La crisis hace mella en la ocupación de las residencias universitarias, que se resisten a bajar los precios
Residencias y colegios mayores hacen 'su agosto' precisamente a partir de septiembre, cuando los universitarios comienzan su peregrinación y ocupan las habitaciones de estas instalaciones. El inicio del curso académico supone la llegada de miles de estudiantes a las ciudades que albergan campus universitarios. Al margen de los que estudian una titulación en su lugar de residencia habitual, son muchos los que se desplazan y abandonan temporalmente su localidad de origen para cursar en otra una carrera determinada.
Sin embargo, en los últimos tiempos la economía de las familias, en general, no está en su mejor momento, algo que, unido al fuerte aumento de las tasas universitarias y a la reducción de las becas conlleva que el número de jóvenes que se puedan permitir estudiar una carrera universitaria sea menor. Por tanto, si el número de estudiantes desciende, es lógico que la demanda de plazas en residencias también disminuya, ya que ambos son factores directamente proporcionales. Y de hecho, así parece estar sucediendo.
Concretamente, tan sólo las residencias y colegios mayores relacionados con la Universidad de Salamanca (Usal) logran sobreponerse al difícil contexto socioeconómico. Al contrario, las adscritas al resto de universidades públicas de la Comunidad -a falta de los datos de las instalaciones de la Universidad de Burgos, calificados por la propia institución como “confidenciales”- tan sólo se acercan al lleno en los mejores casos.
La Usal cuenta con cinco residencias universitarias -tres de ellas gestionadas directamente y dos coparticipadas-, que ofertan un total de 1.184 plazas con unos precios que oscilan entre los 515 y los 839 euros por habitación individual con manutención. Según el director del Servicio de Colegios y Residencias de la Usal, Juan Carlos Hernández, la ocupación de las plazas es a día de hoy, coincidiendo con el inicio de curso, prácticamente completa. De hecho, tan sólo quedan algunas plazas libres en el Colegio Mayor Hernán Cortés. Y todo a pesar de que los precios no han sufrido descenso alguno, ya que se han mantenido con la aplicación a mayores de la correspondiente subida del Índice de Precios al Consumo (IPC).
León, nunca tan mal
Por su parte, tanto las instalaciones relacionadas con la Universidad de Valladolid (UVa) como el Colegio Mayor San Isidoro, el único que pertenece a la Universidad de León (ULE), están teniendo problemas para conseguir adjudicar todas sus plazas. El director del centro leonés, Pablo Gutiérrez, explica que éste es el primer curso en el que se va a notar un descenso en el número de alumnos residentes. La bajada que “sí se había percibido en años recientes en otros centros”, no se reflejaba hasta ahora en este colegio que adquirió la condición de mixto hace ahora 11 años. A falta de alguna incorporación de última hora, la previsión es que queden cubiertas el 75 por ciento del total de plazas ofertadas. Gutiérrez atribuye esta realidad a la actual situación económica. “La crisis nos está afectando y parece que otras residencias están en la misma situación”, comenta.
Por su parte, de las nueve residencias que dependen directa o indirectamente de la UVa, tan sólo dos tienen previsiones de lleno, a falta de que los últimos estudiantes que han sido aceptados por la universidad confirmen su alojamiento definitivo. Son los casos de los Apartamentos Cardenal Mendoza, que cuenta con 392 plazas en viviendas dobles, y de la residencia Alfonso VIII, que ofrece 250 plazas superadas por la demanda universitaria. Estas instalaciones ofrecen habitaciones individuales por 328 euros al mes, un precio superior al del año pasado por la aplicación del IPC.
Mientras, el Colegio Mayor Peñafiel confía en poder cubrir sus cinco vacantes, al contrario que el Menéndez Pelayo, cuyos gerentes ven “difícil repetir el lleno de otros años debido a que han renovado menos estudiantes”. A su vez, San Juan Evangelista, María Molina y Santa Cruz, que aumentaron sus precios este año entre el uno y el tres por ciento, todavía se encuentran lejos de la ocupación total. La Universidad de Valladolid cuenta también con la residencia Fundación Duques de Soria, ubicada en el campus de la ciudad homónima. Con un aumento de precio en torno a los ocho euros, cuenta con 80 plazas de las cuales 70 todavía están vacantes.
Pisos compartidos como alternativa económica
Por otro lado, pese a que la capacidad adquisitiva media no es tan alta como hace unos años, las residencias se muestran reticentes a rebajar sus precios. De hecho, como mucho, no aplican la subida del IPC. Ante esta situación, son cada vez más los que optan por desestimar el alojamiento en colegios mayores y similares y buscan un piso compartido. Las diferencias entre una opción y otra son notables y ambos tienen defensores y detractores. Entre los valedores de las residencias se encuentra Jorge Espada, un joven cacereño que lleva cuatro años estudiando Periodismo en Valladolid, los mismos que en su habitación de la Alfonso VIII. “Es mucho más cómodo vivir en una residencia gracias a servicios como la cafetería, la limpieza o la lavandería. Además, el ambiente es muy bueno, favorecido por instalaciones comunes como la biblioteca, la sala de televisión o el salón de actos que funciona como cine”, declara. Por su parte, Alejandro Álvarez, estudiante asturiano de la misma titulación y que ha experimentado ambas viviendas, señala que “la verdadera autonomía se consigue viviendo en un piso”. Álvarez afirma que la “amistad con los compañeros de vivienda es diferente ya que se comparten experiencias única”. Por tanto, el asturiano es partidiario de, como ha hecho él, “abandonar la residencia en los últimos años de universidad”.
Al margen de las preferencias de unos y otros, Alejandro Álvarez aporta la que puede ser una de las claves para que las viviendas de las universidades registren cada vez más vacantes: “El precio de muchas residencias es prohibitivo en los tiempos que corren, por lo que vivir en piso compartido es una opción más asequible”. Y es que el coste, unido a la necesidad de vivir nuevas experiencias en una etapa tan corta e intensa como la universitaria, hace que la tendencia de los jóvenes conforme avanzan en sus estudios sea la de abandonar las residencias y dejar plazas a los cada vez menos numerosos nuevos estudiantes.