'Stranger Things': los años ochenta

Cartel promocional de la cuarta temporada de la serie 'Stranger Things'.

Antonio Boñar

¿Por qué nos fascinan tanto los años ochenta? La explicación más sensata al ataque de nostalgia por esa década que parece haber surgido en los últimos años hablaría de que son precisamente los niños de los ochenta los que ahora ocupan las esferas de poder, los que han querido y sabido reivindicar los productos culturales de su infancia. A ellos se sumarían los que no manejan el cotarro, quienes serían también por causas estrictamente generacionales fetichistas consumidores de esos mismos productos, bien por una idealización de aquella época percibida como más sencilla y auténtica, o bien para combatir a base de tarjeta de crédito un presente insatisfactorio.

En cualquier caso los años ochenta están de vuelta y son muchas las películas, libros, videojuegos, vinilos, marcas de ropa o series de televisión que han tratado de recuperar y mercantilizar aquella época pretecnológica en la que todavía no existían ni Internet ni los teléfonos móviles. Un fenómeno que parece no tener fecha de caducidad y cuyo comienzo podríamos situar en el éxito de crítica y público que alcanzó la película de J. J. Abrams Super 8 (2011), una cautivadora cinta de aventuras que homenajeaba sin disimulo a todos esos clásicos de cine fantástico y juvenil de los ochenta, una obra que podemos situar con argumentada certeza como germen ideológico y estético de la serie que nos ocupa.

Además de esa añoranza por los cánones culturales de la infancia de los que ahora tenemos más de cuarenta años, la exitosa fórmula de Stranger Things incluiría en primer lugar una pequeña ciudad americana del medio oeste, con su centro comercial y su High School, una especie de Macondo paranormal y ochentero que en este caso se llama Hawkins y tiene un reverso tenebroso bajo sus cimientos. La composición de este cóctel imposible debería tener también y por supuesto luces de neón y música de sintetizadores por doquier. Y para terminar debería juntar en un mismo recipiente catódico una típica familia disfuncional de película de Steven Spielberg con el sentido del terror fantástico que encontramos en las novelas de Stephen King. Esto último se conseguiría con la evocación en pequeñas dosis de películas como E.T. el extraterrestre (1982), Amanecer Rojo (1984), Los Goonies (1985) o It (1990).

Y así, con esta nostálgica alquimia, con unos chavales actores que están sobresalientes y a los que hemos visto llegar a la adolescencia tras cuatro temporadas (con parada pandémica incluida), y con el talento de los hermanos Buffer para agitar la mezcla, obtenemos un espectáculo televisivo atractivo y eficazmente ochentero: Stranger Things.

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