Cine
'Blonde': retrato de mujer rubia sobre fondo triste

Ana de Armas como Marilyn Monroe en la película 'Blonde'.

“La felicidad está dentro de uno, no al lado de nadie”, decía Marilyn Monroe, o mas bien Norma Jean, la mujer que habitaba tras la luminosa sonrisa del mito, la misma que persiguió esa felicidad durante toda su vida sin llegar nunca a encontrarla. Esa mujer que nunca pudo ser niña en un hogar con un padre ausente y una madre desquiciada, que creció en un orfanato hasta que empezó a abrirse paso en el mundo del cine abriéndose de piernas, la única manera posible de hacerlo en aquel bochornoso y legitimado patriarcado de los años cincuenta (aunque uno tiene la sensación de que no han cambiado mucho los impresentables excesos machistas en la actualidad). 

Hablamos de esa misma mujer que busco el amor en los brazos de un Joe DiMaggio simplón y brutal que le pegaba cada dos por tres poseído por los celos, o de un Arthur Miller que tampoco consiguió arrancarla de su oscuridad, o de un despiadado John F. Kennedy que le reclamaba felaciones mientras lideraba el mundo libre desde un teléfono y postrado sobre la cama (una de las escenas más perturbadoras que uno puede recordar en el cine reciente).

Blonde, el inquietante retrato de mujer rubia sobre fondo triste con el que Andrew Dominik revisa la figura de Marilyn, no ha dejado indiferente a nadie y ha conseguido acaparar tantos elogios a su audacia como feroces críticas a su presunta vacuidad o agotador barroquismo estético. Lo único que parece haber puesto de acuerdo a todos es la monumental caracterización de Ana de Armas, un trabajo prodigioso que va mucho más allá de mimetizarse con el mito para transportarnos también a los bajos fondos de su alma, para esbozar con poderosa sutileza esa mirada alegre sobre sonrisa triste o esa boca sin beso bajo ojos melancólicos, infinitas caras para expresar la misma y profunda desdicha que acompañó a esta pobre niña rica hasta el final, entre pastillas y alcohol.

Blonde es un biopic trágico e hipnótico, una mirada casi hagiográfica sobre esa mujer que desprendía una luz y un erotismo arrolladores, que logró cautivar a varias generaciones con esa transparente y sensual fragilidad que irradiaba tras la cámara. En sus más de tres horas de metraje encontramos momentos reveladores de puro cine  junto a muchos otros que se antojan irritantes y pomposos. Es una cinta excesiva e irregular, pero también fascinante y magnética. Al fin y al cabo, como también decía la propia Marilyn: “La imperfección es belleza, la locura es genialidad, y es mejor ser absolutamente ridículo que absolutamente aburrido”.

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