Fútbol es fútbol
El fútbol posee una arrolladora capacidad de movilización social, un enorme poder de penetración emocional en la comunidad que le distancia de cualquier otra actividad deportiva o lúdica que podamos imaginar. Como dice esa famosa sentencia que unos atribuyen a Arrigo Sacchi y otros a Jorge Valdano: “El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes”. Para empezar estamos ante un deporte apasionante, posiblemente el único en el que se pueden vivir en apenas 10 minutos todas esas contradictorias emociones que asaltaron a los sufridos culturalistas el pasado sábado en el Toralín, en el que se puede pasar de estar acariciando con la punta de los dedos el codiciado ascenso a recibir un golazo descomunal a cuarenta segundos del final y ver deslizarse como arena entre esos mismos dedos la histórica posibilidad de celebrar la fiesta en el feudo del eterno rival. “Fútbol es fútbol”, resumió de forma inapelable Vujadin Boskov.
El juego del fútbol tiene mucho de estrategia, es como una partida de ajedrez cuyas piezas fueran seres humanos, cada uno de ellos hijo de su madre y de su padre, y cuyas reacciones sobre el césped son totalmente imprevisibles a pesar de haber estudiado y repetido geométricos mecanismos e incontables posibilidades durante los entrenamientos. Porque al final, detrás de esa parada imponente, aquel soberbio remate de cabeza o ese incomprensible fallo ante la portería vacía encontramos un elemento ingobernable, el factor humano. Hay jugadas que se pueden preparar hasta la extenuación, pero cuando la pelota comienza a correr ni los jugadores ni el público saben lo que va a acontecer un minuto antes de que suceda. La linea narrativa de ese relato que cabe en un partido de fútbol es escrita por los protagonistas con su destreza, errores, pundonor o intuición en el mismo momento de su ejecución. El gol sólo existe en ese efímero instante en que estalla sobre el presente con toda su belleza y plasticidad.
Por todo ello, por las infinitas variables que alimentan la incertidumbre del resultado, por la carga de emotividad que invade el estadio o por la enorme belleza estética que desprende el esfuerzo de los jugadores, el fútbol moderno es a día de hoy el único espectáculo global capaz de paralizar el planeta. Emulando con ignorante audacia al bueno de Arquímedes: denle una pelota a un niño y moverá el mundo. Este popular deporte cuyo origen se remonta a finales del siglo XIX en el Reino Unido, donde se establecieron las primeras reglas y se fundó la Football Association (FA), no ha dejado de ganar adeptos desde entonces. Y las batallas que forjaron durante siglos esa europea y belicosa costumbre de invadirnos los unos a los otros han pasado a resolverse en el rectángulo de juego. Como dijo en una ocasión el escritor Paul Auster: “El fútbol es un milagro que ha permitido a Europa poder odiarse sin destruirse”.
Pero hablemos de nuestra Cultu, de ese modesto equipo de fútbol que agita nuestras emociones y que este sábado dirimirá, por fin y ante un abarrotado Reino de León, su batalla más trascendente desde aquella otra ante el Barcelona B que nos dio el ascenso a Segunda División hace ocho años. Toda la provincia de León está volcada con su equipo, con unos colores que aglutinan el sentir de una ciudad demasiado acostumbrada a perder trenes, jóvenes sobradamente preparados y partidos de fútbol en las últimas décadas.
Todo parece estar de cara para que se celebre la fiesta final, pero somos la Cultu, un equipo que a menudo ha hecho épica de la derrota. En cualquier caso, allí estaremos todos los culturalistas empujando con nuestro aliento a unos jugadores y un cuerpo técnico que nos han regalado una temporada fantástica. Gracias, ahora solo queda rematarla con el anhelado ascenso, la guinda del pastel.
Aunque ya saben, fútbol es fútbol.