Escribía Andrés Trapiello el sábado pasado: ...En medio de esa plaza —habla de la plaza leonesa de Santo Martino— han levantado una estatua a Alfonso IX, el de las cortes —¡las primeras del mundo!—, monumental —ya, como un monumento—, un saldo de Arno Breker. Acaso lo recuerden: el escultor imitaba en los años del Reich a los griegos, pero le salían nibelungos, tan del gusto de su mecenas (el mecenas era Hitler, el de verdad). Fin de la cita. Juá. Bueno, el pisapapeles que desprecia el escritor de centro —y de Manzaneda de Torío—, claro, no es de Arno Breker —ni de Amancio González, curiosamente—, sino de un señor de Badajoz que se llama Estanislao García y se parece más bien al Capitán Trueno o al Jabato —el ninot, no Estanislao—. Pero lo que me llama la atención —tampoco mucho: Trapiello tradujo El Quijote... al español— es que reproduzca el no por habitual menos disparatado error de creer que los nibelungos eran apolíneos y rubios gigantes del gusto de los nazis. El nombre lo es todo: nibelungo. Empieza en ario, sigue en grande y acaba en bestia. Bien. Pues no. Los nibelungos eran enanos. Muy parecidos a los hobbits o a los de Blancanieves: pacíficos, laboriosos y, por algún motivo atraídos por los metales preciosos y su acumulación. ¿Qué nos lleva a asociar la acondroplasia con la codicia? ¿Al ser pequeñines y más próximos al suelo consideramos que deban poseer un trato más familiar con los diamantes o las joyas en general? Tampoco es que estas riquezas mejoren su tren de vida. Véanse los enanitos toreros, únicos diestros que no se forran. En total, como decía —en castellano y sin necesidad de traducción por parte de Trapiello— Jaume Sisa antes de convertirse en Ricardo Solfa: Si eres feo y pequeñito / ya puedes tocar el pito. / Cuando un pito hayas comprado / ya no serás más feo ni enano. No sé si me entiende. Quizá no es que no se me entienda, sino que no pongo más que chorradas. A ver. El problema es que no tenemos término medio. Ni titanes ni gnomos. Ni musculosos atletas guerreros ni enanos con gafitas. Enano también era Sport Billy. Y cabezón. Y Naranjito, que era cabeza todo él y de ella le salían los bracines, lo que producía gran desasosiego. En cambio Humungus era musculoso y enorme y le venía muy bien lo de Humungus. No se le puede llamar Humungus a un gnomo. O sí. Después de todo humus es tierra y hongo es seta o así. Bueno, yo creo que ya está bien. La próxima semana comento lo de la autonomía para León, que, una vez conquistada, nos proporcionará no solo enanos y oro, sino emperadores y colosos y druidas y la hostia.