El asalto y toma de Valderas con ametralladoras y morteros en los primeros días de la Guerra Civil en León

Panorámica de Valderas desde el valle y el castillo de Altafría en el alto a la derecha de la imagen.

En este mes de julio, cuando se cumplen 88 años del golpe de Estado que desató en nuestro país la última guerra civil, permítanme que, recogido de mi libro en dos partes Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León, publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens en julio de 2022 y junio de 2023, y de la información que ella contiene (mucha desconocida hasta el presente), les acerque de modo breve y resumido la siguiente, referida en este caso a la villa de Valderas y al modo en que allí, y con ella en todo el sur provincial, pusieron los golpistas fin al legal y legítimo régimen de la Segunda República española:  

Se habría levantado el domingo 19 de julio de 1936 en las inmediaciones de la Casa del Pueblo de Valderas una especie de barricada con adobes “para defenderse cuando vinieran a tomar la villa”. Ya al final de la mañana o al inicio de la tarde del lunes día 20 se dirigirían a Valencia de Don Juan los guardias civiles de su puesto, saliendo de la localidad también seguramente para defender a la República y sin oposición de quienes en ella la defendían, llamados como los de otros cuarteles a concentrarse allí para marchar luego a León, y en Valderas debieron igualmente de quedar sus familiares, sin que tampoco conste, entre tantas maldades como los sublevados achacaron después a los rojos del lugar, que aquellos fueran molestados.  

Cada vez más inquieto y angustiado debió de ser el transcurrir de aquellos días para los leales valderenses, sobre todo una vez que a partir del 20 de julio por la tarde fueran llegándoles noticias de las sucesivas poblaciones que en León y las provincias cercanas iban cayendo bajo la férula de los rebeldes: la capital, Astorga, Benavente, Valencia de Don Juan, y Sahagún en aquella misma fecha; La Bañeza el día 21, Santa María del Páramo y Veguellina de Órbigo el 22 de julio, de manera que a partir de entonces tan solo aquella villa entre las del sur de la provincia se mantenía ya republicana.

Hasta el día 23 dirá Laureano Pérez García haber estado, portando una pistola de su propiedad, con los grupos armados que patrullaban por las calles, muchos de los cuales ya entonces se retiran de ellas, aprestándose para una defensa que se les presenta harto complicada, pues desconocen por dónde los atacarán los facciosos de los alrededores y cuándo se les echarán encima desde el interior del pueblo sus partidarios derechistas que mantienen recluidos en sus casas, mientras esperan (también allí, y en vano) la llegada y el apoyo de los mineros bajados de Asturias y otros contingentes gubernamentales que aún se confiaba en que vendrían.  

El ataque del 24 de julio de 1936 de los sublevados a Valderas

En la madrugada del viernes 24 de julio, una semana después de la sublevación militar, Fortunato Merino Fuertes (de 25 años, barbero), que vigila la entrada a la villa por la carretera de Roales de Campos desde el tejado de la panera de la Marquesa, en la premura por avisar de que se acercan (“sobre las seis y media de la mañana”, declara Jacinto Vega Rodríguez cuando lo capturan en enero de 1940, después de tres años escondido como un topo) procedentes de Benavente fuerzas del Ejército acompañadas de efectivos de Falange y de la Guardia Civil, se rompe una pierna. También avizoraba Norberto Soto Herrero desde el domicilio del cura don Francisco Guzmán y con sus prismáticos la carretera de Valencia de Don Juan, ya que habían informado algunos que las tropas se acercaban por allí. 

Tras el aviso recibido, poco más de un centenar de los en torno a 150 movilizados aquellos días en Valderas (no unos 300, de sus 500 defensores, como luego mantendrán los sediciosos), precariamente armados, se ponen en camino hacia la carretera de Benavente (los restantes siguen imponiendo el arresto a los vecinos de derechas), volviendo al poco sobre sus pasos y replegándose a la población, por la convicción de su fracaso o por temor a que las fuerzas alzadas superiores en armamento y número los sorprendan en campo abierto, confluyendo en la Casa del Pueblo, que abandonan todos excepto uno “al producirse en ella la baja de Laureano” (muerto al tirotear a las tropas que avanzan), marchándose a sus hogares los menos comprometidos y restando una treintena que toman posiciones en las ruinas del castillo situado en el cerro de Altafría, desde el que, con mejor dominio del terreno divisado, podrán adoptar las oportunas decisiones ante el ataque que se avecina.

La columna de insurgentes desde Zamora

La columna de insurgentes, mandada por el capitán de Caballería César Fernández Rodríguez (había proclamado el bando de guerra en Zamora a media mañana del día 19), y formada por soldados zamoranos del Regimiento de Infantería Toledo 26 (una sección de Infantería, un grupo de ametralladoras, y otro de morteros), dos centurias de falangistas y de requetés de Benavente, una falange de Valladolid, y una sección de guardias civiles de Zamora a cargo del teniente José Fernández Rodríguez, cruza el cercano río Cea y atraviesa viñas y campos ya segados desplegando ante la vieja y derruida fortaleza el pesado material de guerra que les acompaña, disparando contra aquella todos sus hombres (unos 350 en total) con toda su mortífera capacidad de fuego.

Lo que produce un tremendo desconcierto entre sus escasos y mal armados defensores, que, ya sin posibilidad alguna de recibir refuerzos, saben llegado el momento irremisible de abandonar Valderas y de tratar de buscar refugio en los campos cercanos –o en las profundidades de sus bodegas, en las que durante algunos de los siguientes años y mientras en la villa huele a incienso, pólvora, lágrimas y sangre de inocentes, se ocultarán ánimas errantes–, dispersándose mientras los atacantes entran en la villa sin encontrar ninguna resistencia (o mínima e ineficaz, pues se dirá después que alguno, como Niceto Velado García, desde su domicilio tiroteó a las tropas con una pistola que más tarde se le ocupa), llegando hasta las puertas de la Casa del Pueblo y deteniendo a continuación “a unos trescientos escopeteros” tras registrar la población casa por casa (irrumpiendo en las de izquierdistas tras romper las puertas a culatazos de fusil), trasladados a la cárcel de Astorga tras pasar antes por la de Benavente, a la que ya aquel mismo día serían conducidos unos cien. 

La suerte de aquellos no más de treinta leales escopeteros resistiendo en la derruida Altafría hasta que, sin poder hacer más, huyen al cercano monte en el que en los días posteriores serán capturados o se irán entregando, poco menos que chusma de milicianos con rudimentarias armas y escasa munición, con apenas recursos para mantener un efectivo control sobre los facciosos de la propia localidad, y dirigidos por el alcalde, estaba indefectiblemente echada desde el primer momento, dada la desproporción en armamento y medios entre resistentes y asaltantes, entre estos tropas regulares bien armadas que emplazan ametralladoras y morteros frente a las endebles defensas de los leales, incapaces de aguantar en tales condiciones un asedio prolongado.  

Detenciones de Falange “para imponer la paz” en Valderas

Ante aquella Casa del Pueblo y Centro Obrero que los desarrapados y ateos socialistas de la villa habían tenido la osadía de construir en hacendera y con sus propias manos en 1932 en los cedidos terrenos comunales del Barrial, frente a la fachada del Seminario (se diría para hacerlos más osados, aunque distaba de aquel más de cien metros; en todo caso un desafío a otros poderes que habrían de expiar ahora y pagar caro), se detendría a varias mujeres, milicianas republicanas durante los días anteriores, que son escarnecidas y humilladas con insultos, ricino, y amenazas y brutalmente trasquiladas.  

La Falange de Benavente “imponía la paz después de las horas de angustia vividas en Valderas por quienes aman a la Patria, dando los falangistas benaventanos una batida que puso en fuga a los insurrectos, a los que causaron dos muertos y algunos heridos. Los demás fueron apresados y conducidos al cuartel de Astorga. El vecindario se echó a la calle para vitorear a los muchachos de Falange. Se han dado armas a los vecinos patriotas, sumándose todos los falangistas que aquí había a la legión de voluntarios para salvar a España del marxismo”, se dirá, con no poco triunfalismo, el 29 de julio en el diario capitalino La Mañana.

Nota: Procede lo mostrado de la cita obra, valorada por el Instituto Leonés de Cultura como “de singular importancia para el conocimiento de la historia reciente de nuestra provincia”, y que es mucho más que el relato más completo, actual y detallado del golpe militar de julio de 1936 en los pueblos, villas y ciudades de la provincia de León.

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