Cine

'La trinchera infinita': topos

Fotograma de la película 'La Trinchera Infinita'.

“No ha llegado la paz, ha llegado la victoria”, le decía Agustín González a Gabino Diego en la demoledora secuencia final de Las bicicletas son para el verano (1984), unas palabras dolorosamente lúcidas que revelaban de forma nítida lo que  acabaríamos comprendiendo tiempo después, que todos habíamos perdido. La guerra había durado tres años, la victoria duraría cuarenta.

Al terminar la Guerra Civil muchos republicanos se vieron obligados a desaparecer para evitar la represión franquista. Otros, como Eufemiano Díez, el topo de La Mata de Curueño, solo habían elegido el bando equivocado durante la contienda. “Me alisté con los rojos por culpa de mi padre, yo no sabía nada de política. Cuando estalló la guerra y había que alistarse me dijo: Mira Eufemiano, yo creo que en estos casos lo mejor es estar con el Gobierno”. Él se entregaría en 1947, pero muchos otros, repudiados por el nuevo régimen, permanecieron ocultos durante décadas en alacenas, cobertizos, desvanes, cuadras o pequeñas habitaciones construidas tras una falsa pared en sus propias casas, protegidos por familiares o esposas y únicamente conectados con el mundo a través de sus ojos. 

La historia de algunas de estas personas enterradas en vida fue documentada en el libro Los Topos (1977), de Jesús Torbado y Manuel Leguineche, un elocuente y necesario homenaje que recoge veinticuatro testimonios de quienes se vieron abocados a vivir como fantasmas para no acabar muertos; hombres como el propio Eufemiano Díez, Protasio Montalvo, los hermanos Juan y Manuel Hidalgo, Manuel Corral, Pablo Pérez Hidalgo, Eulogio de Vega o Manuel Cortés. Precisamente este último inspiraría años después el conmovedor documental animado de Manuel H. Martín 30 años de oscuridad (2011).

Y también la película que ahora nos ocupa, aunque bebe de todas esas tremendas historias recopiladas en Los Topos, se centra de forma particular en la solitaria odisea vital de Cortés, un alcalde republicano de Mijas que, en la situación de nerviosismo previa al golpe de estado de 1936, había encarcelado a algunos derechistas y expropiado sus tierras para repartir las cosechas de forma colectiva. Y que al regresar de forma clandestina una vez terminada la contienda tenía demasiados enemigos en el pueblo como para decidir que esconderse era la mejor opción, primero tras un armario tapiado y más tarde en un desván de una casa cercana que había alquilado junto a su mujer. Allí permaneció hasta el 28 de marzo de 1969, día en el que el ministro Fraga Iribarne anunciaba la amnistía general por la que se declaraban prescritos todos los delitos cometidos con anterioridad al 1 de abril de 1939, después de haber visto como cambiaba España a través de un agujero en la pared durante 30 años.

Los realizadores Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga, responsables de esas dos hermosas fábulas cinematográficas que son Loreak (2014) y Handia (2017), abandonan por primera vez el País Vasco para filmar este sólido e impecable drama en Andalucía y con actores andaluces. Es difícil imaginar una mejor elección de los protagonistas que llevan todo el peso de la trama y que arrastran al espectador con cada mínimo gesto, con cada mirada huidiza o desafiante. Belén Cuesta y Antonio de la Torre transmiten magistralmente la lacerante derrota que infringe el lento paso del tiempo cuando nada cambia, el desasosiego de sus vidas cautivas, la angustia detenida en cada rincón de su encierro. Todo está contado desde su punto de vista, y es a través de los sonidos que llegan de la calle, de las personas que entran en la casa, de los cambios en las formas de vestir o de las voces que emite esa eterna compañera del ‘topo’ que fue la radio, como podemos sentir el transcurrir de los años.

La trinchera infinita (2019) es una obra mayúscula, moralmente compleja y visualmente hipnótica, un trabajo inteligente y sensible que no entiende de discursos ideológicos, que incluso trasciende su contexto histórico para ir mucho más allá, para hablarnos de sentimientos tan antiguos como el hombre, para capturar sobre la pantalla los infinitos matices del miedo, la lealtad, el rencor o la supervivencia.

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