que los desvelos principales habían de ser “para los que aguantan aquí los 365 días, gente mayor, y después por añadidura para los que vienen en verano, a las fiestas”. Por eso, ha sido un lento goteo ir consiguiendo “una lista de prioridades que siempre tuve”, encabezada por “construir un edificio de usos múltiples, con un pequeño bar y un salón de 100 metros, junto al parque”, que hoy defiende que se ha convertido “en un punto de unión” vecinal.

También “pequeñas cositas” como “poner el Sintrón para que la gente no se tuviera que desplazar” a Mansilla de las Mulas, que “nos constó unos 800 euros, lo compramos en Oviedo” porque Sanidad no lo sufragaba. Pero también un desfibrilador o un tensiómetro. Y “asfaltar los dos pueblos”. Y la una iluminación “mucho mejor” en ellos, y la rebaja de una factura que la crisis elevó por las nubes. Y “cambiar todas las redes de agua porque salía contaminada” de la canalización de fibrocemento, algo que la entonces presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco, que después fue asesinada, “siempre nos lo negaba” e incluso “amenazó con echarme de un Pleno” cuando acudió a exigirlo.

A una semana de ser alcalde en funciones y a un mes de ser un prejubilado y de nuevo un afiliado socialista de base más, echa la vista atrás y resume que “hemos avanzado mucho aunque queden cosas en el tintero”, consciente además de que su relevo también será un gesto beneficioso para el pueblo. De ahí que se muestre “muy contento” de que la nueva candidata del PSOE, Begoña Domínguez, a la que arropa y desea toda la suerte del mundo, sea joven, sea mujer, sea madre, tenga casa y viva en Villamoratiel de las Matas. En realidad, en las antípodas de Juan Blas Peña, el alcalde que lo fue por accidente.

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