Saldremos mejores

"En Nochevieja celebramos el cumpleaños del mundo", según Antonio Boñar

En Nochevieja celebramos el cumpleaños del mundo, ese momento en el que observamos los meses pasados desde la conciencia de estar dando carpetazo a una determinada época, a doce meses que ya podemos dar por finiquitados antes de empezar a escribir los días del futuro. Esa noche celebraremos una gran fiesta y nos emborracharemos con alegría sabiendo que a partir del día siguiente estaremos renaciendo, nuevos y por supuesto mucho mejores. Esa catarsis proyectada sobre grandes planes de cambio personal alimenta nuestra esperanza como un chute de energía. Dejaremos de fumar, empezaremos a hacer deporte, moderaremos la ingesta de alcohol, pensaremos más en los demás y menos en nosotros mismos, no gastaremos ni un átomo de nuestro cuerpo en alimentar rencores y odios, aprenderemos a escuchar y nos olvidaremos de imponer nuestro criterio, volveremos a devorar libros como aquel ávido lector que fuimos en nuestra juventud y dejaremos de perder nuestro tiempo consumiendo estupideces catódicas…

En definitiva y como se aseguraba en tiempos pandémicos, saldremos mejores. 

Tras la gran fiesta que despide el año viejo y ya expertos en lidiar con nuestra conciencia, nos afanaremos en enarbolar la mentira de nuestro cambio personal con inusitado entusiasmo, inasequibles al desaliento y olvidando los frustrantes precedentes con pasmosa facilidad. El primer día del año será el primero del resto de una vida mucho más centrada y ambiciosa. O al menos eso es lo que creeremos a pies juntillas poseídos por un subidón de determinación que es casi tan inherente al mes de enero como su frío o su célebre cuesta. 

Un año más o un año menos, según lo mire un optimista vocacional o un irreductible pesimista. ¿Recuerdan a Willy, el compañero de correrías de la abeja Maya? Pues a pesar de que uno trata de ver la historia del mundo y todas las peripecias del hombre sobre los días desde una perspectiva ilusionante, al final siempre se queda con la misma expresión circunspecta y pesimista que lucía, en la conocida serie de dibujos animados, ese zángano regordete y adicto a la miel que siempre veía la botella medio vacía. Porque no, no saldremos mejores. 

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