El sado-maso en Occidente

La culpa es un sentimiento muy europeo. // Gerd Altman / Pixabay

Javier Pérez

Nuestra identidad empieza en nuestros nombres. Nada hay más básico. Angustias, Dolores y Soledad. En España basta echar un vistazo a los nombres para darnos cuenta de que tenemos el masoquismo enquistado en lo más hondo del ADN cultural. Pero no somos sólo nosotros.

Los europeos solemos ser pioneros en muchas cosas, y no todas exportables.

La última corriente de esta osadía continental es la culpa, y hay psicólogos que afirman que tiene bastante que ver con el viejo entramado sadomasoquista que hizo que en Europa triunfasen religiones sangrientas y escatológicas, o las peores variantes de la crueldad conocida hasta ahora. Poca diferencia hay entre Auschwitz y el infierno de Dante, entre el Gulag y un Auto Sacramental. ¡Penitenciagite, canallas!

Lo religioso ya no tira, pero el masoquismo del penitente sigue ahí. Por eso nos encanta ahora la culpa histórica para seguir alimentando nuestro dolor autosatisfactorio, especular, narcisista. ¿Hay una matanza en Ruanda? Culpa nuestra. ¿Hay hambre en el mundo? Culpa nuestra. ¿Los demás no firman el protocolo para reducir emisiones? Culpa nuestra. ¿Los aztecas eran unos bastardos que hacían sacrificios humanos? Culpa nuestra. ¿Exceso de población, cambio climático, deforestación, desigualdad, pobreza, pandemia, proliferación de basuras, ablación del clítoris? Da igual: culpa nuestra.

Somos culpables de todo. Es más: el resto de los pueblos de la Tierra tienen el legítimo derecho a sentirse ofendidos y reclamar indemnizaciones, disculpas, collejas y estigmatización. Porque es nuestra culpa.

¿A quién le importa si tu abuelo era analfabeto y pastor de ovejas en Villamanín? Eres colonialista. Eres opresor. Eres culpable. ¿A quién le importa si nunca saliste de una mina de junto a Brañuelas? Es igual: tuya es la reponsabilidad, tuyo el cambio climático, tuyo el horror y la mugre, por siempre, leonés.

¿Qué es el masoquismo?

El masoquismo es eso: disfrutar llorando. Disfrutar con la culpa y su castigo. Como el juez de Almodóvar que paga para que lo violen, o algo así. Como el rico ejecutivo que contrata a una fulana para que lo azote y le mande obedecer mientras lame sus botas.

Pero un masoquista tiene que buscar un buen sádico que lo haga gozar. Por eso disculpamos a culturas tan retrógradas, machistas y violentas como el islam radical o la hez del África tribal, o lo más tóxico de ese hormiguero amarillo que aún mantiene los últimos reductos de esclavitud en torno a archipiélagos impronunciables. Los necesitamos, porque ellos nos enseñarán a sufrir. Porque ellos nos pondrán en nuestro sitio.

No podemos rechazarlos. No podemos oponernos. Lo merecemos. Lo estamos deseando. Somos culpables y no habrá justicia hasta que expiemos nuestra culpa. No hay diferencia entre la procesión de Semana Santa, con sus flagelados, sus imágenes sanguinolentas y sus penitentes, y el welcome refugee. Son los mismos traseros apretados por deseos inconfesables, y pesadillas inconfesables, y temores inconfesables. Son los inconfesables en estado puro, pero los mismos, aunque no lo reconozcan . Son iguales: son los que anhelan el dolor en busca de un sádico que los alise, o que los abra en canal, o que les exija una deuda, o que les escupa a la cara. Es igual.

El masoquista sólo espera la ocasión para reconocer su culpa y pedir castigo. Todo masoquista espera al sádico que le sacuda para sacarlo de su apatía...

Todo openarmista anhela su talibán.

Todo pancartero anhela su antidisturbios.

¡Qué fatiga, caray!

___Javier Pérez Fernández es un escritor leonés premiado en varios concursos literarios –como el Azorín– que ha publicado recientemente 'Catálogo informal de todos los papas'. Manuel Cuenya lo entrevistó en 'La Fragua Literaria Leonesa' hace pocos días.

Catálogo informal de todos los papashace pocos días

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