No tenía buena pinta la serie de El Cid de Ámazon cuando en su promoción en las redes confundía el pendón del Reino de León con la bandera de la ciudad de Zaragoza, ambos símbolos (heráldico y vexilológico) colocados en la serie al menos un siglo –y en el caso de la capital aragonesa, dos– antes de que siquiera existieran.
Y en el comienzo de la misma, la primera en la frente. Y cómo no, perjudicando a León, minusvalorando la primacía imperial gótica del Regnum Legionensis con una cabecera diseñada de forma que aparece un reino de Castilla que no se creó hasta dos años después del final de la primera temporada y uno de Aragón mucho más importante de lo que era en realidad, mientras el leonés aparece en tipografía pequeña y sin fortaleza como sí se hace con estos dos anteriores y Navarra (que en realidad se llamaba de Pamplona y Nájera en aquellos tiempos). Cuando en la serie Knightfall se habla del inexistente reino de Cataluña se montó un escándalo de alto voltaje; pero aquí los grillos cantan y cantan sin ser molestados en el resto del país pese a ser un error similar si hablamos de 1063.
Para colmo de males ese supuesto reino de Castilla en 1063 –año en el que transcurre la acción– está colocado justo encima de León. Y el guión navega entre medias verdades e inexactitudes que, en todo momento, o dejan mal a los leoneses o comete incoherencias enormes para justificar que “dice pero no dice y dice lo que dice, para que nadie se moleste”.
No es ya que el primer episodio de los cinco que componen esta entrega sea una especie de Al Salir de Clase, versión Ruy Adolescente –que no deja de ser comprensible la trama juvenil, ya que se inicia cuando Roderico Diaz vivía en León como paje del primogénito de los reyes Fernando y Sancha de León, que es como se intitulaban la mayoría de las veces–, con un lenguaje que podría haberse mejorado y un caos en el guión importante que ha merecido durísimas críticas.
El problema es que durante toda la serie se buscan una serie de compromisos para mantener la historia que todo el mundo tiene en la cabeza por muy equivocada que esté la consabida cantinela de los orígenes humildes del Cid, que están completamente desmontados desde hace más de treinta años porque era bastante más leonés que castellano. O para decir por una parte que León es muy importante, pero que Fernando Sánchez era rey de Castilla cuando nunca lo fue, pero lo que suena a todo el mundo es un reino menor al que le costaría doscientos años equipararse en renombre al imperial leonés.
Y no es que lo digan los leoneses, sino que hasta historiadores de mucho prestigio y de visión castellanista como Gonzalo Martínez Díez lo dejó meridianamente claro. “Podemos y debemos afirmar con absoluta certeza el hecho de que Fernando nunca fue rey de Castilla, y que esta nunca cambió su naturaleza de condado, subordinado al rey de León, para convertirse en un reino, hasta la muerte de Fernando I el año 1065”, afirma en su libro El Condado de Castilla: Historia frente a la leyenda.
León, el reino más importante del siglo XI
Es decir, que el reino más importante de la península, junto con el navarro, el de León, aparece completamente minusvalorado en la presentación de la serie, y uno que no existía en ese momento (el castellano) y otro que no tenía ni treinta años en esa época (el de Aragón, que no pasaba de las faldas de las montañas pirenáicas), pareciera que fueran lo más de lo más. Castilla, en realidad, no se 'soltó' de León hasta 1157 y prácticamente siempre fue un territorio supeditado a León, lo mismo que el reino de Galicia... un reino menor que nació a la vez que el de León y que en realidad, ambos, estaban políticamente al nivel de un condado.
La Corona Leonesa (la de los astures en León y de Galicia, heredera de la corte ovetense) era una de las más poderosas de la Hispania Cristiana y, en aquellos tiempos, incluso de Europa. La serie se desarrolla en 1063, tres años antes de que el duque normando Guillermo el Conquistador venciera al anglosajón Haroldo II en la famosísima batalla de Hastings por el reino de Inglaterra (sin Gales ni Escocia ni pensar en Irlanda). Y el rey de Francia lo era en nombre, puesto que a Enrique I se le conocía en vida como rey de París, ya que su poder no superaba la isla de Francia; lo que viene a ser el alfoz de la ciudad.
Sólo el emperador Sacro Germánico Enrique IV era comparable en poder civil, pero no militar, y éste se vio muy limitado por el Papa de Roma, con lo que empezó la Querella de las Investiduras que dio lugar a las luchas de Güelfos y Gibelinos, algo que el Reino de León había resuelto claramente: el rey lo era por que el pueblo le daba el mando no por gracia divina. De ahí lo del imperio leonés, como palabra latina que significa mando no rey de reyes que derivaría en las primera asamblea de la Historia medieval en la que el pueblo pudo votar al mismo nivel que nobles y eclesiásticos 125 años más tarde. Las Cortes de León de 1188 que, además, se convocaron para defenderse de un temible enemigo, el ya consolidado reino de Castilla.
El rey en León, por el poder del pueblo
Algo que le costó esperar ocho meses a Fernando para poder entrar en la ciudad amurallada leonesa para coronarse (que no aparece en la serie más que de lejos pese a ser conocida como la ciudad de las torres por su imponente potencia y resistencia que ni Almanzor consiguió batir, que es lo que provocó en realidad que se convirtiera en capital del reino), tras haber matado en batalla a su cuñado Vermudo III en 1035 (el mismo año que se crea el reino de Aragón por parte de su padre Sancho Garcés III de Pamplona).
Por cierto, sí es verdad que a Fernando se le podría llamar el matarreyes. El hermano de su mujer cayó muerto por 42 lanzazos en Tamarón tras adelantarse con su caballo a sus huestes –con una saña desmedida que descubrió la autopsia de sus huesos–, a su otro hermano García Sánchez de Nájera y Pamplona en la batalla de Atapuerca en 1054 –no crean que fue el padre de Rodrigo Díaz, que ni siquiera se puede demostrar que naciera en Vivar, quien lo mató sino que fue una lid de la batalla–; y ordenó matar a su otro hermano Ramiro I de Aragón, no en el campo del asedio de Graus (1063) como en la serie sino enviando un musulmán que sabía romance quien le clavó frente a las puertas de la ciudad una lanza en un ojo por sorpresa (de forma similar, aunque algo más escatológica. murió su sobrino Sancho I de Castilla en Zamora a manos del héroe leonés Vellido Dolfos).
Fernando Sánchez, el I de León, el Grande, no fue ningún santo sino un guerrero muy poderoso. Tampoco es verdad que muriera envenenado llorando la muerte de sus hermanos y su cuñado, ni mucho menos que fuera Urraca la causante, y lo hizo dos años después de lo que muestra la serie, en 1065. Su historia de verdad, y la de su familia política leonesa, haría empalidecer sin más a Juego de Tronos si se contara mínimamente bien desde el asesinato del primer prometido de la que luego sería su mujer, el jovencín García de Castilla, casualmente bajo protección del padre de Fernando; que aprovechó para nombrarlo conde en vez del asesinado y así anexionarlo temporalmente a los territorios navarros. Éste, siendo el tercerón, el tercer hijo de un rey, consiguió un gran legado, recuperar Castilla para León, y sobrevivir a todos sus hermanos a base de imponerse a ellos. Él mismo tiene una historia digna del Cid Campeador, como otros tantos personajes del Reino de León y de otros condados como Saldaña o Carrión; injustamente olvidados para dar la primacía legendaria a una Castilla inventada que le robó hasta el nombre a la original (la del norte).
Las poderosísimas mujeres leonesas
Así, en 1063 Fernando el Grande, rey consorte de León y conde de Castilla, era el líder militar más poderoso de la península –de hecho corre la hipótesis de que el emir de Denia quiso congraciarse con él donándole la copa de Cristo, el Calix Domini, que custodiaban los fatimíes del Cairo y que luego los cuentos denominaron fantásticamente como el santo Grial y que en León es el Cáliz de Doña Urraca, su hija– y, políticamente, su esposa Sancha era la reina de verdad por derecho de sangre; y la que solía llevar el peso político y diplomático del imperio gótico legionense.
Las mujeres nobles del reino de León eran poderosísimas y de hecho no es extraño que su nieta y la sobrina de su hija Urraca, del mismo nombre, fuera la primera reina privativa de la Europa Occidental Cristiana. Así que sí, lo que muestra la serie no es un feminismo anacrónico, sino algo que sí ocurría en la Hispania medieval y que la historiografía castellana ha ido ocultando Eso sí, con un lenguaje poco adecuado y un vestuario históricamente fuera de lugar lugar y una ambientación de siglos posteriores como si toda la Edad Media hubiera sido igual de principio a fin cometiendo el mismo error que Amancio González con la estatua de Alfonso VI en Sahagún, precisamente.
De hecho, en el Fuero de León de 1017 –que sí se muestra de forma correcta en la primera vez que se ve a Sancho y a Alfonso, los hijos de Fernando en la Corte recordando que en León había inviolabilidad del domicilio y no se podía entrar sin permiso en casa de las gentes– las mujeres consiguieron sus primeros derechos. Entre otras cosas no se las podía juzgar si su marido estaba fuera de la ciudad. Algo que se podría decir que es una supeditación al hombre intolerable hoy, pero que en aquellos tiempos era un gol por toda la escuadra porque esa norma era sobre todo por situación de guerra... y si no volvía... ¿Cómo la podían juzgar sin marido? Además León tenía la figura del Infantado, las hijas de reyes y nobles solían ser señoras de sus propias tierras y riquezas inmensas que gestionaban ellas mismas siempre que se mantuvieran solteras.
¿Una 'cuartelada' en la alcoba real?
Pero ya lo que es sangrante es que los leoneses tengan que ver en una serie cómo en la alcoba de la reina Sancha se vea claramente un escudo cuartelado de vinilo de oro sobre fondo rojo (los colores de Castilla) que se impone al León (que más bien sería la bandera de Zaragoza o porque el legionense sería con fondo blanco y de color púrpura). O que en la ciudad de León se vean pendones de castilla junto a los leoneses como si nada.
En primer lugar, el pendón cuartelado de la corona de León y de Castilla –o de Castilla y de León que tanto montaban en la época hasta que por apocopamiento se quedó en la primera palabra pese a lo que se ve claramente en cuatro cuarteles– no existió por lo menos hasta casi doscientos años después con Fernando III.
En segundo, en qué cabeza cabe que una ciudad de rancio abolengo, consciente de ser cabeza del reino más importante de Hispania dejaría que los pendones de unos independentistas compartieran espacio con los suyos. Porque eso es lo que eran los castellanos para los leoneses, unos rebeldes levantiscos que siempre estaban disputando la legitimidad del Rey y la primacía legal leonesa. ¿Sería normal ver castillos en Barcelona o Zaragoza en aquella época en igualdad de condiciones? ¿O incluso hoy? ¿O esteladas en Madrid? ¿Decir que Zaragoza es una ciudad catalana como se hace hoy con León llamándola falsamente castellana si tiene ochocientos años lo legionense antes de que se dijera la palabra Castilla por primera vez?
Falta de coherencia y errores
Por no hablar de los errores monumentales de intentar vender otra vez la leyenda de que señores como el campeón real era pobre como una rata, cuando a caballo y con armadura había que tener muchísimo dinero sólo para dar de comer al animal y mantener las armas. O que se venda a un Rodrigo de extracción humilde (ser segundón de una familia emparentada con la realeza, ya quisieran muchos) en plan “vivimos con ellos, comemos con ellos, luchamos para ellos y no somos para ellos” cuando se casó con la prima del Rey, Jimena –una mujer de alta alcurnia asturiana que llegó a ser tres años señora de Valencia al morir el Campeador–, y fue abuelo de nada menos que García IV Ramírez, rey de Pamplona. Cuando su abuelo conspira al más alto nivel, es ayudante del mayor noble del reino y él mismo entró al servicio de nada menos que el primogénito del rey más poderoso de la Europa Occidental en ese mometo.
También es de notar, y esto es muy probable por puro desconocimiento, que el obispo Bernardo esté tan a las órdenes de Roma y ejecute el rito romano cuando en el Reino de León se usaba la liturgia hispánica (y no hasta hace mucho en Palat de Rey en la ciudad leonesa) y es conocida la disputa entre el Papa y la monarquía leonesa que tantos disgustos costó por culpa de no querer cambiar de forma de dar la misa.
Mal en historia de la guerra
No vamos a entrar en usar una espada franca, la Joyosa atribuida a Carlomagno –pero incluso posterior a la época de la serie– en la promoción de un héroe hispánico ni a defender la falsa Tizona que costó 1,6 millones pagados por la Junta de Castilla y León con un arriaz del siglo XV; pero sí a negar la existencia de torneos tipo Suero de Quiñones (cuatro siglos posterior) y a una panoplia de los soldados que cualquier recreacionista histórico de la época, como los Caballeros de Ulver, no aprobaría en su forma de vestir o usar el armamento medieval. Aunque haya alguna que otra buena explicación para eso entre tanto extra, siempre se puede hacer mejor y no ir por el camino del medio.
La serie, es cierto, mejora algo ante el primer capítulo, pero tampoco es que sea lo que venden como Juego de Tronos. No consigue el tono requerido ante una inversión tan grande de producción. Uno se pregunta en qué narices se han gastado el dinero si no da una históricamente con uno de los reinos clave de la historia europea del siglo XI.
Quizás lo más sangrante es cómo usan la leyenda para 'hacer más sencilla la comprensión al espectador', como si éste fuera tonto. O ser capaces de decir en la escena del testamento “Fernando rey de Castilla y León, conde de Castilla” sin inmutarse. O se es rey o se es conde de un territorio, no las dos cosas. Cualquier medievalista diría que la frase, y más en lenguaje protocolario, es absolutamente absurda, vergonzosa e indicaría todo lo contrario a lo que pretende, bajeza en vez de grandeza.
Una leyenda en contra de León
El problema de todo es que esa leyenda, como la del Cantar de Mio Cid se creó para insultar, vejar y destruir el prestigio de los leoneses. Los castellanos de la época eran como los separatistas independentistas del Institut Nova Historia de hoy, famoso por robar todo lo bueno español y quedárselo ellos como le pasa al Cid mismo (o como dicen que ellos inventaron el escudo de León, que fue el primer emblema heráldico regio de la Historia), y los malos no eran los moros sino los leoneses.
Y así ha quedado tan dentro que incluso se manipula a posta la Historia de León en selectividad por parte de las autoridades educativas ocultándola a toda costa –algo intolerable con la Generalitat de Cataluña pero muy pocos critican a la Junta de Castilla y León– y a los leoneses se les insulta por el mero hecho de defender, con toda la razón del mundo, que no son castellanos y de reclamar su autonomía por vía constitucional.
Ningún gallego o asturiano es “castellano”
A ningún gallego o asturiano nadie les llama castellanos, pese a haber estado dentro de la Corona de Castilla (y de León). A ningún vasco se le llama hoy así (pese a ser cuna de la misma y de su lengua), pero a los leoneses se les impide ser de León pese a que lo legionense es ocho siglos anterior a lo castellano. Y a los españoles se les hurtan tres siglos de Historia medieval y se les miente sobre su propio origen (de León nació también el reino de Portugal y la actual España).
Este es el problema de jugar con la leyenda, el mito, el cuento y la mentira sin hacer caso a unas investigaciones históricas que desde hace más de 25 años tienen claro que el Cid no era pobre, no hizo jurar a ningún rey que había matado a su hermano y que fue abuelo de reyes.
Con una Castilla independentista y rebelde, con un reino como el Leonés como trofeo, el Juego de Tronos hispano tendría muchísimo más interés; la serie ganaría y las intrigas serían mucho más correctas. La serie de El Cid tiene en su segunda temporada, cuando sí se crea un reino en Castilla –que hasta su propio monarca Sancho despreciaba por querer el imperio gótico con todo el prestigio, el de León, íntegro–, una oportunidad de mejorar históricamente hasta su propio guión.
Pero visto lo visto lo más probable es que siga siendo siendo insultante para unos leoneses que, en ningún momento, han reconocido su tierra y su ciudad. La ciudad imperial gótica leonesa no se parece nada a un pueblo manchego de Águila Roja como han hecho ver a toda España y el mundo. Y por supuesto no son los malos de la película como siempre hacen ver al mudo entero. Otra vez más, como si merecieran desaparecer de la faz de la Historia por algún pecado que nadie entiende como España en una hipotética República Catalana.
Una leyenda desfasada, que hace daño a una de las zonas de España que más sufre la despoblación y más rápido se está muriendo con una crisis económica sin igual en todo el país. No tiene ni excusa ni hace ninguna gracia, menos viniendo de gente de la Cultura que siempre se supone que defiende que todo el mundo tenga su identidad si es catalán, gallego o vasco... pero si es leonés, defendiendo lo correcto históricamente y sólo queriendo que se cuenten las cosas como fueron basándose en documentación histórica real, se le menosprecia y se le ignora.
En el vídeo de aquí abajo se da una bastante más correcta que lo que propone la serie, lo cual demuestra lo fácil que hubiera sido ser riguroso y lo que habría podido mejorar el guión, porque aquella época fue realmente apasionante. El verdadero Juego de Tronos es el de León, otra oportunidad perdida.
Es difícil que la serie de el Cid no moleste, enfade y subleve a un leonés. Esa es la mayor crítica que se le puede hacer. No sabe de lo que habla y no muestra, ni de lejos qué, cómo es y qué fue León y significa en la historia de los derechos de los ciudadanos en todo el mundo. Y encima, lo minusvalora llamándole lo que no es e imponiéndoselo “por no confundir al espectador” y al final termina dando una versión absolutamente incorrecta e injustificable de León a todo el planeta.