El SIDA y el sexo
Hace ya un montón de años de aquella juventud de los 80, que en nuestro país había alcanzado por fin las libertades sexuales que tanto anhelaba. Aquellas jóvenes de los 80 nos creíamos tan responsables, porque por fin podíamos hacerle frente a los embarazos no deseados y disfrutar de una erótica placentera y no necesariamente reproductiva. Las parejas homosexuales también comenzaban a recorrer un nuevo camino... Parecía que había llegado el momento de quitarle el freno a los deseos y fantasías que tanto tiempo se habían escondido entre las sombras y todo pasaba, como las televisiones, del blanco y negro a un recién inaugurado technicolor.
Y en esas andábamos entretenidos la juventud de entonces, cuando desde el extranjero comenzaron a llegar noticias que sonaban mal. De momento sonaban a castigo divino por haber abusado de aquella libertad erótica que tanto había costado alcanzar. No faltaron quienes se alzaron desde sus púlpitos a clamar contra los pecados y a buscar culpables. Era un mal que parecía cebarse con homosexuales y con heroinómanos, principalmente, y se comenzó a hablar de grupos de riesgo. Pronto se unieron a las estadísticas personas con relaciones heterosexuales. Parecía que la cosa sexual tenía mucho que ver en la propagación del contagio.
Pero entonces comenzaron a entrar en la trágica lista de afectados personas que habían recibido transfusiones y se empezó a ver claro que el mecanismo de transmisión no tenía que ver con pertenecer a un determinado grupo social, ni con realizar determinadas prácticas eróticas, sino que tenía que ver con la sangre de algunas personas que, siendo portadora de un virus, entraba en contacto con la de otras personas y se lo transmitía. Y que dicho virus hacía que el organismo no pudiese defenderse de las enfermedades que le atacaban. Por eso no había una sintomatología concreta, sino que podían presentarse síntomas diferentes. Y se le llamó síndrome, que significa “conjunto de síntomas”. Y se le llamó S.I.D.A. : Síndrome de InmunoDeficiencia Adquirida. Y el virus del mal, por tanto, V.I.H.: Virus de Inmunodeficiencia Humana.
El comienzo de los años 90, nos llegó cargado de lemas que diferentes grupos de voluntarios de asociaciones y ONGs comenzaron a repetir clamorosamente: “No hay grupos de riesgo, sino conductas de riesgo”, “Vamos a parar el SIDA”; simbolitos del hombre y la mujer (o de dos hombres o dos mujeres) abrazados y enredados en diferentes posturas con el mensaje debajo de SI - DA o NO-DA, según fuese el caso... Es probable que la juventud de los 90 fuese la más concienciada en cuestiones de prevención de contagio, no solo del VIH, sino de todas las infecciones que se podían transmitir por la vía del contacto genital, entre las cuales se incluyó el SIDA. Nunca en los centros educativos se hablo tanto de sexo y debió ser ahí donde perdimos el rumbo, porque de tanto repartir condones, de tanto hablar de coitos seguros y protegidos, se confundió la parte con el todo y mucha gente pensó que la educación sexual era eso: un montón de simpáticos repartidores de preservativos que enseñaban a colocarlos para tener unos coitos sin riesgo de contagio.
Sin desmerecer la ingente labor de tantas personas que invirtieron su tiempo (la mayoría de las veces sin remunerar) y sus esfuerzos en estas campañas, por las vías de las urgencias, porque la situación era la que era y nos pilló a todos a contrapelo... Creo que algo no se hizo bien. Tanto reparto de condones y tanto mensaje de “póntelo pónselo” se confundió y se perdió en lo que hubiese podido ser el momento de una educación sexual de calidad, de la mano de profesionales cualificados. Pero no se pudo o no se supo... Y el mensaje de “sexo seguro y protegido” acabó por dejar de ser efectivo, porque no consiguió llegar a integrarse los encuentros eróticos de las personas, sus cortejos, sus seducciones y sus recursos amorosos.
En estos momentos, agotada ya la primera década del siglo XXI, nos encontramos con una enfermedad que se ha cronificado y se ha convertido para nuestros jóvenes en algo que parece no formar parte de su realidad. El mensaje de la campaña de este año lo deja muy claro: “El SIDA no es algo del pasado. Tenlo presente”. Porque los miles de nuevos casos de contagio se dan mayoritariamente en relaciones de penetración sin protección, tanto en parejas homosexuales como heterosexuales.
Quienes estamos día a día, por nuestra labor docente, en contacto con chicos y chicas, de instituto o de universidad tenemos la sensación de que es cierto, que ya no hay miedo al SIDA, porque parece no formar parte del presente de la juventud. Hay muy poca conciencia de que un contagio pueda ser posible y se vuelve a tener coito sin protección porque solo se percibe el riesgo de un embarazo no deseado y para este sí tenemos respuestas... Otra vez... Pero este camino ya lo hemos andado y sabemos a dónde conduce.
Desde la sexología siempre decimos que la educación sexual trata de promover valores, no de prevenir riesgos. Pero es que la educación sexual que hagamos conseguirá minimizar esos riesgos porque quienes reciben una educación sexual de calidad, aprenden a no asumir riesgos innecesarios.
Tal vez sea un buen momento para que los responsables políticos apuesten por una verdadera Educación Sexual. Para empezar, los profesionales de la Educación Sexual, es decir, los sexólogos y las sexólogas ya casi todo el mundo sabe que existimos y dónde estamos. A su disposición.