Laciana, entre las maldiciones bíblicas y el anhelo secreto de los leonesistas

Carteles en gallego en unas obras en Laciana que no pararon el 23 de abril.

Un tiempo atrás, no mucho, apenas algo más de dos docenas de años, se generalizó la creencia, que el diablo había asentado sus reales Piedras Agudas, paraje de la pedanía de Rabanal en las inmediaciones de Las Rozas, y que una maldición bíblica había caído sobre este territorio de Laciana.

Maldición al estilo de la lluvia de fuego y destrucción sobre Sodoma y Gomorra, personificada en la imagen del malévolo Victorino Alonso y sus ansias de riqueza a costa de la destrucción del territorio, sin fuego y azufre, pero armado con unas máquinas capacitadas para una mayor y más rápida destrucción. 

Las gentes trataban de encontrar la causa de ese castigo divino y por más que se esforzaron, no encontraron mejor motivo, que la colaboración interna y también externa de varios aprendices de Fausto, que con su pacto demoniaco esperaban y ansiaban regalos y relajos de vida, que nunca alcanzaron más que en vergüenza y remordimientos.

Los cielos debieron apiadarse de Laciana y sus gentes, para apartar de ellos su castigo, y permitirles gozar de un tiempo de dulzura y relajo. En el que poder asumir, que esta tierra es una pequeña parte del paraíso, si sus moradores saben gestionarlo, aprovecharlo y disfrutarlo; dejando de malversarlo.

En esas estaba Laciana, cuando de golpe, sin apenas aviso, aparece una nueva señal de enredo. Como si una nueva maldición bíblica sobrevolase esta tierra, amenazando posar sus garras sobre ella. 

Y es que, en pleno regocijo de esta nueva era de vida, cuando se busca mejorar la calidad de vida de sus convecinos. Los trabajos de mejora se programan y realizan. Y es cuando se produce el aviso: “Peóns circulen pola outra beirarrúa”. Como reza un cartel de las obras en la calle Serafín Morales.

Puede parecer inocente para muchos: “Ya aprendimos algo de portugués, casi nada de pichingli (legua de los caboverdianos), total qué más da un poco de gallego”. Hay otras mentalidades, que perciben en ello un nuevo aviso de tintes bíblicos, con la confusión de las lenguas y la torre de Babel.

Con el castellano (español, para los leonesistas), idioma universal por todos conocido. Ahora hay quienes pretenden institucionalizar y meter en las aulas el patsuezo. Lengua vernácula en desuso, para forzar en los infantes el rechazo a las imposiciones, quien lo desee y quiera ya lo aprenderá por otras vías no oficialistas, ni impositivas, si no voluntarias.

Ahora llega el gallego, quien dice que pasado mañana no es el asturianu oficial, o el catalán. O ya entrados en este mundo globalizado, el árabe o el alemán. Todo entra dentro de lo posible y más cuando el que llega, no solo impone su lengua, también sus costumbres y la ignorancia de las leyes y la legislación local.

Como son de fuera y tienen otra lengua, pretenden ignorar la legislación local que dice: “Se establece como fiesta a todos los efectos en el territorio de la Comunidad de Castilla y León el día 23 de abril de cada año”; ellos hacen lo que quieren y mientras todos asumimos la festividad, para los de la lengua vecina no es festivo y trabajan. ¿Cómo reaccionarían ellos, si el 25 de julio estuviésemos nosotros levantando a golpe de martillo neumático la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela? 

En esos motivos y hechos descritos, está la creencia de ver en éllos el anhelo, no manifestado, de muchos leonesistas. Hacer desaparecer de un plumazo la festividad del 23 de abril, como Día de Castilla y León.

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