Elvis vive

Un fotograma del 'biopic' de Elvis, protagonizada por Austin Butler, y dirigida por Baz Luhrmann.

Antonio Boñar

A pesar de la idea que ha calado en el imaginario colectivo, Elvis Presley no fue el inventor del rock & roll. Él lo popularizó y lo llevó a casi todos los rincones del planeta a mediados de los cincuenta, antes que nadie. Pero los creadores de esa música endiablada fueron otros, tipos visionarios y pioneros como Chuck Berry, Little Richard o Jerry Lee Lewis sin los sería imposible entender la explosión musical de los años sesenta. Aunque tampoco sin Elvis, porque la mitología del rock empezó con su guitarra, su visión y su actitud. Y su figura pervive como uno de los iconos imprescindibles para entender la música popular y las profundas transformaciones culturales del siglo XX.

Sí, Elvis vive, y es por eso que cada cierto tiempo aparecen libros o películas que siguen indagando en su meteórica existencia. Una vida corta pero delirantemente intensa que abarcaría desde ese niño pobre de Memphis que mamó desde pequeño el góspel y el rhythm and blues que habían inventado los negros, hasta esa parodia de sí mismo que acabó sus días actuando eternamente en Las Vegas, completamente empastillado y siendo el más roto de los juguetes. De toda esa infinidad de acercamientos biográficos quizá sea Elvis Presley: The Searcher (2018), el documental de Thom Zimny que podemos encontrar en HBO Max, el más sensible y concienzudo retrato del rey del rock.

Ahora es el siempre excesivo director Baz Luhrmann quien se acerca a la enorme figura de Elvis con este irregular pero atractivo filme, una mirada en la que el inefable y perverso Coronel Tom Parker actúa como narrador, villano y catalizador de la historia. En el cine de Luhrmann siempre prevalece el continente sobre el contenido, la barroca puesta en escena sobre la narración, el ritmo acelerado sobre la pausa reflexiva. Pero esto es algo que, lejos de entorpecer o dinamitar su película, se adapta perfectamente al suntuoso y kitsch mundo de Elvis, a ese paisaje vital y grotesco que cabe en Graceland o en Las Vegas.

Elvis arranca con una primera media hora prodigiosa que nos explica con una cadencia endiablada y un montaje apabullante el alma negra de ese niño blanco. Luego es el turbio Coronel, interpretado por un extraordinario Tom Hanks, quien sigue desgranando la peripecia vital de este joven que terminaría elevando la temperatura sexual de Norteamérica. Y así vemos discurrir sobre la pantalla todos los acontecimientos que marcarían su vida de una forma un tanto anárquica e incluso reiterativa, pero también contagiosa y estimulante.

Aquí no se trata de escudriñar en la figura de Elvis con afán enciclopédico, para eso eso están documentales como el antes mencionado Elvis Presley: The Searcher. Aquí se trata de burlar las convenciones narrativas para viajar durante las casi tres horas que dura el filme (a un servidor se le pasaron volando) al centro mismo del mito, a ese misterioso lugar que explicaría por qué Elvis sigue vivo y alborotando hasta el rubor, con su asombrosa voz y ese maravilloso e indecente movimiento de pelvis, las hormonas del planeta.

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