'¿Quién es Anna?': la gran mentira

La serie de Netflix explora cómo Anna Delvey consiguió estafar a la Jet Set neoyorkina.

Antonio Boñar

Decía Alfred Hitchcock que una buena película es como la vida, pero sin las partes aburridas. Y hasta hace bien poco esto era así, concretamente hasta que empezó esta moda de hacer películas de nueve horas, miniseries que estiran tediosamente una trama que se podría y debería haber contado en noventa minutos, en esa hora y media que es como la vida pero sin las partes aburridas.

La historia de Anna Delvey, una timadora de guante blanco que haciéndose pasar por una rica heredera alemana consiguió entrar en el exclusivo circulo de la alta sociedad neoyorquina, es ciertamente jugosa. Pero el principal problema de esta miniserie que intenta adentrarse en la mente narcisista y manipuladora de Anna es precisamente ese: nueve largos episodios que lejos de perfilar con más precisión su perturbadora personalidad acaban por agotar hasta el hastío los excelentes mimbres de su sorprendente historia de engaño.

A pesar de lo dicho, la gran mentira ejecutada por Anna en los círculos de poder neoyorquinos posee tantos alicientes narrativos que su visionado acaba enganchando al espectador más reacio. Inspirada en el artículo del New York Magazine 'How Anna Delvey Tricked New York's Party People', de Jessica Pressler, la serie se centra en la investigación que una periodista, Vivian, realiza en torno al caso de Anna Delvey.

Como en el mejor cine de timos, todo un subgénero cinematográfico que ha dado autenticas joyas, también aquí encontramos esa vocación de crónica sociológica al mostrar las estrategias de los pícaros y las ilusiones de la gente por cambiar su suerte. En este sentido el episodio cuatro, en el que se describe como Anna logra que un prestigioso abogado de Manhattan le ayude a conseguir la millonada necesaria para financiar su ambicioso proyecto, se eleva sin duda como el mejor de la serie.

El irreprimible poder de atracción que ejercen sobre el espectador este tipo de historias en las que las víctimas del engaño son los poderosos hace el resto y consigue que nos mantengamos atentos hasta el capítulo final. Porque no nos engañemos, hay un gozoso y atávico sentido de justicia cuando los robados son los ricos, una sensación de revancha moral que nos ha fascinado desde los tiempos de Robin Hood.

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