Becas y meritocracia: para que los pobres no salgan de pobres

La entrada a la Facultad de Filosofía y Letras del Campus de Vegazana de la ULE.

Javier Pérez

Es una pelea recurrente: si las becas deben concederse sobre todo atendiendo al nivel de renta de quién las solicita, o atendiendo a los resultados académicos, para dárselas a los mejores en vez de a los más pobres.

Mi opinión personal, porque el que escribe tiene que mojarse, es que debería ser una combinación de ambas cosas: la beca se le debe dar a quien no tiene recursos propios y, además, tiene unas calificaciones excelentes. Ya sé que esto supone que un tonto con dinero pueda estudiar, pero los tontos con dinero ya disfrutan de otras ventajas que no nos escandalizan tanto (prefiero no dar nombres), y cuando se habla de recursos públicos se supone que hay que pensar antes que nada en la eficiencia. Sí, la eficiencia, aunque el dinero público “no sea de nadie”, como dijo Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno hasta hace poco.

Sin embargo, hay otra manera de ver las becas, y hasta la meritocracia en su conjunto, que me apetece compartir hoy con los lectores. La meritocracia, a grandes rasgos, consiste en el conjunto de mecanismos que permiten que una persona, por su esfuerzo o su talento, ascienda de clase social. Cuando en una sociedad importa más de qué familia procedes que lo que puedas estudiar o esforzarte, la meritocracia es débil. Si un hijo de un jornalero puede llegar a dirigir una multinacional, la meritocracia es fuerte.

Por lo general, se dice que en España tenemos una fuerte meritocracia, porque muchos de nuestros gobernantes han salido de las clases bajas. Otros, en cambio, niegan esta tesis recordándonos que los patrimonios y los contactos heredados cuentan más que cualquier esfuerzo o cualquier talento, aunque haya excepciones, convenientemente señaladas por la propaganda del sistema para mantener a la gente tranquila y produciendo.

¿El mérito, un truco del sistema?

Hay, sin embargo, una tercera vía: la de los que afirman que la meritocracia es un truco del sistema para perpetuarse y mantener a los pobres como tales de manera indefinida, sin que puedan dañar al sistema a base de reivindicaciones o, peor aún, de revoluciones.

La idea tiene su enjundia y he llegado a pensar que, aunque retorcida, tiene algo de razón. O mucha.

Si mediante becas o ascensos puntuales se extrae de las clases bajas a la gente de talento, se priva a estas clases bajas de su clase dirigente, y se evita que puedan organizarse o tengan líderes válidos para poder atacar al sistema. La meritocracia, según esta idea, sirve para descabezar a los pobres, de manera que cualquier intento de mejora se vea condenada al fracaso por falta de liderazgo competente.

¿Qué hubiese sucedido si la Rusia zarista no hubiese sido tan clasista, reservando los buenos puestos a la nobleza? Con Lenin de catedrático en San Petersburgo, Stalin de alcalde en una gran ciudad y Trotsky al frente del ferrocarril, todo hubiese sido distinto. Si Robespierre hubiera sido nombrado gobernador de Lyon, es muy probable que nunca se hubiese llegado a las guillotinas.

La idea es tomar a los líderes intelectuales de las clases que pueden generar problemas y darles un puesto cómodo y bien pagado dentro del sistema. Eso desactiva cualquier reacción, o reduce la calidad de los líderes opositores, generando peores decisiones y, a la postre, un menor peligro para el sistema.

La idea es tomar a los líderes intelectuales de las clases que pueden generar problemas y darles un puesto cómodo y bien pagado dentro del sistema. Eso desactiva cualquier reacción, o reduce la calidad de los líderes opositores, generando peores decisiones y, a la postre, un menor peligro para el sistema. La lista es interminable, y me voy a cuidar mucho de dar ejemplos actuales, que todos conocemos, pero el pasado, tan cómo siempre, ofrece ejemplos de sobra: si a Hitler le admiten en la escuela de Bellas Artes y alguien le compra luego media docena de sus cuadros, que ni siquiera eran malos del todo, el tipo se dedica a la pintura y no causa más molestias. No hubiese costado tanto hacer a Goebbels consejero de educación de alguna parte en vez de dejarlo como profesor de instituto, o a Göring asesor de una compañía aérea en vez de dejarlo pudrirse como taxista aéreo con una avioneta. ¿Himmler tenía una granja de cría de conejos, no? Pues démosle una subvención y que gane dinero criando conejos. Y que no joda.

Funciona así. Es inevitable: un pequeño ascenso aleja a la gente de su círculo próximo más que dos años de cárcel o quinientos kilómetros de destierro.

Y no tiene por qué ser una concesión a dedo: una buena oposición de promoción interna basta para alejar a los buenos líderes de la capa más baja. Tú no sabes cómo se llaman, pero es igual: haces un examen, los asciendes y los pones por encima de sus compañeros. El resto, que es la paz y la conformidad, y el sentimiento de que lo mereces porque no eres como ellos, sino mucho mejor, vienen solos.

Eso es justamente lo que se hace con África y funciona. ¿Ves un africano con talento? Dale una beca en EE.UU. y ya nunca volverá a casa. Su gente nunca disfrutará de su talento ni de su liderazgo. Su gente lo habrá criado, pero no tendrá ingeniero ni ministro ni médico. La beca no lo convirtió en un tesoro para su país: lo convirtió en emigrante.

Y al sistema le encantan los emigrantes, porque el talento y el valor, en general, no se mueven de los sitios ricos a los pobres. Es al revés. Y todos sabemos a quién beneficia eso.

___Javier Pérez es un escritor leonés que ha ganado, entre varios, el premio Azorín en 2006 y el Ciudad de Badajoz en 2011, y ha publicado 16 libros. El último 'Catálogo informal de todos los Papas' este año 2021.

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