Cine

'El menú': pesadilla culinaria

Fotograma de 'El Menu', protagonizada por Ralph Fiennes y Anna Taylor-Joy.

Antonio Boñar

En los últimos años parece haberse consolidado con cierto éxito entre el público un nuevo tipo de cine ambientado en el jugoso (nunca mejor dicho) universo de la cocina moderna. Encontramos dramas que nos introducen en las entrañas de cualquier restaurante a velocidad vertiginosa o a fuego lento, películas que se regodean tanto con los manjares que retratan que casi podemos olerlos y saborearlos. O también comedias románticas que esbozan todo tipo de problemas familiares y amorosos sobre oleos gastronómicos. Como en la carta de cualquier afamado local de comidas, encontramos platos para todos los gustos, un menú adecuado para cada espectador.

La cinta que ahora nos ocupa iría un paso más allá y lo que encontramos aquí es directamente una descarnada sátira que desnuda sin concesiones toda esa pretenciosa tontería que suele acompañar a la alta cocina. Tenemos a un variopinto grupo de comensales que acude a una exclusiva cena en un exclusivo restaurante dirigido por un reputado y, cómo no, también exclusivo chef. Cuando los incautos invitados a la velada se preparan para vivir su maravillosa e inolvidable experiencia culinaria, nuestro cocinero de gama alta decide cambiar el guión de la función y la cosa acaba como el rosario de la aurora.

La razón final por la que este crítico decidió escoger El menú, de entre todas las propuestas cinematográficas que ofrecen las salas de nuestra ciudad, fue saber que parte del equipo responsable de esa demoledora y elegante serie que es Succession (2018 hasta la actualidad), está también detrás de este delirio gastronómico: Adam McKay en la producción, Mark Mylod en la dirección, y Seth Reiss y Will Tracy como guionistas. Y lo cierto es que sí encontramos en esta macabra parodia atisbos de aquel cinismo desbocado, aderezado con unas cuantas dosis de mala leche, que veíamos en la serie de HBO. Pero eso sí, ahora lanzan sus afilados dardos contra el esnobismo foodie, contra los chefs que actúan como si fueran Picasso, contra la vacuidad de esa cocina de diseño que se olvida del estómago satisfecho, contra la dictadura de las ridículas parafernalias conceptuales. Y en el fondo también contra muchos de nosotros, clientes del primer mundo que compramos la bobada, influencers de la nada que simplemente acudimos a todos esos templos de la restauración que han sido coronados con estrellas Michelin para contarlo, para compartir la foto.

Aunque, dejando a un lado el tema de las fotos y después de degustar un estupendo menú micológico en la mejor compañía y en nuestra tierra, uno confiesa que si fuera millonario no encontraría mejor manera de gastar su fortuna que recorriendo el mundo en busca de los más delicados y prohibitivos sabores del planeta. 

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