'La tienda de Orosia', 60 años a contracorriente

La tienda de Orosia

j manuel lópez

La historia de los hermanos Jesús, Susi, y Santiago Blanco Gago, a quien todo el mundo conoce por su segundo nombre, Primitivo, Primi, compone un relato fidedigno de cómo ha evolucionando el comercio de comestibles, desde el tradicional ultramarinos hasta las actuales grandes superficies y la irrupción de las marcas blancas.

Robustiano, el padre de Susi, y Primi inició el negocio a medias con su cuñado Gordillo, el apellido de una conocida familia de comerciantes que tenía colmado en pleno Ordoño II y que contaba con panadería. Entonces ocupaban los bajos de la Casa de Socorro, con un amplio acceso para los carromatos que despachaban las mercancías, las legumbres, las patatas, la pasta seca, el bacalao. Y ahí permanecieron hasta que tiraron la casa.

Hace más de 60 años que la tienda de Orosia, nombre de la patrona de Jaca, echó el ancla en la céntrica República de Argentina y al principio el letrero explicaba el itinerario vital del negocio: Robustiano Blanco sucesor de Primitivo Gordillo. Primi recuerda con cariño que su padrino decidió transferirle el nombre en una de esas partidas de cartas con el cura de la parroquia del Mercado, a la que se asocia el barrio.

Parece que el concepto de crisis es un neologismo propio de este tiempo y nada más lejos de la realidad. Susi -con 65 años es el mayor y fue el primero que se incorporó de mozo a la tienda, como repartidor, ya que no quiso estudiar-, y Primi han vivido otros sucesos similares en tiempos pretéritos, aunque ahora la verdadera crisis a la que se enfrentan es una clientela muy envejecida en un barrio céntrico pero falto de savia nueva, y sobre todo la ausencia de relevo. Los tres hijos de Primi, que es dos años y medio más joven que su hermano y estudió magisterio, aunque no ejerció porque entonces era real como la vida misma el dicho popular de “pasas más hambre que un maestro de escuela”, son funcionarios y tiene su vida encarrilada. Susi, tiene dos hijos, uno ingeniero agrónomo salta de lado a lado del globo terráqueo como especialista en nueva maquinaria y una hija bióloga que busca su hueco en un mercado muy constreñido.

Los economatos

La primera gran crisis del negocio de la alimentación fueron los economatos que competían con precios muy interesantes y en principio solo para socios: RENFE, La Guardia Civil y años después Telefónica. El problema es que al final todo el mundo se colaba “y claro a nosotros nos dejaban sota, caballo y rey”, explica Primi con un tono neutro que no encierra ni una brizna de rencor.

Cuando ambos eran unos chavalillos, nada más terminar la escuela, acudían a la tienda a intentar ganarse algunos céntimos de peseta, entonces existían céntimos y media peseta, dos reales, (una moneda con un agujero en el centro que se usaba para anudar la cuerda de la peonza). Pero no era fácil, porque a los hijos de los dueños no se les daba propina y por eso en más de una ocasión, recuerdan Primi y Susi, se hacían pasar por mozos de reparto o sobrinos que echaban una mano, en busca de unos céntimos.

De eso, y desde hace tres años y medio, del reparto de los pedidos, y de reponer los productos, se encarga ahora José Antonio Hoyos, un jovenzuelo de 20 años, rubio y de sonrisa permanente que comenzó a ayudar a su padre panadero desde lo siete años y que un día entró en contacto por medio de un anuncio colgado en las puertas de la tienda de Orosia. Dice que prefiere nómina en mano que mucho dinero volando; dice que se siente uno más de un equipo, que se percibe como un privilegiado en un mercado laboral de tiburones. Dice que le gustaría trabajar en esto del reparto. Dejó los estudios en segundo de la ESO y sólo cogió los libros para sacar el carné de conducir; tiene novia y coche, y a veces se le escapa airear que cuida más al vehículo que a la compañera. Y dice que, pese a la crisis, sus clientes siguen siendo generosos con la propina, el apéndice del salario que no viene nada mal.

Euro

Años más tarde los economatos se transformaron en cooperativas, pero sucedía otro tanto: era una tienda para asociados pero al final se colaba todo el mundo.

De los carromatos, cuando iban a buscar los pedidos de bacalao que se recogían en la estación de Matallana, se pasó a la moto carro, aunque el gran movimiento en el concepto de venta llegó con los autoservicios; de hecho fue entonces cuando la tienda de Orosia transformó el espacio cerrado y flanqueado por el mostrador en un espacio abierto. Llegaron entonces los primeros congelados con las pescadillas y los famosos pavos, y poco a poco se incorporaron las frutas y hortalizas, al margen de las de temporada.

Orosia, estuvo al pie del cañón casi hasta el final y ambos hermanos reconocen que si no hubiera sido así, habría muerto mucho antes. Incluso superó el reto del euro, aunque ella había vaticinado que pese a que ni el frío ni ninguna inclemencia la habían apartado del negocio, el euro temía que sí.

El euro fue todo una revolución, y las clientas, en los primeros compases del cambio de moneda te daban la cartera para que les cobraras. Poco a poco se hicieron con el cambio. En cambio los hombres empezaron a dejarse ver como compradores mucho más tarde.

Susi se podría haber jubilado, pero ha decidido ayudar a Primi hasta el final. Después de los autoservicios llegaron las grandes superficies pero, y pese a todo, los hijos de Robustiano y Orosia resistieron los embates de los nuevos conceptos del comercio a base de mucho trabajo, sábado, domingo por la mañana... una rutina que aún mantienen...lo que ahora hacen los chinos, dice Primi con profundo respeto, “trabajar casi sin descanso, casi sin vacaciones, es lo que nos ha permitido llegar hasta aquí”. La fidelidad de los clientes, las generaciones se suceden, ha sido providencial. A Primitivo le duelen prendas reconocer que le gustaría una tercera generación y que le gustaría estar en una segunda fila, haciendo esas cosas que aún no se pueden hacer por Internet.

Algunos feligreses con pocos recursos cambian vales de la parroquia por productos de primera necesidad que el párroco o alguien de su confianza abona regularmente. Llevan en este negocio de ultramarinos todo una vida, la gran maestra que les enseñó algunos trucos de manual de supervivencia.

Susi recuerda aquellos años en los que cuando le daban una propina y decía “no gracias” por simple educación, casi con la mano extendida y la clienta devolvía las monedas al monedero, era mejor estar callado. Y Primi que cuando varias perronas y perrinas sumaban una peseta, entonces se sentía el chaval más rico y afortunado del barrio. A Primi le gustaría que la tienda de los hijos de Orosia siguiera siendo el punto de encuentro del barrio. Es probable que en su corazón, en lo más profundo, albergue la esperanza de una tercera generación al frente de la tienda que vendía lo que llegaba de ultramar. Y en la que aún se fía.

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