Una vida en homenaje a la restauración, a las antigüedades y a la artesanía

Artesanos Leoneses

Marta Cuervo

Han pasado más de 50 años desde que el maestro Epigmenio Llamazares hiciese realidad su sueño: la creación de un taller familiar, construido con sus propias manos. Pero muchos años más han corrido desde que este leonés descubriera en sí el don de la artesanía, de la restauración y del tratamiento de innumerables materiales como la piedra, la madera y la forja, por ejemplo.

Y es que, tan sólo era un niño cuando comenzó a formarse en este mundo. Con la mente despierta, y la destreza que desde el principio le hizo destacar, Epi -como le llaman en casa- se esforzó por ser el número uno, el mejor, y no sólo dentro de la provincia leonesa. “Desde joven me gustó la artesanía de la madera. A los 10 años ingresé en la Escuela de Artes y Oficios - en la calle Sierra Pambley-, donde estudié tres años, y después continué mi formación en talleres. A los 17 años fui nombrado 'campeón de España de la madera' pasando por tres concursos provinciales, regionales y luego uno nacional, y compitiendo con otros 60 expertos”, explica el maestro.

Muchas facetas, muchas obras, mucho esfuerzo y mucho trabajo

Fue a los 20 años cuando Epi abrió las puertas de su taller. “En esa época trabajé para muchos sitios: anticuarios, para la Catedral, para la restauración de retablos, particulares, haciendo obras de arte, de talla, de madera, de forja, de piedra... De todo, de cualquier faceta derivada de la artesanía que, aproximadamente, implica el dominio de 20 oficios”. Cuando vio a sus hijos preparados, Beatriz, Juan Carlos, Miguel Ángel y Francisco Javier entraron a formar parte del conjunto familiar y Epi les enseñó todo lo que sabía, todo lo que había descubierto y cultivado en más de 60 años de dedicación.

Tiempos difíciles para el trabajo artesanal de creación y restauración

Volviendo la vista atrás con cierta nostalgia, Epi confiesa que siempre le ha gustado mucho su oficio. “Me gustaba, y había mucho material, mucho que arreglar y que hacer y que restaurar. Hoy en día está en decaimiento. Hace 15 años cualquier obrero te mandaba hacer por encargo una librería para su casa, valorada en medio millón de pesetas. Ahora ni hablar, la gente compra barato, aglomerado, y no mandan hacer nada, ni si quiera los ricos”, analiza Epi. “He hecho obras de las que me siento orgulloso, como escaleras helicoidales, de lo más difícil de construir en madera, pero ha llovido mucho desde entonces”.

El principal problema de este oficio es que ya no hay demanda. Según valora el maestro, desde hace unos años, el mercado ha cambiado el 150%. “Entonces había de todo, te encargaban y te mandaban fabricar. Hoy en día, ni siquiera bajando los precios al 50%. Si restaurar una cómoda cuesta 100.000 pesetas y das 50.000 de presupuesto, ni siquiera la encargan”, confiesa Epi. Pero nada puede desmotivar a un buen profesional como este artesano de pura cepa. “Según están los tiempos tenemos que adaptarnos para responder a una demanda de manera muy inteligente y muy rápida; que el producto quede bien y barato. Y milagros no se pueden hacer, pero un buen profesional lo demuestra ante las dificultades del trabajo”, sentencia Epi, que asegura que 'su especie de artesanos' consigue subsistir de esta manera, secreto en el que reside la clave de mantener esta herencia personal.

Uso de técnicas olvidadas por la modernización

Artesanos Leoneses se caracteriza por utilizar técnicas y herramientas en su mayoría olvidadas debido a la modernización, comodidad y tiempo.

“Nosotros no las apartamos de nuestro lado, ya que el resultado y calidad que con ellas obtenemos son incomparables. Tenemos una gran reserva de materiales preciosos para las restauraciones, acumulados en 50 años de trabajo, y hoy en día imposibles de conseguir y encontrar”, explica Beatriz.

Por eso, en el taller hacen mucho más que restauración y creación de muebles de madera. “Trabajamos la madera, pero también la piedra, la forja, la vidriera, la pintura, tejemos sillas, realizamos piezas del estilo que demande el cliente -moderno, antiguo- o, incluso, la transformación de piezas para darles otro uso: un arca grande convertido en alacena, un armario o una cómoda que usamos para hacer una mesa, por ejemplo”, añade la benjamina de los cuatro hermanos.

“Ahora mis hijos llegan a mi nivel, con ideas nuevas que me sobrepasan: son mi alegría”, declara Epi. “Desde pequeños empezó a enseñarnos a pintar, a tallar; jugando, y fue como mejor aprendimos. Es nuestro maestro, nos lo ha enseñado todo”, contesta su hija.

La tienda de Artesanos Leoneses, una casita de cuento que parece sacada de uno de los libros de los Hermanos Grimm, tiene a la venta alacenas, arcas, mesas, esculturas, marcos, consolas, escritorios, manubrios, libros, esculturas y, ahora, está inundada de ramos leoneses, uno de ellos de especial interés ya que es tenebrario, campanario y perchero. Este mágico lugar se trata del antiguo almacén de la familia, contiguo al primero de los talleres, el que Epi abrió con 20 años. Además, Artesanos Leoneses cuenta con una nave de exposición de 1.700 metros cuadrados, en carretera León - Benavente, 91, a 14 kilómetros de León, con las puertas abiertas a quienes quieran visitarlo.

La tienda la construyeron ellos mismos, movidos por “la decadencia en general del sector”. “Así conseguimos una mayor visibilidad, los que vienen aquí van a la nave y viceversa, y así crecen los encargos. Fue un acierto en época mala, que nos permite exponer. Porque ya no queda nadie, los artesanos de mi época o se han retirado, o se han muerto”, reconoce apenado.

“Por ejemplo, quedan muy pocos artesanos que sepan arreglar un piano, o un manubrio, -instrumentos de música-, o restaurar cerámica. Trabajar la forja, el dorado el enrejillado. Pocos saben tejer una silla de junco marino, ahora el tapizado empleado antiguamente con las sillas se ha sustituido por goma espuma”, añade.

Epi dirige una cariñosa mirada a su hija, con admiración: es su legado. “Mi experiencia, mi perseverancia y mi trabajo me han desvelado muchos secretos. Me siento orgulloso de poder compartirlos con mis hijos, porque eso no se paga con dinero”, concluye el maestro.

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