Así se ejercía el terror franquista: muestras de la represión en la posguerra en la provincia de León

Los guerrilleros Manuel Moreno Casado, Miguel Cuellas Gómez y Robustiano Arias Carujo.
10 de noviembre de 2024 09:57 h

Con el final de la Guerra Civil el 1 de abril de 1939 no llegó la paz, sino la victoria de los sublevados, que continuaron represaliando a sus “desafectos” con igual saña que la desplegada desde los inicios del golpe militar. Especiales destinatarios de la misma continuaron siendo los llamado “huidos”, y más tarde guerrilleros, cuya actividad armada llegó a poner en jaque al régimen impuesto y a amenazar su pervivencia. Contra ellos y sus apoyos se perpetraron todo tipo de brutalidades y desmanes.

Un ejemplo que denota el permanente acoso al que ya se venía sometiendo a los que escaparon a los montes es lo sucedido en Argenteiro (Vega de Valcarce). Era una noche en los años de la guerra, el 4 de enero de 1938, cuando media docena de soldados y el guardia civil Francisco Valdés Valdés cercaron el pueblo en busca de Emilio Calvo López (conocido como 'Emilio de Pedro', de Veiga de Brañas, Piedrafita, Lugo, soltero de unos 40 años, labrador y notorio republicano, escapado desde las fechas del golpe militar y allí escondido con ocho o diez compañeros más de la misma partida (la de 'Velasco'). Al registrar la casa de José Fernández Carrete en que aquel y otros dos fuxidos se guarecían, disparó Emilio su escopeta hiriendo mortalmente al cabo Ramón Díez Fernández que iba al frente de la fuerza, dándose a continuación a la fuga todos los buscados.

La venganza

Ante lo acontecido en la refriega, en represalia, las tropas quemaron varias viviendas de la aldea y asesinaron a una mujer, María García Carballo, esposa de José Fernández, y a un menor, José, de tres años, hijo de ambos, muerto, como la madre, por la explosión de las granadas que las tropas arrojaron contra la vivienda. Más tarde en su pueblo, Veiga de Brañas, mataro también a un deficiente físico y mental hermano del que había disparado. 

Pasados tres días eliminaron las fuerzas represivas a Jovino Fernández Rodríguez, padre de José Fernández Carrete. Y finalmente, éste era asesinado unos meses más tarde por militares en la cueva en la que se escondía en un paraje cercano a Trabadelo. Y con él Juan Fernández González, también huido del tiroteo de Argenteiro, Rogelio García Juanes y Manuel Fernández Chao, enterrados al parecer los cuatro en una fosa en el lugar de aquella localidad conocido como Teso de Mundín.

Después, en julio de 1940, se hallaba Emilio, hijo de Pedro y de María, refugiado en una casa de Santín en el pueblo de Piedrafita del Cebrero en compañía del gaitero de Lindoso, fusilado al poco de presentarse a las autoridades, cuando fueron delatados por quien acogían ahora a los dos huidos y por el párroco de Zanfoga.

Tergiversada y magnificada por ellos la denuncia, la desmesura continuó movilizando a toda la comarca luguesa de Quiroga y enviaron a la ínfima aldea a numerosos guardias civiles y falangistas y dos compañías del ejército para apresar a “los seis u ocho fuxidos”, que eran solo uno, y que, tiroteado y herido en una pierna, escapaba una vez más al bosque. Sin embargo, la gravedad de las heridas le forzó a entregarse a los soldados pero eso no evitó que mientras en el Hospital de Lugo curaban a Emilio de Pedro, condenado a la última pena en marzo de 1945 por la muerte del cabo en Argenteiro y conmutado luego a 30 años de reclusión, las nutridas fuerzas encerraran a todos los vecinos en la casona que antes lo ocultaba. Les amenazaron a todos con quemarla con la gasolina que trajeron y con ellos dentro “si no confesaban donde se escondían los rojos que faltaban”.

Dejaron irse a las mujeres y los niños, saquearon la despensa y apalearon al dueño, desconociendo que había sido el delator, y condujeron a los hombres al monte para, en grupos de cinco y delante de un soldado que los vigilaba con el fusil montado, recorrerlo buscando durante diez horas a los restantes fugados, hasta que, cansados y sin que aparecieran, les permitieron volver a sus hogares.

Persistiendo en la represión contra aquella familia, la captura de Emilio Calvo López llevó a la detención en marzo de 1941 en Barcelona de Vicenta Concepción Fernández García, hija de José y de María, la cual había abierto aquella noche de 1938 la puerta para el registro del hogar de sus padres, y de su tío Balbino García Carballo, otro de los antaño huidos de Argenteiro.

A ella le salvó la vida tener 17 años, ser menor de edad, en el momento en que la apresaron en la barcelonesa Prisión Provincial de Mujeres, de la que la trasladan a la cárcel de Lugo. A Balbino, que terminó siendo Caballero Mutilado por la Patria con empleo y vivienda a cuenta del Cuerpo de Mutilados de Guerra, le salvó el hecho de que su esposa fuera en la capital catalana sirvienta del falangista que desde noviembre de 1938 era Fiscal del Tribunal Supremo y sería -de septiembre de 1942 a febrero de 1957- ministro de Gobernación, Blas Pérez González. Él fue quien certificó ante el Juez Instructor especial de la Columna de Operaciones de Asturias que perseguían la guerrilla que el 4 de enero de 1938 aquel se hallaba en la capital leonesa para enrolarse en la Bandera de Falange.

Lo relatado procede del documento mecanografiado “Sucesos acaecidos en la comarca del Cebrero”, relacionados con los huidos durante la guerra y posguerra civil, años 1936 a 1941. Al final del mismo figura que “es testimonio de quien vivió los acontecimientos que se citan en el presente escrito”, y concuerda con lo que se recoge en el Sumario 877/42 de la Auditoría de Guerra de León.

Violencias de ida y vuelta

El 8 de marzo de 1945, en el atraco a mano armada del que sobre las once horas en el pago de Valdecartero del pueblo de Nogar fue víctima el recaudador auxiliar de Contribuciones de Encinedo y Castrillo de Cabrera, Narciso Martínez González, casado y de 52 años, son muertos dos guardias de la Policía Armada -y de Tráfico- del destacamento de Corporales. Se trataba de Liberto Infante Idalsuaga, de 31 años, casado, y Esteban Gutiérrez Merino, de la misma edad, soltero. También fue herido el tercero, José Izquierdo Navarro, casado, de 36 años, de los tres que escoltaban al cobrador de tributos, al que también hirieron, en su desplazamiento a pie por caminos de herradura de unas a otras localidades para la cobranza trimestral.

Fueron los agresores seis “rebeldes huidos” armados de pistolas, fusiles y bombas de mano. El juez militar instructor de la Causa sumarísima 97/45 que por tales hechos se incoa anotará que se apropiaron de un botín rayano en 30.000 pesetas y del armamento, correajes, documentación, relojes y gorros de los dos policías de la escolta, “a los que dispararon cuando se hallaban heridos y en el suelo”, recoge textualmente el sumario). De esta acción de la Guerrilla antifranquista se informó “en el Boletín de Propaganda titulado El Guerrillero, editado por los rebeldes huidos de León-Galicia”, tal y como también se recoge en la causa judicial.

Se atribuyó el atraco a los identificados como Manuel Girón Manuel Girón Bazán ('El Girón'), Miguel Cuellas Gómez ('Chapa', de apodo 'Artillero' en realidad), Robustiano Arias Carujo '“Campesino' o 'Felipe'), Manuel Moreno Casado ('Miliciano' y también llamado 'Andaluz', pues era natural de Purchena, en Jaén), ”y un tal Ramón“, a los que salvo el primero y el último se da por fallecidos cuando en abril de 1946 se archiva lo actuado en tanto los aún vivos no sean capturados.

Parece que el sexto era Miguel Cardeñas Lozano, fugado como Manuel Moreno –y jiennense como él– en el verano de 1944 del Destacamento Penal de las Minas de Casaio, y al que en escrito del Inspector jefe de Policía de Ponferrada, José Pacheco, se identifica como “de igual acento andaluz que aquel” (nacido en Andújar, y amigo inseparable de Girón).

En el asalto a la casa de Columbrianos que les servía de refugio fueron abatidos por una confidencia el 5 de junio de 1945 los guerrilleros Miguel, Robustiano y Manuel, y se asesinó a la dueña de la casa, Catalina Martínez Núñez, y a su sobrino Pedro García Tirado, además de eliminar al día siguiente aplicándole la “Ley de fugas”, como se había hecho con Pedro y Catalina, al enlace de la guerrilla antifranquista Ángel Ovalle Bodelón. Y aún continuó una amplia represión contra otros muchos apoyos de los maquis.

Del auxiliar recaudador, detenido y puesto al poco en libertad provisional, informan además desde el Gobierno Civil que “cobraba a los contribuyentes cantidades mayores de las que reflejaban sus recibos, que es de malos antecedentes y dudosa conducta, y que se ha vanagloriado de su amistad con los elementos que merodean por los montes de la zona”, extremos que desvirtúa textualmente su superior, el recaudador de Ponferrada.

Atropellos colaterales: una deportación masiva

Desde la sede en Valladolid de la Capitanía General de la 7ª Región Militar, de modo reservado, y con carácter de “Urgente”, se ordenaba el 10 de marzo de 1945 que el Juez militar eventual de León, el comandante Baudilio Rojo Caminero, “dispusiera la detención e ingreso en prisión de todos los izquierdistas de dichos pueblos”, los limítrofes al lugar de los hechos, “por su posible concomitancia con los rebeldes” .

Así se hizo, y en la Prisión Provincial se encarceló a treinta vecinos de las localidades cercanas a Nogar. Transcurrido casi un mes de su encierro, “como el juez instructor no encontrara motivos racionales para dictar su procesamiento y retenerles en la citada Prisión”, desde la misma sede vallisoletana, con idéntica reserva, se indica el 5 de abril al mismo juez que en aquella fecha se traslada el gobernador civil que “ordene sean puestos [aquellos vecinos] a su disposición, significándole la conveniencia de que dicho personal fuese desterrado a lugares distantes de los de su actual residencia, con lo que quizás podría evitarse la repetición de hechos parecidos”.

Destierros individuales y familiares se dieron en abundancia para combatir a la guerrilla. Desconocemos si llegó a ejecutarse aquella especie de deportación o desplazamiento colectivo y forzoso de población civil, dispuesto y rubricado desde Valladolid –al igual que la medida represiva del 10 de marzo- por quien era el general Jefe de Estado Mayor de aquella Capitanía General, el bañezano Nicolás Benavides Moro, nacido en 1883 en La Bañeza, ascendido al generalato en mayo de 1944, y fallecido en Madrid en noviembre de 1965. Una calle lo honra en León, otra en Villamontán de la Valduerna y una más en La Bañeza.

Aquel mismo año de 1945, como director del Servicio Histórico Militar, previo a la publicación de la Historia de la Guerra de Liberación, y “para su apología y exaltación”, sometía el general bañezano y africanista diversas consultas al visado y criterio del Caudillo.

Nicolás Benavides Moro estaba destinado en las fechas del golpe militar de 1936 en la Escuela Superior de Guerra, en la que era profesor. Teniente coronel de Estado Mayor desde 1927, se sumó a la rebelión, pasando la guerra -según su hoja de servicios- refugiado desde el 28 de agosto de 1936 en las embajadas de México y Chile. En esta se halla con muchos más militares y civiles a finales de junio de 1937, cuando hacía meses que realizaba trabajos de información a favor de los alzados. Padeció depuración al final de la guerra -como todos los que permanecieron en “zona roja”-, de la que lo exoneraba el Juzgado Militar de Jefes y Oficiales de la Auditoría del Ejército de Ocupación [Viñas, 2019; Píriz, 2022]. Pasajes sin duda oscuros de una biografía en la que se dieron en otros tiempos y otros asuntos luces remarcables. 

Todos estos casos demuestran que para acabar con la guerrilla y sus colaboradores toda violencia fue poca. Y quienes se encargaron de ello no escatimaron ningún medio. No lo hicieron los beneméritos teniente coronel Pedro Romero Basart ya en 1937 o más de diez años después el comandante Miguel Arricivita Vidondo, ambos en la vanguardia de la lucha y la represión en el territorio guerrillero de la provincia de León.

Abundan los estudios sobre cómo se llevó a cabo. Falta, empero, investigar y difundir sobre el despliegue en León (y Asturias y Galicia), de las fuerzas represivas y de control que lo ejecutaron, una extensa y prolongada red de Centros de Información militar, puestos de la Guardia Civil, destacamentos militares de varias Armas, y de la Legión, grupos de fuerzas indígenas -en El Bierzo del 4º Tabor de Regulares de Larache, autores de numerosas tropelías, según informa el gobernador civil Carlos Pinilla Turiño en junio de 1940-, cuarteles de Policía Armada, tan próximos entre sí como los de Corporales y La Baña, brigadillas móviles -contrapartidas-, somatenes o cuartelillos de Falange.

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José Cabañas González es autor del libro 'Cuando de rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León'. Con una 'Primera Parte: El Golpe“' de julio de 2022, y la 'Segunda Parte: La Guerra', de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web.

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