Memorias de la montaña (V): el artista
Uno de esos peculiares paisanos que permanecen muy vivos en la memoria colectiva de la villa es Felipe, un auténtico artista, y decir eso en este pueblo es mucho decir. Felipe tenía una categoría humana enorme, aunque también le gustaba demasiado el vino. Pero lo más curioso es que tenía amistades en las más altas esferas de la política y la sociedad que hasta día de hoy nadie sabe a ciencia cierta de dónde venían o cómo se las había granjeado. Era amigo de jueces, médicos o militares que manejaban el cotarro social y económico de entonces. Y lejos de contonearse ante sus vecinos, utilizó en muchas ocasiones su posición para tirar de esos hilos y hacer muchos favores a la gente de su pueblo.
Tenía amigos en la abogacía que conseguían buenas jubilaciones para muchos de esos otros amigos mineros que ya estaban afectados por la silicosis, o médicos que los atendían con prioridad absoluta cuando Felipe se lo pedía. Tenía también una relación muy cercana con el doctor Salgado, prestigioso oculista que pondría gafas a muchos de nuestros paisanos sin llegar a cobrarles nunca nada gracias a su intervención. Otro lugar donde tenía unas amistades increíbles era en el ejercito, en aviación, algunos capitanes y hasta un teniente coronel a los que frecuentemente llamaba para pedirles algún favor desde la misma taberna donde estaba y ante el asombro del resto de parroquianos. La mayoría de la gente del pueblo que hizo la mili en aviación iban recomendados por Felipe. Él ayudaba como podía, conseguía permisos de tres meses o del tiempo que fuera necesario para muchos conocidos que estaban haciendo la mili y eran reclamados para ayudar en casa. Mandaba más que el coronel, solían decir sus vecinos.
Muchos de esos prohombres venían a verle a la villa con frecuencia. Como aquel ingeniero jefe que trabajaba en las concentraciones parcelarias, que llegaba a Boñar siempre en coche conducido por un chófer y que preguntaba por su amigo para compartir viandas y vino en la taberna. Luego le decía al conductor que se fuera a casa tranquilo, a atender a su familia, que él se volvería en tren a León después de la charla y la partida. Y conocía a jueces que venían preguntando directamente por él. ¿No está por aquí Felipe?, pues hay que encontrarlo, decían al llegar. Entonces se llamaba a la centralita telefónica y las señoritas que estaban trabajando allí y que sabían todos los números de la villa le localizaban enseguida. O aquel otro reputado cirujano que era íntimo amigo suyo, cómo no, y que siempre preguntaba por él cuando se acercaba a Boñar. Y dependiendo de cómo estuviera, de si ya había bebido demasiado vino ese día, se acercaba a verle o no. Porque Felipe era un bebedor y un vividor impenitente. Era un tipo especial y carismático, de esos que todo el mundo quiere tener a su lado a la hora de la charla y las risas.
El cómo llegó a conocer y entablar amistad con todos esos hombres ilustres sigue siendo un misterio, él, que básicamente se dedicaba a la buena vida. Porque no es que hubiera heredado ni nada parecido, y aunque a veces ayudaba a sus padres con el ganado o a recoger hierba, simplemente se las había apañado para vivir sin dar un palo al agua, para esperar los días con esa libertad que da la ausencia de oficio y beneficio. Pero sobre todo era un tipo de una humanidad y bondad arrolladoras, el mejor de los amigos posibles. Soltero, con todo el tiempo del mundo y dueño de un talento prodigioso para las relaciones públicas, había conseguido codearse con la flor y nata de la sociedad tirando de ingenio y camaradería, lo que se dice un artista, vamos.
👉 Continúa en la entrega VI: el agua