Una vida en homenaje a la farmacia: Concepción de Mata Espeso

farmacia Mata Espeso

Marta Cuervo

No se sabe muy bien si la perseverancia de unos padres preocupados por el futuro de su hija, o aquel olor a farmacia de las de antes, germinaron en Concepción de Mata Espeso una semilla que creció con la ambición de convertirse en una número uno en el mundo farmacéutico. Y lo consiguió. Esta mujer trabajadora y tenaz ha dedicado su vida al estudio de la farmacia y al socorro de los demás cuando de ella han necesitado. Su vida es digna de ejemplo, el mismo que han seguido sus hijas, quienes regentan ahora la Farmacia de Mata Espeso en León.

“Mi vocación nació en Villalpando. Debajo de mi casa había una farmacia, dirigida por un farmacéutico y dos hermanas solteras. Yo debía de ser una niña muy lucida, y conmigo ellos estaban encantados. Le decían a mi madre: ¿Antonia está Conchita ya arreglada?, bájenosla”, recuerda Concepción. “En la farmacia, había cajones llenos de pastillas de goma de limón, de fresa, de naranja, de menta, y a mi me daban libre albedrío para que comiera lo que me diera la gana. Hice mucha vida con ellos”, añade con dulzura. Aquel ambiente, aquel olor especial que existía antes en las farmacias, se impregnó de tal manera de la pequeña Conchita que nunca dudó de lo que quería ser de mayor.

Debido a la guerra y a que de niños Concepción y sus hermanos vivieron siempre en pueblos donde no había colegios, su padre, notario, y su madre fueron quienes les enseñaron a leer y a escribir. “Estudiábamos matemáticas y hacíamos gimnasia cuando terminaban su trabajo”, explica la farmacéutica. Uno de los recuerdos con que más cariño conserva de su niñez es cuando su padre la cogía entre sus brazos sin que ella supiera apenas hablar. “Me decía: Tu repite lo que yo te voy a decir; tienes que estudiar una carrera, la que quieras, pero tienes que estudiar una. A los pocos días me llamaba otra vez y me preguntaba: ¿Qué es lo que te dije?; Y yo lo repetía”.

Cuando fue más mayor anunció su deseo de estudiar Farmacia. “A mi padre le pareció bien. El día que me tuvo que matricular en Madrid de la carrera a mí ya ni me lo preguntó. Me matriculó de Farmacia y se acabó”, sentencia contundente.

“Mi educación en Fortuny”

“Me alojé en Madrid, en la Residencia de la Educación Libre de Enseñanza, la de María de Maeztu. En aquella época decir eso era como decir que estabas metida en una secta”, compara Concepción.

Incluso, algunas de sus compañeras de carrera lo tachaban de “centro de perversión”. Habladurías. “Teníamos capilla con misa diaria. De lo que quedó, Falange se hizo cargo y ya funcionó como una residencia normal con todas las atribuciones que tenían las demás”, añade. De esa época, Concepción recuerda una educación muy estricta.

La Universidad

Cuando Concepción se trasladó a Madrid para estudiar la Complutense no estaba terminada y tuvo que dividir sus asignaturas entre Ciencias Naturales y Medicina, con Físicas y Químicas.

“En el segundo año se inauguró la facultad de Farmacia en la Ciudad Universitaria, en la Complutense y allí hice toda la carrera”.

A pesar de ser una carrera muy fuerte de 6 años la joven bañezana sacó todos los cursos por año, con alguna asignatura en septiembre.

“Cuando terminé no se podían abrir farmacias, estaba prohibido. No tenía trabajo y empecé a trabajar en una farmacia gratis para enterarme de la marcha”. Al tiempo sale una disposición que permite abrir farmacias guardando unas distancias y, con su familia, se dedican por la noche a medir para buscar donde les interesaba una. “La farmacia que está en San Agustín 1, de Enrique Álvarez, que ahora es de sus hijas, Allí abrí yo mi primera farmacia cuando tenía 23 años”, detalla Concepción, es decir hace 61.

La historia de la Farmacia de Mata Espeso

En 1970 Concepción se hizo cargo de la actual Farmacia de Mata Espeso. En aquella época no existía mucho medicamento en las farmacias. “Yo cogí la época de la penicilina. Se vendían mil unidades diarias de penicilina y sus derivados”, relata.

En las noches de guardia, como no había residencias ni ambulatorios, el médico de cabecera diagnosticaba al paciente en su casa. El acompañante, con la medicación recetada, se dirigía a la farmacia y, en muchas ocasiones, Concepción cerraba la farmacia para atender al enfermo. “Si había que ponerle oxígeno, balas de oxígeno debía de ir para indicar como se tenía que poner el oxígeno. No era cosa de médicos”, puntualiza la farmacéutica. En esta farmacia las guardias de noche empezaron en 1974, hace ya 38 años.

Problemas de antes, problemas de ahora

Muchos de los problemas de hoy en día son los mismos que los de la época de cuando Concepción comenzó a ejercer. “Son iguales porque no se han podido superar”.

Las mujeres querían tener más pecho, los hombres que no se les cayera el pelo, y las jóvenes una piel suave e hidratada. “La gente no era muy dada a solicitar ese tipo de productos en farmacias conocidas porque eran un poco vergonzantes y solían ir a farmacias de extrarradio a pedirlos”.

Durante estos más de 60 años Concepción recuerda con mucha ilusión su profesión. “Me gustó mucho atender al público y procuré siempre solucionar los problemas que se presentaban”. Lo que más le impresionó fue la colocación de los ojos de cristal; “Me costó mucho trabajo pero lo hice”. “También me costó mucho trabajo vestir a un niño que estaba quemado. Las prendas de quemados había que pedirlas Inglaterra, pero todo lo que me pedían y existía en el mundo, lo proporcionaba, trataba de buscarlo donde fuera”.

Esa educación que le inculcaron sus padres la proyectó también a sus hijos, todos licenciados. En la actualidad son sus hijas quienes dirigen la farmacia. “Tengo un hijo que es magistrado del Tribunal Superior de Justicia, en Galicia. Mis hijas decidieron trabajar en la farmacia porque desde pequeñitas lo vivieron”.

Hoy en día, la Farmacia de Mata Espeso es un núcleo de actividad continua, pero que conserva algunos detalles y la esencia de las mujeres de la familia: cercanía y profesionalidad.

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