Valencia de Don Juan, agosto de 1936: un sabotaje
Con ocasión de presentar en Valencia de Don Juan el próximo martes 10 de octubre, a las 19.00 horas, en la Casa de Cultura, la Segunda Parte: La Guerra, de mi obra Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León, una investigación que me ha ocupado más de nueve años, y en la que la detallada narración de lo sucedido en julio de 1936 y después en Valencia de Don Juan ocupa en la obra un extenso capítulo, permítanme que tome de entre la información que ella recoge, mucha desconocida hasta el presente, y les acerque a modo de breve y resumido apunte, la siguiente:
Valerio: suceden en Valencia de Don Juan unos hechos, en parte parecidos a los que hicieron padecer antes a los seis asesinados el 20 de septiembre de 1936 en Villadangos del Páramo, también en los primeros meses de la guerra, en cuyo transcurso se incautó buena parte de las cosechas a los hijos de Valerio Fernández García, fallecido en 1927, que había prosperado al hacerse al inicio del siglo con un amplio molino en las afueras de Valencia de Don Juan, en la margen derecha del Esla (el llamado de las Puentes), y durante años amigo de juergas y de juego del médico Guillermo Garrido Rodríguez, dueño de numerosas tierras en la comarca y de otras muchas propiedades, más tarde jefe de Falange. Detenían –al comienzo de agosto– a Miguel Fernández, comunista, el mediano de los cinco hijos de Valerio, y lo encerraban en el cuartel de la Guardia Civil.
Al antiguo compañero de correrías de su padre suplicaba su hermana Luz evitar que lo mataran, ordenando el galeno que lo bajaran del camión en el que con otros ya lo tenían, destinado a quedar, como ellos, en la cuneta de alguna de las carreteras que irradiaban de la villa.
Miguel: con varios más se escondió Miguel Fernández en la Cueva de la Mora, en la carretera de Castrofuerte, no lejos del pueblo, y también allí algunas mujeres (su hermana, Justa, Evangelina, Germana, las madres de Horre –Faustino– y de Ato), simulando recoger leña, los proveían de alimentos que les dejaban en los zarzales que cubrían la entrada del refugio. Al cabo de unos meses, ante las sospechas de los guardias, una noche dejó el grupo aquel escondrijo y se ocultó varios meses más en el pozo –con agua hasta las rodillas– del que fuera molino de Valerio, al que continuaron las mujeres llevándoles comida. La humedad y la dureza del escondite los obligó a abandonarlo, y de nuevo campo a través y por la noche recorrieron los más de dos kilómetros hasta la población para guardarse ahora en la tenada de la enorme casona del juez Emeterio Castaño (republicano del que nadie sospechaba), cuyas cuadras y puerta trasera daban a la calleja del que más tarde sería cine Ortiz, alimentados por las muchachas del servicio.
Al cabo de un mes, ya en diciembre de 1936, cambiaba Miguel de amparo, ocultándose esta vez en los establos y el pajar de la casa de su hermana, registrada antes tantas veces en su busca, y de nuevo después de que algún vecino denunciara su presencia. Asediaron la vivienda, rodeándola toda, armados de mosquetón los de las capas y tricornios, y cuando entraron para detenerlo escapó el buscado por el corral y el huerto, saltando por los tejados de las cuadras a la parte que daba al campo. En la retaguardia lo esperaba Angelón (Ángel Sánchez del Amo, uno de los guardias más brutales y temidos), que, apuntándole, le dio el alto. Hacia allí corrió su hermana Luz, que a pesar de su avanzado embarazo se interpuso entre uno y otro, gritando desesperada y suplicando por la vida de aquel muchacho “que nada malo había hecho”, llegando a forcejear con el benemérito, que con toda su rabia le estrelló en el vientre un tremendo culatazo que hizo que del arma se escapara un tiro con el golpe. Salvó así la vida Miguel Fernández, siendo apresado, primero en San Marcos y más tarde en otra cárcel de Teruel (lugares de los que nunca quiso hablar), mientras su familia continuaba enfrentando en Coyanza la durísima posguerra de los rojos, para ellos algo aliviada de hambres al ser, aunque pobres, labradores con tierras y animales heredados, y de sufrimientos “porque algunos nos los perdonaban por creyentes y por quiénes habían sido nuestros padres” (contaría Luz años más tarde).
Parece que el Miguel protagonista de las desventuras de este relato recogido de la memoria oral de su familia era Miguel Fernández Barbero (el Chiripa, soltero, de 23 años, jornalero, hijo de Valerio Fernández y de María Candelas Barbero Guerra, esposados el 1 de julio de 1899), uno de los vecinos de Valencia de Don Juan a los que implican en el corte el 4 de agosto de un cable del tendido telegráfico en las proximidades de la ciudad, un sabotaje “para impedir que las fuerzas de nuestro glorioso Ejército se pudieran comunicar con las demás fuerzas salvadoras de España” por el que la justicia militar abre al comienzo de octubre el Sumario 67/36 que instruye el teniente de Infantería retirado Marcos Rodríguez Andrés, por el que lo encausan a él, entonces “en ignorado paradero” y a otros cuatro, tres de ellos vecinos de la población y otro que no lo es, presos todos estos en San Marcos, donde las confidencias de algunos de los numerosos recluidos, de las que ya informaba el 27 de agosto el capitán Arturo Marzal, jefe de la Prisión habilitada en el antiguo convento desde hacía un mes, los señalaban a él y a Francisco García Cardo (de 40 años, soltero, fotógrafo) como autores del estrago.
Domitilo y los demás: eran los restantes encartados Domitilo Valderas Álvarez (nacido en Villaesper de Campos, de 56 años, guarda de la Confederación Hidrográfica del Duero), Manuel Domínguez Ferreira (natural de Espiño, Portugal, casado, de 38 años), y Manuel Garrido Díaz (de 21 años, soltero, natural de Caborana, Asturias), afiliado a la UGT, peón en las obras de unas escuelas que se construían en su pueblo, que vino desde Ujo –sin armas– a León el 19 de julio con los mineros asturianos aprovechando la ocasión y ahorrándose el viaje para ver a su madre enferma y a sus hermanas en Valencia de Don Juan, a donde llegó en la tarde de aquel domingo, y al que empleaba durante el verano un Sindicato de Riego para cuidar de las presas, y se marchaba en el invierno a trabajar a Asturias
Francisco García (al que consideran de malos antecedentes, y del que dicen fue arrestado en una ocasión por ocultar en su bar a mujeres de mala fama –afirma él que “lo sirven mujeres de toda honradez en vez de camareros”–, y acusado de ser instructor de los Pioneros Rojos del pueblo, niños de ocho a doce años) niega ser el responsable, manifestando que se dedica a su profesión y al establecimiento de bebidas que regenta desde que unos días antes del Movimiento lo montara con Miguel Fernández, y que el jefe de Falange Guillermo Garrido llamó a varios directivos de los obreros de la villa para tratar de saber quién cortó el cable que la comunica con León.
Las delaciones sobre el corte del tendido del telégrafo les habían sido hechas en San Marcos a dos de los guardias civiles del puesto de Valencia de Don Juan que allí custodiaban a los recluidos, Flavio Llanes Rodríguez y Serapio Ruano Barrientos, que no conocen al portugués y califican a los demás de izquierdistas de ideas avanzadas y peligrosos para la sociedad, Francisco García instructor que en su propia casa inculcaba a los niños socialismo y comunismo, y Manuel Garrido difusor de propaganda extremista cada vez que volvía por la ciudad coyantina. Capturado Miguel Fernández Barbero a primeros de diciembre, informaban de todos ellos desde la benemérita Comandancia de León ser de pésimos antecedentes, pendenciero, dado a la bebida y explotador de menores Francisco, simpatizante del marxismo Domitilo, anarcosindicalista de la CNT Miguel y afiliado a una Sociedad de Oficios Varios, “peligrosa la actuación de estos sujetos antes del Movimiento Nacional actual, sin que se sepa que hayan tomado parte activa contra él una vez iniciado, debido a que en Valencia de Don Juan no ocurrió acontecimiento alguno” (aseveración que también hace alguno de ellos).
Interrogan a Miguel, que manifiesta ser secretario local de la CNT, sindicato que se reunía en la casa del vecino Niceto Álvarez, mientras los demás lo hacían en domicilios arrendados; que nadie de la villa fue a León a recibir el 19 de julio a los mineros asturianos, y que nadie se opuso en ella al movimiento salvador; que no tuvo intervención en los sucesos de octubre de 1934, y en noviembre de aquel año lo detuvieron mes y medio porque puso en la Plaza (en la puerta del Consistorio) un anuncio propagando el semanarioTierra y Libertad, del que era corresponsal (registrada su casa, le encontraron ejemplares de este, y de CNT y El Luchador), habiendo sido después sobreseído.
Procede lo anterior del libro que ahora presentamos, publicado el pasado junio por Ediciones del Lobo Sapiens con la colaboración de la Diputación Provincial y su Instituto Leonés de Cultura, y los Ayuntamientos de Santa María del Páramo, Villoria de Órbigo, La Bañeza, Valderas, Astorga, Santa Elena de Jamuz, Valencia de Don Juan, y San Andrés del Rabanedo; que han valorado en el ILC como “una obra de singular importancia para el conocimiento de la historia reciente de nuestra provincia”, y que con sus 874 páginas, referencias de 3.700 personas y 500 lugares provinciales, 160 imágenes de época, y 1.000 notas a pie de página, es mucho más que el relato más completo, actual y detallado del golpe militar de julio de 1936 en los pueblos, villas y ciudades de la provincia de León. Las dos partes se pueden comprar aquí.