HUMOR GRÁFICO Los accidentes del verbo

¡Qué bello es el IBI!

Alguna gente cree que lo más abominable –de entre los cientos de argumentos abominables– en la película de Capra ¡Qué bello es vivir! es que, en el supuestamente sombrío futuro que espera a la ciudad sin la presencia del providencial George Bailey, su mujer vive un presente peor que la muerte: ¡se ha convertido en una bibliotecaria! ¡Una bibliotecaria soltera! Tan –para mí por lo menos– envidiable destino, presentado como una mortaja portátil, no me parece el peor y más torticero de los discursos de esta horrible cinta que constituye sobre todo una defensa de la economía más o menos creativa y la especulación inmobiliaria por parte de los bancos. Resulta que no solo es más divertida –y próspera, luminosa y poseedora de una pujante industria hostelera y turística– Pottersville que Bedford Falls, sino que su economía está más regulada y sus hipotecas resultan menos caprichosas. Recordemos: el malvado y demasiado grande para caer Henry F. Potter trata de estrangular al pequeño banco del protagonista que, por motivos, ha fallado en un pago, propalando nada menos que la verdad: no dispone de los depósitos de sus clientes. Es decir, el negocio aproximadamente cooperativo de James Stewart está operando como todos los bancos desde que Nixon –para financiar Vietnam– dinamitó los tratados de Bretton Woods sobre el patrón oro: con reserva fraccionaria. El simpático concepto de reserva fraccionaria consiste en que una entidad, en España por ejemplo, puede contar con –y prestar generosamente hasta– cien (100) teniendo solo diecisiete (17). Ese 17% Se llama coeficiente de caja. Aquí siempre tratamos de lo mismo: todo tiene nombre, pero no significa nada. Así que el dinero desde el año 1971 sí se crea. Se inventa. No existe de verdad ni tiene un respaldo real. Es una fe. Una religión. Un milagro. De Navidad. Raro y solo para algunos. Cuando Bankia salió a bolsa también sonó una campana; me pregunto qué angelito consiguió sus alas.

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