Cuidados intensos para piezas que son más que objetos de museo

Carlos S. Campillo / ICAL El director del Museo de León, Luís Grau

S. Gallo/Ical

Cuando se accede a un museo las piezas que forman parte de su colección reciben al público visitante perfectamente instaladas, relucientes e intentando ofrecer su mejor imagen. Pero hasta que ese resultado se consigue y con las peculiaridades que rodean a cada museo, el proceso que tienen que seguir las piezas desde su llegada al centro cultural hasta que son expuestas, cuando ese es su destino final, es muy complejo y requiere de un arduo trabajo, no sólo desconocido sino en la mayoría de los casos apenas valorado por ese hecho.

El Museo de León es un recinto que permite hacer un recorrido por la historia a través de los restos que se han ido localizando y acumulando en su interior, lo que le han convertido en un centro provincial y generalista. Pero no todos ellos están expuestos, ni en la muestra permanente ni en las temporales sino que, por el contrario, alberga un mayor número de ejemplares en sus almacenes.

Pero, ¿cómo llegan las piezas al Museo de León? Lo hacen “de muy diferente forma”, en el 99 por ciento de los casos procedentes de excavaciones arqueológicas. “Todas las piezas de excavaciones tienen que venir aquí” en un principio, aunque concluyan su andadura en otro centro, explica el director del Museo de León, Luis Grau, porque es en la capital leonesa donde se investigan y catalogan antes de continuar con su recorrido.

Carlos S. Campillo / ICAL Piezas expuestas en el Museo de León

Pero este no es el único origen de las piezas de este museo, ya que pueden llegar también después de que las haya comprado la Administración o proceder de donaciones y depósitos. La diferencia entre estas dos últimas modalidades es que en el caso de la primera, la propiedad se cede al museo para que se encargue de su custodia, mientras que en el caso del depósito, el propietario cede el uso al museo para su exposición, pero no pierde la propiedad.

También las incautaciones o los depósitos judiciales contribuyen a la aportación de las piezas de un museo como el de León. “Si es patrimonio, se depositan aquí, y depende luego de la causa judicial el que se queden o no en el museo”. Es el caso de la cabeza de Marco Aurelio, que fue recuperada en julio del año pasado por la Guardia Civil después de que fuera robada del campanario de la iglesia de Quintana del Marco unos meses antes. Una “valiosa” pieza que a finales del año pasado fue trasladada al Museo de León.

El valor de las piezas es muy variado, desde aquellas que apenas tienen coste económico “salvo el de la propia estadística”, hasta las que llegan a considerarse auténticas joyas. Sin embargo, los criterios son a veces muy arbitrarios, y determinar qué es una pieza de museo resulta “una discusión en la que no nos ponemos de acuerdo ni los propios museólogos”, reconoce Luis Grau.

De todas las piezas que ingresan en el Museo de León, hay que determinar cuáles son susceptibles de ser expuestas y cuáles no alcanzan esa categoría. Para ello se atiende fundamentalmente al carácter extraordinario del material, porque “todos conocemos cuáles son las piezas excepcionales”, pero también se tiene en cuenta “que sea bello, único o raro y lo antiguo”, además de que pueda representar a la perfección “aquello que queremos contar” con cada exposición.

Muchas de las piezas que llegan al Museo de León requieren de una primera limpieza que se realiza en una enorme bañera ubicada en el interior de los almacenes del museo, muy próxima a la sala del lapidario. Allí, la piedra se limpia por inmersión, en agua desionizada y utilizando productos químicos que para nada resultan agresivos, para no dañar la estructura, y una vez limpia, es cuando empieza el tratamiento del material.

Cuidados específicos

Piezas que en algunos casos tienen cientos de años y que son de material orgánico, cuando llegan al Museo de León requieren de una atención especial para evitar una posible plaga. “No es raro que aparezca material de madera con carcoma”, explica Luis Grau, que alude a un problema que se registró hace años en el Museo de Navarra, donde fue necesario proceder a una profunda fumigación para frenar la carcoma que se extendió por todo el centro después de que ingresaran en sus dependencias unas vigas de madera.

Para evitar estas situaciones se cuenta con la sala de cuarentena, ya que el material puede llegar acompañado, no sólo de carcoma, sino también de posibles hongos, esporas... por lo que se mete en el interior de esta sala para su estudio y, si fuese necesaria, su desinfección.

La sala de sensibles, como se denomina, alberga aquellas piezas que requieren una humedad relativa más baja que el resto, en algunos casos incluso por debajo del 45 por ciento, de ahí que acoja un número reducido de piezas. En su mayoría se trata de material metálico “pero delicado”, que se ve afectado por la humedad. Es el caso de una cañería de plomo de origen romano que se encuentra allí custodiada.

Otras piezas se destinan al almacén de orgánicos, donde de forma inmediata se percibe “más calor” y donde es posible apreciar la presencia de piezas “más coquetas” como es el caso de sellos de plomo, una colección de castañuelas, relicarios, pendientes, pulseras, rosarios de azabache o de madera pintada, las cuelgas típicas maragatas, abanicos, figuras visigodas, un taller de huesos de época romana, agujas de pelo y joyas de esa misma época, amuletos o piezas antiguas del Paleolítico Inferior, con hasta 300.000 y 400.000 años de antigüedad.

Carlos S. Campillo / ICAL Proceso de identificación y almacenaje de nuevas piezas que entran en el Museo de León

El laboratorio

En el taller de restauración o laboratorio es donde se atiende a las piezas para que muestren su mejor cara y antes las posibles necesidades que puedan tener. Se dice incluso que se las considera “como seres humanos” y cada una de ellas “son una persona” que tiene enfermedades “múltiples” para lo que hay tratamientos “diversísimos”. No obstante, no hay que olvidar que se trata de una carrera universitaria que ofrece conocimientos de todos los materiales y soportes, así como para tratar piezas de todos los medios. Por ello, y ante el desconocimiento de cada uno de los ejemplares, el primer paso que se da es el diagnóstico.

En el caso de que la pieza pueda estar afectada por algún tipo de plaga o carcoma, se destina inmediatamente a la sala de cuarentena. En el caso contrario, es el momento de consolidarla o limpiarla. El del Museo de León es un laboratorio que se encuentra “bien equipado” aunque materiales como la radiografía es algo con lo que cuentan pocas instalaciones de este tipo, lo que hace que en más de una ocasión sea necesario llevar las piezas a Madrid para que reciban algún tipo de tratamiento concreto.

Muy próximo se localiza otro taller que, en este caso, se destina a catalogar y fichar el material que entra en el museo para determinar su procedencia y hacer una especie de DNI sobre esa pieza concreta, a partir de la cual luego se destinará a la dependencia correspondiente del museo. Se llegaría así al punto y final de la preparación de una pieza de museo, ya lista para lucir su mejor imagen, si así se considera oportuno, en alguna de las vitrinas del museo para sorprender a los visitantes.

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