Uno de los argumentos más arrojados contra los leoneses que defienden la creación de una Autonomía Leonesa siempre ha sido que los reinos de León y de Castilla se unieron con Fernando III y “desde entonces siempre han ido juntos con lo cual es absurdo separarlos”. Una afirmación que no es cierta no sólo por que no fue así politica y administrativamente hablando: jamás existió un 'Reino de Castilla y León' como ente de este tipo; sino porque tampoco lo fue con los hechos históricos, ya que entre 1296 y 1300 Juan I fue rey coronado de León, Galicia y Sevilla.
Ciertamente se puede argüir, como se hace con el surgimiento unos pocos años del Reino de Castilla entre 1065 y 1072, que esos menos de cuatro años de Juan I de León (al que nadie llama así, sino Juan de Tarifa, con el sobrenombre de el Usurpador) no son un hito histórico que apunte la separación de los reinos, como el de Castilla no se separó del leonés de Alfonso VI, Urraca I de León y Alfonso VII, el coronado Imperador legionense totius Hispaniae (como se intitulaban, pero sin ceremonia oficial, su madre y su abuelo), hasta la muerte de este último en 1157.
En ese momento, Alfonso VII sí realizó una separación oficial y clara de tres coronas: la leonesa (compuesta por los reinos de León y de Galicia que heredó Fernando II de León), la castellana (compuesta por el reino de Castilla y el de Toledo que heredó durante menos de un año Sancho II de Castilla; al que llaman Sancho III no se sabe muy bien por qué, ya que sólo un rey anterior con ese nombre lo era de Castilla (el hijo mayor de Fernando I) y el primero apodado el Craso lo era únicamente de León, algo provocado por el fenomenal lío historiográfico de los numerales de los reyes en España) y la portuguesa, ya que el reino de Portugal se creó en 1143 y estuvo supeditado al Imperium Legionensis hasta ese año de 1157 en que comenzó –en una expresión presentista poco adecuada pero muy gráfica–, a volar por su cuenta.
Fue en aquella década del siglo XII en la que se configuraron definitivamente las cinco coronas principales de la Hispania medieval: la leonesa, la portuguesa, la castellana, la aragonesa y la navarra. Cuatro de ellas seguirían el proceso de conquista de los territorios musulmanes –de la que se puede aprender mucho y bien en el libro Breve Historia de la Reconquista de José Ignacio de la Torre, con el acierto de explicar la expansión portuguesa hasta el Algarve que no se suele estudiar por la historiografía española–, ya que la pamplonesa quedó enclaustrada entre las coronas de Castilla y Aragón.
El avance cristiano sobre los territorios musulmanes de estas cinco líneas estratégicas finalizó por parte leonesa en 1252 con la conquista del Reino de Sevilla (dependiente políticamente por pagar sus parias tradicionalmente a la corona leonesa); por parte aragonesa entre 1243 y 1266, cuando el Reino de Murcia pasa a la Corona de Castilla y de León de Alfonso X; por parte portuguesa en 1267 con la conquista del Reino del Algarve, y finalmente, tras la unión dinástica de los Reyes Católicos de las Coronas de Castilla y de León con la de Aragón, en 1492 con la conquista del Reino de Granada.
Las cinco coronas principales se unirían dinásticamente –y esta expresión es crucial, porque significa que son propiedad de dinastías familiares reales, no de sus pueblos, es decir, que no se convirtieron administrativamente en un ente único soberano hasta las revoluciones nacionalistas liberales del siglo XIX– en un breve periodo entre 1580 y 1640 llamado unificación peninsular hispánica en las cabezas de los reyes Austrias Felipe II, Felipe III y Felipe IV.
Y aquí está la clave de por qué hablar de la 'unión' de los reinos de León y de Castilla tras heredar el rey castellano Fernando I de Castilla –conocido después como Fernando III el Santo al recibir (en contra del testamento de su padre Alfonso IX que se la cedió a sus hijas Sancha y Dulce, decisión que se anuló en la Concordia de Benavente) en 1230 la corona leonesa– no es un término adecuado para explicar administrativamente lo que realmente ocurrió.
Los señoríos, reinos y 'coronas' eran estados medievales propiedad de una sola persona, el rey. No tienen soberanía propia (el soberano es el monarca). No son territorios que manden sobre los otros reinos o señoríos (como el vasco, propiedad real) o principados (como los condados catalanes supeditados al conde de Barcelona y rey aragonés en ese momento; como lo fuera Fernando I de León, rex legionensis y conde de Castilla, nunca se intituló como rey castellano), sino que son pertenencias propias del monarca.
Heredar dos propiedades no las convierte en una sola
Un concepto complejo de entender a día de hoy –y también lo fue desde que triunfaron las revoluciones liberales a principios del siglo XIX porque cambió el concepto de soberanía de familiar a nacional–, pero que se puede explicar de forma sencilla a día de hoy para que lo entienda cualquiera usando un presentismo gráfico. Una explicación que no implica que sea la más ajustada que definirían los intelectuales de la propia época medieval, pero que puede hacer entender a las gentes de hoy cómo pensaban en aquella época lo que eran los reinos política y administrativamente hablando.
Una persona tiene en propiedad dos terrenos en propiedad colindante, o dos pisos, cada uno con su escritura registral, y en dos municipios distintos (sí, esto puede ocurrir, como en las casas de la calle del Perú entre los municipios de León y San Andrés, que un piso frente a otro se ubicaban en territorios municipales distintos). Uno de ellos los ha heredado de su abuelo por parte materna y otro de su padre; y lo que hace es ir mejorando su comunicación, como por ejemplo abriendo la muria o la sebe (el muro de piedras o el seto divisor) entre los dos terrenos o una puerta entre los dos pisos. Aún así siguen siendo propiedades separadas, porque están así en el catastro las fincas o no se ha cambiado la división horizontal de los pisos. Total, son suyos y puede hacer lo que quiera con ellos; pero legalmente son distintos y, si están sobre municipios diferenciados, tendrán cargas (como por ejemplo el IBI, que tendrá un recibo con una tasa diferente cada ayuntamiento) con consecuencias distintas en el bolsillo; o en los servicios públicos a los que puedan acceder.
Este ejemplo es bastante válido para explicar de forma sencilla (muy por encima, también es verdad) por qué las dos coronas que heredó Fernando III de su padre Alfonso IX de León y de su madre Berenguela y abuelo Alfonso VIII de Castilla en 1230 quedaron reflejadas ambas en su pendón cuartelado como propiedades personales suyas de similar importancia protocolaria. Pero esto no significó que los reinos que las componían (que eran cuatro: León y Galicia por un lado y Castilla y Toledo por otro) se unieran en uno solo; y, ni mucho menos, que se creara un Reino de Castilla y León en el que basar la historicidad de rancio abolengo centenario de una comunidad autónoma con poco más de cuarenta años de antigüedad. Lo que ocurrió es que Fernando I de Castilla (desde 1217) y III de León (desde 1230) –sí, debería llamársele I de Castilla y III de León como explicamos en este artículo en ILEÓN sobre el enrevesado lío de los numerales de los reyes de León, de Castilla (y de España)– heredó lo que podríamos denominar cuatro enormes fincas (villa Castilla y el predio de Toledo primero, y quinta León y el solar de Galicia después). A todo eso se le llamó, historiográficamente, 'Corona de Castilla y de León'; aunque por avatares de la historia (y cierta vagancia de los historiadores) se apocopó en 'Corona de Castilla', creando un montón de confusiones en la población en general al respecto del significado de 'reino'.
El uso historiográfico del término Corona de Castilla (y de León)
Además, el término Corona de Castilla –o más bien Corona de Castilla y de León, si nos atenemos a la lectura del pendón cuartelado de Fernando III, que algo querría decir al crearlo; porque si fuera sólo de Castilla simplemente con el emblema castellano le habría valido ir identificándose así por el mundo alante– no es un término político-administrativo, sino propagandista e historiográfico.
La cuestión de heredar varios territorios como soberano –porque en aquellos momentos eran propiedad de una sola persona, el rey– no es algo fácil de trasladar del Derecho al relato de la Historia al entender hoy la soberanía de forma completamente distinta (ahora reside en todos los españoles, pero hasta el siglo XIX en la persona exclusiva del monarca), y por eso se simplifica de esta manera. De hecho, se hizo de forma tan cómoda para el historiador que, por cuestiones de practicidad (y un bastante de pereza y desidia ante el rigor), se eliminó parte de él por ser largo y farragoso para la escritura: lo de 'y de León' desapareció de los escritos así como lo hace el Reino de León en la eterna discusión de La España de Schrödinger (¿Existe España, y desde cuándo?), donde su mención tiende a cero.
Los historiadores César García Álvarez, Ricardo Chao y Daniel Aquillué, coinciden en que la historiografía española, muy influenciada por el castellanismo, ha puesto en primacía de tal forma a Castilla, que al final era hasta una evolución lógica que el término actual para definir el conjunto de reinos propiedad de un mismo monarca en la zona central de la península ibérica terminada siendo 'Corona de Castilla'.
Para César García Álvarez, profesor titular de la Universidad de León en Historia del Arte, “está claro que es un término poco riguroso, pero se ha hecho costumbre y va a ser difícil quitarla”. Y tiene claro que “crea confusión en la gente de hoy, porque pareciera que los reinos de León y de Castilla fueran uno solo, con el término Corona, cuando no se puede hablar de fusión de reinos. Fernando III era rey de uno y rey de otro. De haberlos fusionado de verdad habría escogido otro sistema distinto del cuartelado que utilizó para su emblema personal, uniendo en un sólo campo el León y el Castillo, o usando sólo el de Castilla; pero no, lo cuarteló, con intención de dejar claro que eran dos distintos”.
Por su parte Ricardo Chao, más centrado en la Edad Media Leonesa y autor del libro Historia de los Reyes de León, también ve evidente que se produce una manipulación con el término 'Corona' al definir la doble 'de Castilla y de León' como una sola con el 'Corona de Castilla'. Muchas veces, a día de hoy, completamente inocente por la mera costumbre asumida en los artículos universitarios de Historia; pero otras no: “El término 'corona' es, como digo yo, en realidad un término casi didáctico. Pero es que el 'Corona de Castilla' en la época se usaba muy poco. Por lo general en las crónicas usan el 99% de las veces 'Corona de Castilla y de León', y –aunque es cierto que sí he encontrado que alguna vez usan el término 'Corona de Castilla' para hablar del todo– lo normal es que en la documentación diplomática y notarial de la Edad Moderna también lo escriban en plural: 'Coronas de Castilla y de León', 'Reinos de Castilla y de León'. Siempre con el 'y de', no resumiendo con una 'y' copulativa sola”.
Chao reconoce que si bien “hay historiadores un poco vaguetes”, también se encuentra con situaciones bastante torticeras y con transcripciones de textos cambiadas. “Los hay también, digámoslo educadamente, que cambian palabras. En mi blog explico el olvido tan curioso del 'y de' en todo un libro sobre la Historia del Canal de Castilla. Aquí el historiador transcribe 'Proyecto General de los Canales de Navegación y Riego para los reinos de Castilla y León', de Antonio de Ulloa, cuando resulta que en el proyecto y mapa originales dice 'de Castilla y de León'. Pues son olvidos que, bueno, siempre caen para el mismo lado. ¿Qué curioso, no? Y no son pocas veces, sino la mayoría”.
Una mala práctica que provoca la confusión entre los ciudadanos, que confían en que el historiador le cuente con rigor el pasado, pero que con este tipo de eliminaciones en las transcripciones (que se esperaría que se hagan literales), no hacen más que desconcetar, desorientar, mal enseñar y, en último caso, se podría definir hasta como un engaño deliberado por motivos políticos para 'engrandecer a Castilla y supeditar a León siempre a ella'.
Para Daniel Aquillué, historiador y profesor de la Universidad Isabel de Castilla en Burgos –y autor del libro España con Honra que explica cómo el siglo XIX español no fue el desastre que hasta ahora se creía–, “la polémica de Castilla y de León” le queda lejos, porque él es aragonés. Pero sí es cierto que, al ser de Zaragoza, tiene también algunos ejemplos del uso del término 'corona' que no cuadran en exceso con la lógica... y sí tienen un uso político polémico “para justificar asuntos de hoy con hechos del pasado, lo cual no suele ser lo mejor precisamente para entender la antigüedad”.
En su caso es el asunto del término de la 'Corona Catalano-Aragonesa' que tanto ha dado que hablar en el siglo XXI en España. Similar al caso leonés, pero aún más sangrante, ya que el nacionalismo catalán ha impuesto poner por delante a un principado (el territorio catalán era un conjunto de muchos pequeños condados liderados por el conde de Barcelona, que luego terminaría siendo rey de Aragón por unión dinástica) del reino principal de una corona de gran importancia histórica: la Corona de Aragón. “A nivel general en España, muchas veces predomina la visión de la cultura catalana, que habla de corona catalano-aragonesa, o confederación catalano-aragonesa, cuando el término más correcto, tanto por cuestiones históricas, como cuestiones historiográficas, es Corona de Aragón. No porque Aragón estuviera por encima de Cataluña, que fue un actor fundamental y no se entiende, y es imposible, la existencia de la corona de Aragón sin Cataluña y sin la participación catalana, sobre todo en el espacio mediterráneo. Pero es una cuestión, además, en este caso, yo creo que es más evidente: porque jerárquicamente el reino de Aragón estaba protocolariamente por encima del Principado, ya que se acaba construyendo Cataluña a partir fundamentalmente de la Casa Condal de Barcelona. Aparte de que el escudo de Cataluña y la Corona de Aragón es el blasón del rey —el emblema personal del monarca de la Corona de Aragón– a la que hay que añadir los reinos de Valencia y Mallorca que también formaban intermitentemente parte de ella hasta que en el siglo XV ya quedaron bajo la propiedad de un mismo rey. La cuatribarrada en realidad no es ni de Aragón ni de Cataluña: es del rey. Aunque luego por asimilación acaba pasando a identificar a los distintos territorios y por eso está Aragón en Valencia, en Baleares, en Cataluña, en Montpellier, en Sicilia... y lo mismo pasa en Castilla y en León”.
Él reconoce que en el caso de Castilla y de León sigue hablando “muchas veces por simplificar”, también de 'Corona de Castilla', que se configura ya a finales de la Baja de la Edad Media. Pero entiende “que es más complicado el debate historiográfico-histórico, porque el Reino de León primero tiene el mismo estatus que el Reino de Castilla. Mientras en la de Aragón nosotros somos reinos. En segundo lugar, porque el Reino de Castilla surge de un condado del Reino de León; y porque al final lo que parece predominar en la intitulación se menciona antes Castilla que León, con lo cual parece que queda subordinado cuando yo entiendo que a los reyes les daba igual a la hora de administrar sus territorios, que fuera León o Castilla el más importante”.
Pero es cierto que con la titulación de los monarcas tras 1230 va primero Castilla. “Igual va por una cuestión alfabética, eso no lo sé sinceramente”, reconoce Aquillué.
La cuestión, siguiendo el argumentario de este artículo es que la apocopación, el acortamiento, la desaparición del 'y de León' es que es por mera distancia y simplificación. El término 'corona' no es un término político-administrativo, es un término tirando a historiográfico y propagandístico. ¿Por qué? Porque es complicado explicar que un reino no tiene soberanía en sí mismo en aquella época, que el pueblo no tenía nada que decidir sobre el territorio en que vivía, y que los territorios no eran soberanos por sí mismos como hoy en día. Eran propiedad personal de una familia real. Y protocolariamente va Castilla delante de León porque Fernando III hereda del abuelo Alfonso VIII –tras una buena jugada política de su madre Berenguela que se apresura a heredar Castilla y Toledo y en pocos días le cede el mando a su hijo– su primer reino que es desde 1217 Castilla. Entonces –como defiende el historiador del Derecho de la Universidad de Valladolid Félix Martínez Llorente, que también recuerda que León y Castilla tenían chancillerías distintas– tiene que intitularse ya siempre por el primer reino que ha poseído. Si hubiera heredado el primero de Alfonso IX de León, igual nunca hubiéramos oído hablar de Castilla y sería 'Corona de León' el término más usado.
El historiador aragonés asiente, pero también indica algo que es importante y que es algo que le pasa a los que no son leoneses. “Al final esto son esas anécdotas de historia que son una circunstancia, pero que a veces se elevan de categoría y no creo que sea muy adecuado al investigar en Historia”.
“¿En cualquier caso creo que eso puede llevar a un debate bizantino, no? Si lo entendemos desde un punto de vista presentista”, concluye esta disquisición Daniel Aquillué.
Y aquí da en una clave para que se perpetúe el término 'Corona de Castilla' por mucho que moleste a los leoneses. Para los historiadores de España el 'y de León' que falta en el término historico no es importante. Es un debate bizantino que en el resto del país se ve absurdo; y los historiadores saben bien que cuando dicen 'Corona de Castilla' tienen en la cabeza 'y de León'. Pero la costumbre a la hora de escribir manda y escriben en automático; y las precisiones de los leoneses pueden ser molestas porque ellos entienden que “claro, y de León, si no hace falta ni decirlo; obvio”. El problema serio es que para el gran público, de obvio nada y muchos leoneses se encuentran con insultos por 'inventarse un reino leonés que jamás existió'. Y es que este acortamiento del término contribuye a que León sea el Reino Olvidado pese a haber sido crucial durante los primeros cinco siglos de la Historia Medieval Hispánica Cristiana.
La independencia administrativa medieval de la Corona Leonesa de la de Castilla
Es necesario también explicar que la unión dinástica de Fernando I de Castilla y III de León de las dos coronas, la leonesa y la castellana, no supuso que las legislaciones y administraciones se fusionaran inmediatamente. Las dos mantuvieron sus cortes por separado hasta 1345, cuando la peste negra hizo tantos estragos que Alfonso IX consideró que era hora de unificar la legislación y las cortes en una sola para todos sus reinos.
Algo que había intentado hacer su bisabuelo, Alfonso X, con gran oposición de ciudadanos y nobleza, que llegó hasta a rebelarse contra él por ello. Las Siete Partidas son consideradas uno de los textos legales más importantes de la Historia Medieval Española –opacando al Fuero de León de 1017, con los primeros atisbos legislados de la inviolabilidad del domicilio, libertad de comercio y protoderechos de las mujeres, y a los Decreta de Alfonso IX de León con las primeras Cortes Estamentales del Antiguo Régimen con presencia con voz y voto de un brazo de ciudadanos frente al eclesiástico y de la nobleza–, sin tener en cuenta que gran parte de aquella legislación no se aplicó (pasa más o menos lo mismo con la división federal de la Primera República en la que aparecen León y Castilla juntas en una federación llamada 'Castilla La Vieja' que muchos lanzan contra los leoneses para mostrar que hubo una unión, pero sin darse cuenta de que aquella primera Constitución Republicana española no se aprobó jamás y no dejo de ser un borrador que hizo Castelar en un día), y que, por tanto, es interesante en estudio del Derecho. Pero poco más que la Ley Perpetua de Ávila de los Comuneros, que tampoco se aprobó jamás y no dejaba de ser un listado de derechos medievales a proteger ante el creciente autoritarismo de la monarquía de la Edad Moderna que inició Carlos I de España y V de Alemania y que terminaría en el absolutismo borbónico en el siglo XVIII.
El caso es que sí se procede por parte del poder real a unificar el Derecho; algo muy lógico a lo largo del tiempo. Pero esto no significa que se unan los reinos de León y de Castilla en uno solo. Muchos utilizan la carta del Ordenamiento de Alcalá de 1348 para espetar a los leoneses “cómo se unificó el derecho de esos reinos con eso quedan unidos”. Pero se olvidan de que Alfonso XI (casualmente el rey al que Juan I de León, le usurpó cuatro años la corona leonesa en su infancia) consiguió llevar a cabo finalmente la pretensión de su bisabuelo de un 'Derecho Común' por encima de los fueros... pero en TODOS sus reinos: en los ocho que se ven en el mapa de la Corona de Castilla (y de León), en aquel momento sin Granada (conquistada en 1492) ni Navarra (anexionada en 1512) dentro: León, Castilla, Toledo, Galicia, Sevilla, Córdoba, Jaén y Murcia.
Para Ricardo Chao es evidente que no es una unión exclusiva de León y de Castilla en una sola figura legal administrativa: “Las dos coronas, la leonesa y la castellana, que tiene bajo su persona el rey al final son el reflejo de una unión dinástica, pero las Cortes de León y de Castilla van por separado; aunque algunas veces se reúnan en la misma ciudad, pero en edificios o fechas distintas. O sea, los reinos no están unidos, como se dice”.
En realidad lo que ocurre, siguiendo la argumentación de este artículo, es que los reinos se mancomunan. Sus instituciones como las Cortes piensan en el bien común para el monarca, aparte de defender sus derechos específicos frente a él; pero con una política exterior tirando a común o unificada con respecto a los deseos del monarca, que por eso es el mismo en todos los reinos. El término no sería unión, sino 'mancomunión de reinos'. Se puede explicar hoy (con el mismo aviso de cuidado con los presentismos y que esto sólo se hace para que gráficamente lo entiendan los lectores de hoy en día), que serían como una Mancomunidad de Municipios para gestionar asuntos comunes de territorios colindantes o vinculados estrechamente: como las basuras o el transporte urbano. Son municipios cada uno por separado que crean una especie de ente supramunicipal para mejorar la gestión pública.
En los siglos XII al XIV se da esto entre los reinos que tenían Cortes Estamentales, que son esencialmente León (Galicia no tenía cortes propias y estaban representadas en las leonesas) y Castilla (en la que Toledo estaba representada). Esto indica cómo Galicia y Toledo (y después los demás reinos que se fueron uniendo) estaban supeditados a los dos importantes. Y claro, al tener el mismo rey, a veces decidían lo mismo pero por separado.
“Es un interés común, pero con las cortes leonesas y castellanas reunidas por separado hasta la última de León en 1345 y las primeras en conjunto en Alcalá en 1348, que coincide con la aprobación del Ordenamiento de Alcalá, que no creo que sea casualidad”, especifica Chao. “Y ahí es cuando pasa el apisonador y Alfonso XI acaba con todos los ordenamientos jurídicos propios de cada reino, de cada ciudad e incluso de cada territorio e impone los mismos: un Derecho Común”.
Aunque luego se resistirán mucho los municipios para conservar todavía sus fueros, que perderían tras el 'procés' comunero de Castilla en 1521. Pero es sólo generalizar una ley igual para todos sus territorios: un proceso uniformador del Derecho, pero no unificador de territorios en uno. Algo muy distinto es legislar y otro administrar. Chao también explica en este otro blog de Historia de León cómo se fueron transformando las instituciones leonesas tras 1230 en la Edad Moderna.
“Posiblemente haya que encuadrar la unión de las cortes en este proceso uniformador. De hecho, las últimas que fueron separadas creo que fueron en León sobre esos años (en 1345), en la misma ciudad de León sin presencia de representantes de los reinos de la Corona de Castilla”, arguye el profesor leonés de Historia en Secundaria. Así, la cuestión está en que no es una unión entre los reinos de León y de Castilla, sino que es una uniformidad de la legislación de todos los reinos: “Por decirlo de alguna forma se impone ahí el Derecho Romano. Ya lo había intentado hacer Alfonso X y casi le costó la corona, porque cuando intentó imponer el espéculo y las otras leyes que hizo... pues hubo levantamientos de los reinos que no estaban dispuestos. De los nobles también por las leyes de sucesión que quería imponer. O sea que al hijo de Fernando el Santo los intentos de imponer una uniformidad legislativa pues casi al final le acaba costando el trono”. Sí, al propio Alfonso X: el rey que tanto se le conoce y admira como el Sabio apadrinó ciertamente una producción cultural asombrosa en aquellos tiempos (posiblemente terminando y mejorando lo que iniciaron sus padres Fernando y su madre Beatriz de Suabia), pero su reinado políticamente terminó en grandes fiascos: arruinando a sus reinos en el fallido Fecho del Imperio, no consiguiendo ser elegido Emperador Sacro-Germánico pese a apoyarse en el Imperio Legionense, que era el reino que en aquel momento era protocolariamente para ser emperador el más fetén y de rancio abolengo; y terminando su reinado con una brutal guerra civil contra su hijo (el futuro Sancho IV el Bravo) teniendo hasta que vender su corona de oro (el objeto a modo de diadema completa que se ponían los reyes en la cabeza) a los benimerines para financiar su defensa militar frente a su primogénito y los nobles díscolos que no querían cumplir con sus Partidas.
Cabe otro ejemplo del presente (tomándolo con las correspondientes precauciones) para explicar cómo la mancomunión de reinos en la corona doble leonesa y castellana (castellana y leonesa) no implicó la fusión de los reinos en uno solo: la uniformidad de la legislación es algo que desde el Parlamento de Bruselas se busca en la Unión Europea desde hace tres décadas. Y se va consiguiendo con leyes europeas y directivas que las legislaciones de cada país se parezcan cada vez más, con sus especifididades, a una sola ley en cada aspecto que se legisla. Norma que suele servir para todos los países que componen la UE de similar manera. Pero aquí está la clave, 'todos los países'; por mucho que se uniformicen las legislaciones nadie en su sano juicio diría que Francia y España (o España y Portugal) están unidos en un mismo Estado soberano. Pues más o menos lo mismo pasó tras Fernando III, con la diferencia de que el soberano era él y no los que vivían en cada uno de sus cuatro territorios al principio (Castilla y Toledo, León y Galicia) y ocho al final de su vida al sumar la propiedad por conquista de los reinos de Sevilla, Córdoba, Jaen y Murcia.
“Hay que entender otra cosa”, apunta Daniel Aquillué, “por mucho que sean estos reinos, estos señoríos, propiedad particular de un monarca o de un señor, eso no quiere decir que a veces también la gente se vaya a otro extremo, que no se pudieran desarrollar determinados tipos de identidades de esos reinos ni que hubiera órganos corporativos representativos, siempre del Antiguo Régimen, que representaran o arrogaran la representación de esos territorios y crearan esa identidad, que fueran unas Cortes de León, unas Cortes de Castilla, unas Cortes de Aragón, unas Cortes catalanas, o la importancia de los concejos, el nivel y poder municipal, y sobre todo la Historia en España desde la Edad Media, es fundamental para entender la construcción de los estados, de los reinos, de los estados-nación, y de cómo se articula el poder territorial en el territorio peninsular que ocupa el Estado actual”.
El Adelantamiento del Reino de León durante la Edad Moderna
Tampoco desapareció el Reino de León ni se unió al castellano en la Edad Moderna (de finales del siglo XV al XIX más o menos). Y esto lo demuestra que “los Reyes Católicos conservaron el Adelantamiento del Reino de León, cuando se cargaron varios otros”, según revela Ricardo Chao.
El historiador leonés está especializado en seguir mostrando la especificidad individual del reino leonés durante la Edad Moderna, y lo hace en su blog Corazón de León con un clarificador artículo al respecto.
“Isabel y Fernando conservaron todavía el Adelantamiento del Reino de León y ahí siguió. De hecho, eliminaron algún adelantamiento, pero el de León los Reyes Católicos lo perpetuaron, por decirlo de alguna forma. Y luego Carlos V pues bueno también hizo una labor así un poco uniformadora en el Derecho administrativo; pero vamos, digamos que ya el trabajo gordo ya se lo habían hecho antes”, continúa.
El siguiente impuso uninformador fue el de Felipe V cuando gana la guerra de Sucesión en 1714 y aplica los Decretos de Nueva Planta (con la ironía de que los catalanes y aragoneses, y también madrileños, que querían proteger la legislación de los Austrias nunca reconocieron que era la misma que había laminado la legislación foral leonesa y castellana doscientos años antes) “y aún así, cuando se enumeran los reinos pues siguen haciéndolo de la forma tradicional: rey de Castilla, de León, de Toledo de Galicia, etcétera”, precisa Chao. “Pero vamos Que un reino de Castilla y León, así en singular 'reino de Castilla y León', no, no existía. Vamos, ni se hacía referencia a él. Se hablaba de los reinos. Como mucho de los reinos de Castilla y de León. Lo triste es que muchas veces ha habido historiadores que –con un descuido un tanto 'peculiar', vamos a decirlo así entre comillas– pues te ponen 'Los reinos de Castilla y León' o 'el reino de Castilla y León'; a veces transcribiendo supuestamente. Y luego vas al documento y que no pone tal cosa y sí 'los reinos de Castilla y de León', que parece que tenían bastante cuidado a la hora de ponerlo en la Edad Moderna; que es cuando se difuminan los reinos medievales hasta desaparecer como entes administrativos en la Edad Contemporánea”.
Según Chao, cuando se ven mapas antiguos del siglo XVI, XVII y XVIII “a veces sale lo que es la provincia de León, y parte de la de Zamora, que sería un poco el territorio del Adelantamiento de León. Otras lo que hoy serían las provincias de Asturias y León, con un trozo en el norte de Zamora. Y en otras la extensión más habitual es León, Zamora y Salamanca con el trozo más occidental de Palencia (Guardo pasó durante unos años a ser de la provincia de León tras extinguirse la de Toro) y de Valladolid” partidas más o menos por la mitad.
“Pero los reinos, que en teoría están sobre el papel, desaparecen administrativamente ya con los intentos de nuevo ordenamiento de los liberales y franceses”, con el intento napoleónico de crear departamentos a la francesa en 1808 y con Javier de Burgos en 1883.
1833 y las regiones: el fin administrativo de los reinos en el Estado Nacional liberal español
Es en las revoluciones liberales del nacionalismo de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX donde el concepto de soberanía cambia. Tanto, que el monarca la pierde en favor del pueblo. Que puede elegir representantes y pasar de cualquier palo en las ruedas que quiera poner el rey; que ya no es soberano sino que lo convierten en mediador político.
La nación (o más bien teóricamente el pueblo) es la soberana, y con ello crean un nuevo sistema de ordenación administrativa basado en las provincias agrupadas por regiones que se basan en su mayoría en los viejos reinos. Al de León le corresponderían las provincias de León, Zamora y Salamanca. Región que, con pocos cambios, duraría en el mapa político 150 años, hasta 1983 con la creación de la última, y polémica, comunidad autónoma surgida al aplicar (de forma nada democrática) la nueva división administrativa de la Constitución de 1978: la siempre denostada por los leoneses Castilla y León, que incluso Alianza Popular (el partido de Fraga del que surge el PP de José María Aznar) llevó al Tribunal Constitucional por asegurar que se creó de forma inconstitucional.
Lo que ocurre en la Edad Contemporánea es “una evolución natural”, según Ricardo Chao: “Javier de Burgos en 1833 crea las provincias tal como las conocemos hoy en día con algún pequeño cambio que hubo posteriormente. Y lo que se suele olvidar la gente es que también hizo una división regional que convierte a los antiguos reinos en regiones”. Algunas no, como Cataluña, que no era reino, ni Asturias (ambas eran principado) ni el País Vasco (que era un señorío) o Andalucía (que junta varios reinos) o Extremadura (que no era ni una cosa ni la otra). Otras claramente basados en ellos como Galicia, Murcia y Navarra. O Castilla La Vieja sobre el Reino de Castilla; y Castilla La Nueva sobre el Reino de Toledo. “Y ahí está el Reino de León como la Región Leonesa compuesta por León, Zamora y Salamanca que es la configuración un poco más habitual”, apunta el historiador leonés.
Daniel Aquillué, por su parte, puntualiza –gracias a que es estudioso del inicio de la Edad Contemporánea y los movimientos revolucionarios del siglo XIX y nacionalistas europeos– varias cuestiones sobre cómo desaparecen los reinos medievales en España. Y recuerda que el primer intento lo ejerció José I Bonaparte con la creación de provincias a modo de prefectura francesa; que al se derrotado en la guerra no llegó a hacer efectivo en la mayoría del territorio.
La cuestión es que al perder el monarca la soberanía personal, el sistema administrativo basado en reinos deja de tener sentido, según él: “Siempre pongo el ejemplo de que el rey en el Antiguo Régimen es como si tuviera su casa patrimonial en su lugar donde vive y luego un apartamento en la playa y otro en la montaña. Y serán los distintos reinos principados y señorías. Otro que pongo, es que esto en el Antiguo Régimen era como una serie de muñecas rusas que vas abriendo y abriendo distintos niveles, casi ad infinitum. Aquí está la corona con varios reinos dentro, o en el caso del Sacro-Imperio, aquí está el imperio, que agrupa coronas, que agrupan varios reinos, que a su vez cada reino tiene varios ducados, condados, señoríos... que dentro de esos señoríos hay distintas jurisdicciones –bien sean señoríos de la nobleza, bien sean señoríos de la Iglesia–, que dentro de esos señoríos también están las villas con determinados privilegios, los cuerpos gremiales, o las cofradías... y así una sucesión de distintos privilegios y cococompetencias y jurisdicciones, que a veces conllevan muchos pleitos jurídicos. Entonces, bueno, esa es la primera prevención que hay que tener siempre, para hablar de sistemas previos a la época contemporánea”.
“¿Qué pasa en la Época Contemporánea? Las revoluciones liberales, a partir de la independencia de las colonias británicas que crean los Estados Unidos (1776), la revolución francesa en 1789, la revolución española a partir de 1810, pues que el nuevo ente (que es el Estado-Nación), intenta homogeneizar administrativa, cultural y políticamente a una estructura, de Estado-Nación. O sea su concepto de nación: de ciudadanos iguales, no unidos bajo la soberanía de un rey, sino del ente político y cultural de la nación soberana. Entonces ahí, aunque se reivindiquen culturalmente en los antiguos reinos, en la cuestión historicista en el caso español –en los que hubo unas antiguas libertades que los reyes de la Edad Moderna habían laminado–, lo que se pretende no es volver a esos reinos como estructura política, sino integrar esos reinos en el cuerpo nacional. Con lo cual se van a difuminar en el ámbito político, que no en el cultural o en el identitario; porque identitariamente algo como el doble patriotismo o la identidad múltiple está a la orden del día a lo largo de toda la época contemporánea hasta hoy. Uno se puede sentir español y leonés, español y aragonés, aragonés sólo, solamente castellano, sólo español... hay muchas variantes, obviamente. Hay que tener en cuenta todas esas variables, todas esas transformaciones y todas esas prevenciones a la hora de explicar este proceso”, puntualiza Aquillué.
También quiere precisar que no siempre, administrativamente hablando, se pueda considerar que León y Castilla no estuvieran unidas. Pone un ejemplo en el comienzo de la Guerra de Independencia (1808) que tuvo que explicar al que suscribe este artículo cuando habló de que León estaba incluido en la 'Región de Castilla La Vieja'. Cuando se le puntualizó que la recién creada Junta de León para luchar contra el francés no existía siquiera esa región liberal (faltaban 25 años), el historiador aragonés especializado en la Guerra contra las tropas de Napoléon –lean su espectacular y vívido libro Guerra y Cuchillo, un ensayo histórico excepcional en el que narra los dos cruelísimos sitios de Zaragoza tanto para los asediados españoles como los sitiadores franceses– aclaró que se refería a cómo se llamaba la región militar en la que estaba incluida la provincia moderna leonesa: literalmente la 'Capitanía General de Castilla La Vieja'.
“Luego también otra cuestión es la división unitaria administrativa del siglo XIX, que yo me la encuentro en la documentación. Por ejemplo cuando se habla de la Primera Guerra Carlista y se proclama Isabel II por Castilla en muchos sitios, de lo que luego veo que se reivindica como región leonesa más allá de León, se habla, claro: pero la Capitanía General es Castilla La Vieja, incluyendo Santander y la provincia de Logroño. En este caso hay que saber diferenciar de lo que se está hablando. Es decir, si se está hablando de un reino medieval, de una corona del siglo XVI, de una administración del siglo XIX... de una región administrativa militar. Y en León estaban peleadísimos con el Capitán General de Castilla, Cuesta, que en este caso no se llevaba bien con estas Juntas. Pero hay que ver de qué se está hablando, en qué contexto y para qué: dejar bien claro si estamos hablando de circunstancias y de cosas distintas. Pero hay quien, como siempre en estos asuntos, toma una bandera y no la suelta en ningún caso. Hay que tomarse a veces las cosas con más calma y reflexionar sobre qué se habla”.
La provincia de León pasaría entre 1918 y 1939 a la VIII Región Militar de Galicia del Ejército de Tierra con capital en La Coruña junto a Asturias, pero en la mayoría de las ocasiones ha estado vinculada a la que tenía la capitanía general en Valladolid, debido a que allí estaba la Real Chancillería, hasta la desaparición de la VII Región Militar de Valladolid en 2002. La división de España en Capitanías Generales data de la organización de los nuevos borbones en 1705, cuando se crearon 13 regiones militares ajustándose a los antiguos reinos que constituían la Monarquía Hispánica... salvo el de León. En el Ejército del Aire la provincia leonesa también ha dependido desde 1939 de la capitanía de Valladolid y en la Armada León está dentro de la Jurisdicción Central de Marina con sede en Madrid. En 2002 se reorganizó el Ejército por unidades y funciones, terminando con tres siglos de capitanías generales que también olvidaron al Reino de León.
Por último, en este paso de reinos a provincias y regiones el historiador aragonés comenta las divisiones administrativas que se intentaron tras la aprobación de La Pepa, la Constitución Española de 1812: “Ya desde la Baja Edad Media estaba la Corona de Aragón, la Corona de Castilla, que al principio de la Moderna (en 1512) el rey Fernando el Católico se anexionó el reino de Navarra. Luego muchas veces se interpreta como que se lamina a los reinos que forman esas coronas. Y no, sino simplemente, historiográficamente se toma, siguiendo la jerarquía que es de la generación real del momento, el reino que tomaban como cabeza. En el ámbito de jerarquía, de intitulación protocolaria, que no tiene una traslación directa y menos con presentismos política cada uno de los territorios. No es que fuera más importante uno que otro, en términos efectivos, sino que es una cuestión de protocolo institucional ceremonial de la monarquía del momento. Claro, esas coronas incluyen otros reinos, pero luego en la Edad Moderna se fortalece la monarquía. Felipe V aprovecha esa Guerra de Sucesión, que se trata también de una guerra civil con intervención internacional, para aumentar su poder. Entonces la corona de Aragón desaparece exclusivamente, y luego ya, con la Revolución Liberal, desaparecen esos antiguos señoríos, esos antiguos reinos, definitivamente porque se estructuran en la nación española liberal contemporánea. Pero sí, van a seguir primero con la Constitución de Cádiz, una serie de provincias, son unas provincias históricas; pues Aragón, que luego en la trienio se divide ya en cuatro provincias, igual que el resto de España, luego en 1833 la división provincial de Javier de Burgos, que es una división siguiendo el modelo departamental francés... entonces, conforme más se estructura hacia arriba, más se difuminan los reinos antiguos en las cuestiones identitarias políticas supraestatales”.
“Y luego, lo que hay es un revival del regionalismo a finales del siglo XIX. Que eso tiene que ver también con algo que también pasa, por ejemplo, en Francia... esto lo ha estudiado Anne-Marie Thiesse para el caso francés, y en el caso español Ferran Archilés, de cómo haciendo regiones se hace patria, a través de ese juego de doble patriotismo, del folklore regional, que se encorseta y reinventa en cada uno de los territorios de la nación. A finales del siglo XIX, sobre todo, y luego en el siglo XX, se potencia el nacionalismo de conjunto: dando a una diversidad encorsetada y controlada de las regiones más peso para mayor gloria de la nación. La nación española, en este caso. Eso es a finales del XIX. Lo que pasa es que luego, esos regionalismos también pueden derivar por distintas circunstancias en nuevas identidades nacionales: por ejemplo, lo que va a ocurrir en el caso catalán y en el caso vasco, esencialmente; los dos ejemplos más paradigmáticos. Aunque ni siquiera el sentimiento nacionalista debería conllevar a un movimiento secesionista e independentista. No tendría por qué, pero como al final mezclamos todo en blanco o negro, pues... simplificamos; pero la Historia siempre es más compleja”.
Aquillué remacha todo este proceso que ha configurado las identidades españolas, eso sí, con esta reflexión: “Yo también digo a veces, que fíjate que a mí me gustan las identidades. Soy muy aragonés, también español, pero muy aragonés. Pero a veces digo que si hubiese salido adelante el sistema de prefectura de 1810 Josefino, con los nombres de los ríos (la provincia leonesa se hubiera llamado Esla con capital en Astorga) mira, pues hubiésemos perdido algo y hubiésemos perdido una identidad. Pero igual nos hubiésemos ahorrado un montón de discusiones bizantinas... una y otra vez, una y otra vez... todos contra todos”.
Conclusión: León no es Castilla y nunca se unieron en “un solo reino”
Es decir, la tan cacareada y defendida unión de los reinos leoneses y castellanos en “uno solo en el destino universal” no existió. Simplemente porque lo único que ocurrió es que eran (enormes) fincas propiedad de una misma persona. Tenían un solo monarca. Ni las instituciones del Reino de Castilla original mandaban sobre el Reino de Toledo –que en el siglo XIX se rebautizaron como las regiones de Castilla La Vieja el reino original del norte, y Castilla La Nueva el toledano, cuyas provincias de Madrid, Toledo, Guadalajara, Cuenca y Ciudad real jamás pertenecieron al reino de Castilla pero sí estaban englobadas en la llamada Corona de Castilla que reunía todas las propiedades reales del monarca– ni tampoco el territorio castellano había anexionado o se había unido con los reinos de la corona leonesa, ni con ningún otro conquistado desde 1230 (Jaen, Córdoba, Sevilla, Murcia, Granada y Navarra). Sólo se produjo una unificación del corpus legal desde 1358 en Alcalá, que se potenció tras la pérdida del sistema foral legionense en 1521 y la de los de Aragón y Cataluña en 1714 con los Decretos de Nueva Planta... hasta desaparecer los reinos en el nuevo mapa administrativo de la Nación Española liberal surgida en el siglo XIX tras la Guerra de Independencia y convertirse en regiones con escasísimas competencias.
La creación de las comunidades autónomas tampoco han unido regiones (más bien las han separado como Cantabria y La Rioja de Castilla) y en el caso de la autonomía actual de Castilla y León, hasta sus propias Cortes en Valladolid reconocen que son “dos regiones diferenciadas” y que no se debe usar el término regional como sinónimo de autonómico, algo que hasta certifica la Real Academia Española.
Algo que, de conseguir los leoneses su propia autonomía, se hará realidad: dando paso a que la expresión de “las dos Castillas” no se refiera a León (como se hace erróneamente ahora invisibilizando a la Región Leonesa sobre todo en los boletines meteorológicos) y que nadie volviera a decir la ofensivísima cantinela de “la ciudad castellana de León” (algo imposible si León es la madre de Castilla y lo legionense existió ocho siglos antes de que se pronunciara siquiera el vocablo 'Castilla'; y tan incorrecto y molesto como decir “la ciudad catalana de Zaragoza”), que tanto cabrea a los leoneses y que hasta RTVE llega a justificar vergonzósamente “por motivos narrativos”.
O que también, tras leer los argumentos de este análisis, los españoles dejen de usar tan erróneamente esos términos y también el de 'unión' de reinos. León no es Castilla, ni existió jamás un 'Reino de Castilla y León', como muestra este alabado artículo de El Orden Mundial (con un mapa infográfico muy cuidado) que ha salido esta semana sobre qué fue León a lo largo del tiempo (un proceso histórico complejísimo de explicar que en esta otra entrada de Geografía Infinita se puede vislumbrar) y por qué es legítima una autonomía leonesa, y perfectamente Constitucional teniendo en cuenta que el Artículo 2 de la Constitución Española da derecho a las regiones a conformarse en Comunidad Autónoma.
Y mucho menos se puede usar esa inexistente unión ni un legendario Reino de Castilla y León para dar historicidad de siglos a una autonomía castellana y leonesa actual que cada vez se muestra más como fallida: que no tiene sentimiento de Comunidad y nadie, ni en Castilla, se la cree; perjudica notablemente a la Región Leonesa y que ni siquiera tiene medio siglo de antigüedad.
A ver si queda de una vez meridianamente claro.