Una leonesa, Esther Paniagua, 'en capilla' para ser beatificada tras su asesinato en Argel
Esther y Cari, Cari y Esther. El recuerdo es compartido para estas dos religiosas a las que les arrebataron la vida de forma cruenta en Argel en 1994, cuando sale de los labios de sus hermanas, las Agustinas Misioneras. La Orden intensifica estos días el orgullo que sienten por quienes decidieron anteponer su vocación y el servicio al prójimo a su propia seguridad; por estas dos mujeres, leonesa y burgalesa, a las que el papa Francisco elevará a los altares el próximo 8 de diciembre, junto a otros 17 sacerdotes y religiosos que murieron en Argelia entre 1994 y 1996, durante los años más duros de su guerra civil.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción es la fecha elegida para celebrar la beatificación de todos estos mártires de la iglesia católica, entre los que Castilla y León perdió a dos entregadas religiosas, Esther Paniagua Alonso, nacida en Izagre (León) el 7 de junio de 1949, y Caridad Álvarez Martín, natural de Santa Cruz de la Salceda (Burgos), donde nació el 9 de mayo de 1933, a las que sendos disparos certeros dejó tendidas en el suelo, cuando se dirigían a misa un domingo 23 de octubre.
La Orden vive el acontecimiento “con una inmensa alegría y mucha gratitud a Dios y a ellas porque su vida sigue siendo un testimonio y una orientación para todas nosotras y para la familia agustiniana”. Quien así habla es María Jesús Rodríguez, Superiora Provincial de la Provincia de San Agustín de las Agustinas Misioneras, que sufrió en primera persona la tragedia de los asesinatos de Esther y Cari, dado que estaba con ellas el día del crimen.
Antes de rememorar aquella durísima jornada, describe a sus compañeras. “Cari era una mujer muy alegre, yo diría que tejía la paz donde estaba. Superó muchas dificultades en sus primeros momentos de vida, que la forjaron con un corazón inmenso y un compromiso misionero que la llevó de nuevo a Argelia. Había regresado a España por temas de salud, pero pudo volver y aquella tarde le preguntaba que por qué no retornaba y ella dijo que cuando tomó la decisión lo hizo con todas las consecuencias”.
Servicial y de trato muy cordial, explica María Jesús, la burgalesa siempre intentaba dar respuesta a las necesidades de quienes la rodeaban y disfrutaba teniendo todo a punto para que las otras hermanas pudieran descansar al regresar del trabajo.
También estaba pendiente de un grupo de ancianos. “Iban a tomar té y a compartir su vida. Ella les escuchaba y había oportunidad para disfrutar y mirar de cara al futuro, aunque las circunstancias eran muy difíciles”, rememora.
Esther, relata, era una mujer muy alegre pero tímida, que a veces hablaba más con los gestos y con las bromas que con las palabras. Enamorada de su misión como agustina misionera a través del servicio de la Enfermería, se mostraba “tenaz y constante en el trabajo, tenía una entrega incondicional a los niños y a los ancianos y a enfermos con problemas serios de cáncer.
“Era una mujer muy luchadora, apasionada, que intentaba cuidar esa vida que tan amenazada estaba. De fe muy profunda, tenía en Cristo a su modelo y era el pilar en el que ella estaba sostenida”, añade.
Discernimiento
Ante la más que complicada situación del país africano, las hermanas se sometieron -pocos días antes de su muerte- a un ejercicio de discernimiento, para ver si regresaban a su misión o permanecían en España. “6 y 7 octubre son fechas inolvidables, porque a la luz de la Palabra de Dios y con la madre general Ángela Cecilia tuve la gracia de acompañarlas y decidieron en libertad permanecer al lado del pueblo que estaba amenazado”, explica.
El día del atentado
María Jesús y Lourdes Miguélez -la otra religiosa, también leonesa, que pertenecía a su comunidad- salieron de casa unos minutos más tarde que Caridad y Esther, para dirigirse todas a celebrar la Eucaristía dominical en compañía de unas Hermanitas de Foucauld. La embajada les había recomendado que se desplazasen de dos en dos, por seguridad.
“Las vi marchar contentas y felices, porque su vida tenía razón de ser”, dice y subraya que ese día se celebraba la jornada del Domund, fecha dedicada a las misiones. Cuando estaban muy cerca del lugar donde estaba prevista la misa sonaron unos disparos. “Me quedé asustada y vimos correr a unos niños aterrorizados; un joven nos quiso meter en una casa y luego nos llevó a otra y oímos llorar y supimos que algo le había pasado a un cristiano pero no pensé que eran ellas. No imaginé que el atentado era para nosotras”, reconoce.
Las dos religiosas recibieron sendos balazos en la cabeza. Aunque las dos llegaron con vida al hospital, Esther falleció poco después. Caridad sobrevivió apenas unas horas y ni siquiera pudieron operarla, como en un principio pensaron. La noticia de la segunda muerte le llegó a María Jesús ya en la Embajada, donde les habían recomendado que se trasladaran.
De los jóvenes que ejecutaron el certero ataque nunca más se supo. “Era muy difícil cuando había una situación de tanta inseguridad y violencia. Nos dijeron que estaban esperándolas y dispararon a una distancia de menos de un metro. Guardaron sus armas y siguieron caminando”, comenta.
Preguntada sobre cómo se sobrepone uno a un acontecimiento semejante, responde que con la gracia de Dios y el apoyo de la vida fraterna de las hermanas, los amigos y las familias. Ese apoyo, asegura, le sigue dando fuerzas para mirar hacia adelante. “La vida de ellas tuvo mucho sentido, fue una luz para mucha gente, también para nosotras. Querían con sinceridad ayudar a los que estaban a su lado”, recalca.
“Nunca las religiones nos deben de dividir, porque todos somos hermanos”, afirma antes de añadir que no se puede entender que haya quien puede “justificar la muerte por caminos que nada tienen que ver con ninguna religión sino con el fanatismo y la ceguera”.
Beatificación
Ellas dos y los otros religiosos asesinados se ven convertidos ahora en intercesores. “Son estos santos que el papa nos dice que de la habitación de al lado, con los que hemos compartido alegrías, sueños, proyectos, riesgos y preocupaciones”, afirma. Sus hermanas “han encontrado en plenitud la felicidad y ahora la iglesia las reconoce beatas.
También es una gran reto y estamos llamadas a vivir con la intensidad con la que lo hicieron ellas“, cuenta días antes de preparar el viaje para asistir a la ceremonia. ”Gracias a Dios para nosotras siempre han sido lo que son, pero que ahora la Iglesia reconozca que interceden por todos es una inmensa alegría y un orgullo tener hermanas de esta calidad, de fe tan profunda“, señala.
Con carácter previo a la beatificación, se acaba de llevar a cabo la exhumación de los restos de Cari -que se encontraban en el madrileño cementerio de la Almudena- y los Esther -que estaban en León- reposen juntos en la Casa Madre de las Agustinas Misioneras en Madrid.
El reto misionero
En Argelia, donde las Agustinas Misioneras continúan su labor, la situación es más tranquila en la actualidad, pero muchos de los 12.000 misioneros españoles repartidos por todo el mundo experimentan situaciones tan violentas como las que ellas vivieron, con realidades más que complicadas. “Por el hecho de ser cristiano, ya estás condenado a muerte”, resume.
María Jesús, a la que la muerte de sus hermanas provocó un enorme dolor que permanece aunque el tiempo y la fe le ayudasen a recuperar la paz, no pierde la ocasión de “invitar a los jóvenes, decirles que merece la pena seguir a Jesús comprometiéndose en la transformación de nuestro mundo, aunque sea con pequeños gestos”. Cari y Esther llevaron su vocación hasta el punto de entregar sus vidas, que “siguen siendo un testimonio y una orientación para todas nosotras. Tenemos el reto de seguir sus caminos y sus pasos”, concluye.