HUMOR GRÁFICO Los accidentes del verbo

Heredaréis el viento

Por algún extraño motivo no consigo que la gente trabaje para mí por mucho que les pague. Quiero decir del todo. Cuando encargo algo, después de mucho insistir (incluso suplicar), la persona que accede por fin a ejecutarme la tarea rápida, inmediata, casi inconscientemente me toma como pinche, nunca me acepta como patrón. Da igual que yo acuda al lugar de la obra con sombrero de copa y polainas en un coche de caballos, según llego soy adoptado como ayudante con naturalidad e incluso con displicencia y pasados unos segundos me veo buscando la llave de grifa que no es, poniendo toallas, pelando cables, vaciando baldes (mis propios baldes) o pasando la escoba. En alguna parte del trato, me digo, debo haber olvidado aclarar que voy a intercambiar sus servicios por dinero o que eso no es suficiente ni les importa nada (puede influir que todos los operarios con los que trato son invariablemente millonarios o tal parece). Necesitan y exigen (aparte de gran cantidad de material que quizá esté en la furgoneta, quizá en el local, quizá nunca haya existido) mi servidumbre y humillación. Quieren que reconozca: 1) que no tengo ni puta idea; 2) que me están haciendo un favor; y 3) que mi despreciable (y repetidamente despreciada) ñapa les está apartando temporalmente de empleos más suculentos, importantes y acordes con su talento. Los políticos tienen esa misma idea todo el rato sobre todo el mundo y lo demuestran con mayor crudeza en campaña electoral.

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