Los estertores de la Segunda República en León
Con ocasión de presentar en la sede de la Agrupación Municipal Socialista de León el próximo jueves 16 de febrero, a las 19.30 horas, la Primera Parte: El Golpe, de mi libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León, una investigación que ha ocupado nueve años, y en la que la detallada narración de lo sucedido en julio de 1936 y después en la capital leonesa tiene un amplio espacio en cada uno de los capítulos de la obra.
También hay que precisar que la Exposición 'Los dibujos de Felipe García Prieto, Topo, en Astorga durante la Guerra Civil, contra el fascio y la guerra', basada en contenido del propio libro y en documentación hallada en archivos a lo largo de su elaboración, y puede contemplarse del 13 al 28 de febrero en la misma sede socialista.
Se trata de una colección de dibujos realizados en su escondrijo por el joven astorgano así nombrado y perseguido por la justicia de los facciosos, que muestra su particular percepción del fascismo y de la guerra que él mismo sufría; que creemos que vale la pena conocer hoy, más de ochenta años después y cuando la historia se repite con una nueva contienda en Europa y el auge por doquier del fascio renovado; y que tiene, lamentablemente, plena vigencia y triste actualidad.
Respecto al libro de Cuando se rompió el mundo, de entre la información que ella recoge, mucha desconocida hasta el presente, se puede efectuar este breve y resumido apunte de lo ocurrido en julio de 1936 en la capital de la provincia:
Emilio Francés
Pasada la una y media del lunes 20 de julio, el gobernador Emilio Francés y su secretaria, Esperanza de las Cuevas Canillas, abandonan el Gobierno Civil para almorzar en sus respectivos domicilios (a pesar de los críticos momentos hasta entonces vividos, de ninguna manera piensa aquel que el Ejército se vaya a sublevar, pues a las 13.40 horas remite un telegrama al alcalde de Mansilla de las Mulas para que retenga allí a la expedición de mineros que procedentes de Cistierna se dirigen a León “por no ser necesarios de momento sus servicios”). En la sede provincial quedan el capitán Rodríguez Lozano y dirigentes obreros que dan al gobernador palabra de no repartir –de modo controlado a 30 voluntarios– las armas almacenadas y prometidas hasta las tres de la tarde, tras su regreso.
Poco antes de las dos de la tarde, una vez le confirman que el gobernador civil ha entrado en su residencia para comer (cuando lo mismo hace la mayoría de la población recluida en sus casas), daba el general Carlos Bosch orden de iniciar en León el alzamiento, y sin previo aviso y sorprendiendo a muchos tras tanta rejurada lealtad, “para restaurar el orden” saca las tropas a la calle (se perpetraba aquí parecida traición a la ejecutada en Oviedo por el coronel Aranda después de que los mismos burlados mineros abandonaran la ciudad). En el interior del Gobierno Civil, los del Frente Popular cierran la puerta, haciéndose ya sobre el edificio disparos desde fuera momentos después de que lo abandonen el capitán Eduardo Rodríguez Calleja y el teniente y alférez de Asalto Emilio Fernández y Manuel Lledó.
Emilio Francés recibe con asombro el mandato de quedarse en casa. Soldados del cercano Gobierno Militar se han presentado en la puerta de su domicilio “para proteger su integridad”. Por teléfono exige hablar con el gobernador militar Carlos Bosch, pero le contestan que “ahora mismo no está para nadie”. Vista la situación, se daría entonces cuenta del engaño en que aquel lo ha tenido los pasados días, mientras preparaba la sublevación. Intentará de nuevo por la noche comunicar con el general, telefoneando a su residencia y hablando con su esposa, Jesusa Boix, a quien encarga le traslade “que se pone a su entera disposición”. Manifiesta el gobernador y comandante militar en los siguientes días no tener cargos concretos contra Emilio Francés, pero lo conmina a permanecer en su casa, bajo palabra de honor, a pesar de lo cual ordena que por guardias de Asalto se vigile el domicilio, desde el que el 30 de julio lo encarcelan en la Prisión Provincial, siendo el 31 puesto en prisión atenuada de nuevo en su casa y estrechamente custodiado por agentes policiales.
Ramiro Armesto
En cuanto al abogado Ramiro Armesto, presidente de la Diputación, estaba convocada por la tarde sesión plenaria de su Comisión Gestora. Había regresado a la capital el día anterior al filo de las catorce horas tras pasar dos días en El Bierzo acompañando el primero al gobernador civil y el segundo visitando a familiares. Dio orden de mantener la convocatoria, pese a los rumores de que “podía estallar un movimiento”, y después de pasar la mañana en el palacio provincial marchó poco antes de las dos de la tarde al Gobierno Civil a ver si encontraba allí a Vicente Martín Marassa –que residía en Trobajo del Camino– para notificárselo. No lo vio, y se dirigía en coche a casa del médico Francisco Ucieda Losada, donde ya desde el día antes se hallaba su mujer, cuando entre la Plaza de la Libertad y la de la República escuchó gritos y disparos.
Pidió al chófer que parara y se fue corriendo a casa del doctor, en la que también estaban los cuatro hijos del general Julián Pardiñas. De allí no salió más. El 21 de julio por la mañana y por la radio escuchó la proclamación del estado de guerra y pidió a aquel general que fuera a la Comandancia Militar y le pusiera a disposición de su colega Carlos Bosch, indicándole este permanecer hasta nueva orden en la residencia del doctor, que será custodiada por dos guardias. Unos días después la policía lo iba a buscar para el nombramiento del nuevo presidente de la Diputación, Joaquín López Robles (por el que los sublevados lo sustituyen el 22 de julio) tras lo que volvería a la misma casa, solicitando unas fechas más tarde permiso al militar responsable de la Comisaría para regresar a su domicilio. Se registraría la Diputación el 5 de agosto, sin encontrar nada que lo comprometiera, siendo el día 16 apresado en la cárcel provincial.
Miguel Castaño
Tampoco trabajaron el 20 de julio los empleados del periódico La Democracia, como comprueba su dueño, el alcalde Miguel Castaño, cuando acude a los talleres del periódico, con asombro –dirá– pues la huelga a la que por radio se había llamado desde Madrid se refería a los lugares puestos por los alzados en estado de guerra, que no era el caso de León. Desde allí se dirige, a las diez, al Consistorio, donde despacha asuntos hasta la una de la tarde, en que para comer se va a su casa, de la que, tras escuchar disparos y ver soldados en la avenida Padre Isla cuando se dispone a volver a la redacción, ya no saldría hasta que a mediados de agosto lo detengan.
Enorme expectación toda la mañana y gran movimiento de gente que camina deprisa a la hora de los trenes. Alocuciones por Radio León, y difusión cada diez minutos de la obligada nota oficial recibida del Gobierno Civil el día antes informando de que “el Gobierno de la República ha sofocado rotundamente el criminal intento de sublevación iniciado en África”, que se radiará continuadamente desde las siete hasta que los rebeldes tomen la emisora, aunque a pocos tranquiliza ya, al igual que sin duda habría sucedido con las octavillas anunciando que “el Ejército está en León al lado del Gobierno, y nadie se preocupe, pues todo está aquí a su favor”, que el gobernador ordenó imprimir en los talleres de El Diario de León para que un avión las arrojara y que no llegaron a estamparse porque la insurrección sorprendió en pleno trabajo a los linotipistas que las elaboraban.
La Casa del Pueblo
A la Casa del Pueblo se trasladan al filo de las dos los miembros de la CNT que se hallaban en su local de la calle de la Rúa, alarmados ante la cerrazón de las autoridades republicanas frente al que creen inminente levantamiento, del que informan a la directiva socialista, que allí se encuentra reunida y que, confiando en la palabra empeñada por los militares, es aún partidaria de la calma y de la espera (acordando convocar una reunión de los responsables de todas sus secciones a las cuatro de la tarde), por lo que un buen número de cenetistas dejan el lugar encolerizados. Todavía uno de los que se quedaron, Antonino González Díez, intentaba convencer a Teresa Monge Melcón de la necesidad de actuar y anticiparse a los golpistas, cuando tuvo que escapar porque, en medio de un calor aplastante, comenzaban los disparos de las tropas sublevadas contra el centro socialista.
Procede lo anterior del libro que ahora se presenta en la capital leonesa, publicado el pasado julio por Ediciones del Lobo Sapiens con la colaboración de la Diputación Provincial y su Instituto Leonés de Cultura, y los Ayuntamientos de Santa María del Páramo, La Bañeza, Astorga, Santa Elena de Jamuz, y San Andrés del Rabanedo; que han valorado en el ILC como “una obra de singular importancia para el conocimiento de la historia reciente de nuestra provincia”, y que con sus 828 páginas, referencias de casi tres mil personas y más de quinientos lugares provinciales, más de 130 imágenes de época, y sus mil doscientas notas a pie de página, es mucho más que el relato más completo, actual y detallado del golpe militar de julio de 1936 en los pueblos, villas y ciudades de la provincia de León.
Puede comprar el libro de José Cabañas sobre el inicio de la Guerra Civil Española en la provincia de León pinchando aquí.