Urraca I de León, la primera reina que consiguió gobernar en la Europa Medieval

Una recreación actual de la reina Urraca I de León.

Samuel Martínez / elDiario.es

''Debilidad, dependencia, distanciamiento, temor, custodia y control masculino''. Son los seis atributos que, tal y como escriben María del Carmen Pallares y Ermelindo Portela en La reina Urraca (Editorial Nerea, 2006), debe tener una mujer medieval. Sin embargo, continúan, ''en demasiados aspectos y con mucha frecuencia la vida real de nuestra protagonista [Urraca Alfonsez] entró en franca contradicción con esa imagen''.

El medievalista Miguel García-Fernández, experto en las mujeres en la Edad Media e investigador del Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento (CSIC-Xunta de Galicia), destaca: ''Estamos hablando de una niña que iba a convertirse, pese a que algunos cronistas hayan puesto empeño en esconderlo, en la primera mujer reina propietaria de Europa''. Quizás esa poca voluntad de sumisión de la niña Urraca fuera la que la llevó al trono, pero, en palabras de Pallares y Portela, ese choque, en ocasiones violento, ''entre comportamiento y pautas de comportamiento'' también ''está en la base de muchas de las dificultades de la mujer Urraca y de la reina Urraca''.

El camino de la hija de Alfonso VI de León y Constanza de Borgoña al trono no fue fácil. Intrigas palaciegas, intereses y personajes ansiosos de poder trabaron siempre que pudieron su ascenso. Pero Urraca I de León, –la que algunos llaman La Temeraria–, llegó al trono. ''Y no solo llegó y reinó'', apostilla García-Fernández, ''sino que, además, gobernó''. Y lo hizo entre 1109 y 1126, terminando su reinado nueve años antes de que Matilde de Inglaterra –una de las cuatro 'Lobas' del libro de la escritora británica Helen Castor– lo intentara infructuosamente en el reino británico.

La reina Urraca no es, por mucho, la más conocida entre la realeza ibérica. ''Fue la legítima heredera del trono de León tras la muerte de su medio hermano Sancho Alfónsez, hijo de Alfonso VI y la morisca Zaida'', señala el medievalista. Era la primogénita del rey y, tras la muerte del único hijo varón del monarca, el peso dinástico cayó sobre sus hombros. ''A pesar de la gran dificultad que entraña el hecho de rastrear la vida de una mujer que vivió alrededor del año mil'', explica García-Fernández, ''se han encontrado algunos datos que permiten entender cómo pudo ser su vida''.

Además, el historiador añade que ''en estos casos en los que tenemos tan poca información, también es útil dibujar el perfil de los personajes mediante la comparación con otras figuras de las que se tenga más conocimiento''. Lo que sí se ha podido llegar a comprobar es el nombre de dos de sus maestros, el presbítero Pedro y Domingo Falcóniz.

Urraca nació en 1081 y las fuentes históricas señalan que contrajo matrimonio en 1093, es decir, con unos doce o trece años. En la historia, los acontecimientos personales que tienen lugar en la vida de nobles y reyes están vinculados muy estrechamente a la geopolítica y a los intereses territoriales. El caso de Urraca, por supuesto, no es una excepción. La casaron con Raimundo de Borgoña, que acudió al reino de Alfonso VI tras la llamada a toda la cristiandad de este último para combatir a los almorávides, cada vez más peligrosos para sus dominios. ''Antes de ese matrimonio'', señala García-Fernández, ''la educación de Urraca se movería entre una típica formación de doncella medieval, con mucho peso de la costura y la religión, y otra propia de una primogénita bien posicionada en el camino al trono''. Por eso estudió las artes liberales, el trivium –gramática, dialéctica y retórica–, el quadrivium –aritmética, geometría, astronomía y música–, equitación y caza, estas dos últimas importantes para una mujer que podía acabar viéndose al frente de un ejército.

Ni reinó mal ni era una niña perversa

''En las series de televisión se pinta a Urraca como una niña maquiavélica'', apunta García-Fernández –no hay que confundirla con su tía, doña Urraca, la del cáliz de San Isidoro y señora de Zamora, también muy vilipendiada por la historiografía castellana–, pero no hay evidencias de que lo fuera''. Lo que, a su modo de ver, ocurre es que la misoginia imperante a lo largo de la historia se ha empeñado en enturbiar las figuras femeninas poderosas, pintándolas como mentes frías, calculadoras y hasta malvadas, dando por hecho que esa es la única forma que tuvieron para llegar a ostentar algún tipo de poder. ''Esa mala imagen de Urraca se la debemos a los cronistas medievales'', remata.

Y lo mismo que sucede con la imagen personal de esas reinas como Urraca, sucede con su gestión. Las crónicas la afean, la convierten en caprichosa y ruinosa. ''Sin embargo'', completa el medievalista, ''los datos nos dicen que consiguió mantener el territorio que le legó su padre'' (incluso tras su nefasto matrimonio posterior con Alfonso I de Aragón, del que consiguió la nulidad matrimonial porque la maltrataba). En otras palabras, el reinado, en cuestión política, no fue ni mucho menos tan malo como algunos lo pintan.

''Lo que está claro'', insiste, ''es que Urraca podría haber decidido sus responsabilidades y declinar el trono, pero no lo hizo. Y no solo reinó, sino que también gobernó''. Se trata, a pesar de que algunos cronistas no reconocieran su reinado y pasaran directamente de su padre a su hijo, de la primera gran reina propietaria de Europa: ''Seguro que fue una mujer fuerte y valiente''. Había que serlo para sobrevivir en los pasillos palaciegos medievales. Pero todo eso forma parte de otra historia, la de una gran reina independiente y batalladora –previamente fue condesa de Galicia– que no se amilanó y ejerció como monarca. Antes de eso, sin embargo, existió una niña y una adolescente que anduvo un camino nada fácil y que terminó, como relata el propio Miguel García-Fernández, por romper un techo de cristal nada menos que en el siglo XII.

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