Siguiendo 'La Senda' del esfuerzo femenino y singular para ofrecer la experiencia más auténtica de Laciana

Arancha en su granja en Caboalles de Abajo y junto a alguno de sus animales.

Luis Álvarez

Que “las apariencias engañan” es una frase hecha de amplia difusión. Arancha Santiago Rodríguez, es una de esas personas a las que, si la valoramos a primera vista, quizá engañe, justo hasta que conozcamos un poco más y veamos la aptitud y talento que despliega para realizar su trabajo, por un lado como empresaria ganadera y por otro dirigiendo la empresa de turismo activo La Senda en Caboalles de Abajo, en el municipio de Villablino. Doble actividad que pone en valor, gracias a un enorme esfuerzo personal, lo más auténtico de la comarca de Laciana.

Con 41 años y una figura menuda de apariencia frágil, mantiene la actividad de su empresa turística desde el año 2012, dotándola cada vez de más contenidos. Y lo hace ella sola porque asegura que al menos en su área “contratar gente es muy complejo”, porque el trabajo abunda en unos meses y en otros se reduce bastante, “y además deben ser personas con una titulación, que para contratos temporales no aceptan”.

Este es uno, que no el único, de los aspectos administrativos complejos que plantean dificultades en el desarrollo de su actividad empresarial. La Senda ofrece muchas alternativas como se puede ver en su web y también en su página de Facebook. Pero una de las 'estrellas' de su negocio de diversión natural son las rutas a caballo, individuales o para grupos, para paseos, cortas o largas, que incluye incluso el alquiler de los animales para expertos jinetes por horas o días.

Entre su oferta, se incluye también el alquiler de bicicletas y raquetas de nieve, con o sin acompañante, y senderismo, celebraciones, especialmente de cumpleaños o fiestas infantiles, se encuentran entre su abanico de ofertas.

Pero la otra estrella de las actividades son las visitas a la granja. Allí, en su reducto animal, se pueden realizar y participar en muchas de las actividades agrícolas y ganaderas más tradicionales y siempre en contacto directo con los animales, desde perros a burros, pasando por perros, gatos, conejos, gallinas, patos, caballos, cerdos, cabras, ovejas, vacas y terneros.

Dependiendo de la época, también se podrá sacar patatas, cuando es tiempo, hacer queso, ordeñar una vaca o poner a mamar al ternero, recoger huevos, dar de comer a gallinas, conejos y patos, limpiar y preparar al caballo, o dar un paseo por el prado sobre él.

Arancha ya tiene experiencia y ha comprobado que las visitas a la granja son “habitualmente contratadas para niños”, pero sin embargo, acaban convirtiéndose en muchas ocasiones en más atractivas para los acompañantes adultos que para los propios pequeños. “Los abuelos o los padres son los que comentan, esto lo hacia yo en el pueblo de pequeño todos los días”, y no pocos se ponen a ordeñar para volver a aquellos usos y sabores.

La historia de un proyecto

El negocio, con tantas aristas, no es para débiles, ni dubitativos y menos para perezosos. La exigencia es alta y de dedicación exclusiva. Aunque el origen sea de lo más natural, porque Arancha admite que “yo siempre me he criado en una familia de ganaderos y agricultores, entre animales y sus trabajos”. La casa de su abuelo era conocida en Caboalles como “la casa de Torga”. Su padre, también minero, nunca dejó la ganadería. Por eso ella se ha hecho cargo ahora de la vaquería familiar con unas 30 cabezas.

Relata que cuando acabó el Bachiller consiguió un trabajo temporal y al finalizar el contrato, con el dinero que le correspondía del paro, se marchó a Gijón para estudiar un modulo de FP como Técnica de Actividades Físico-Deportivas en el Medio Natural. El primer paso estaba claro y dado.

Luego, “con el apoyo de la familia”, creó la empresa y empezó de cero a desarrollar la actividad, compartiendo el trabajo con su madre en la ganadería familiar. Alquilar una finca y una casa para la granja, ir reuniendo los animales, entre ellos ocho caballos con sillas y arneses, pagar cotizaciones e impuestos... Y los mayores obstáculos son siempre los de superar los trámites administrativos, porque “cada poco hay cambios en la normativa legal que nos afecta, titulaciones, saneamiento veterinario, prescripciones para las actividades, seguros y demás”.

Ella ya sabe que estas situaciones “te obliga a ajustar mucho costes e ingresos, siempre hay gastos adicionales”, como por ejemplo herrar caballos tres veces al año, reponer arneses o sillas, material de seguridad, forraje y piensos de precios oscilantes. Hace el recuento con cara de alegría mientras quien le escucha pone el gesto adusto y serio. Pero ella explica que se debe a la suerte de “hacer lo que me gusta, estoy en esto porque es lo mío”. Algo que hace sin poner límite a las horas ni horas al esfuerzo, en un continuo preparar y hacer que en verano se intensifica porque julio y agosto son los dos meses de más trabajo.

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